SIN PAÑOS TIBIOS

Los de cristal son otros

Puede que sean los años los que hagan que uno preste mucha más atención a detalles sin importancia, esos pequeños gestos que en el ardor de la juventud pasaban desapercibidos y que ahora se antojan fundamentales y determinantes; o simplemente puede que los patrones conductuales de las jóvenes generaciones sean totalmente diferentes a las precedentes, y esto genera un ruido entre como uno espera que deben comportarse en determinados espacios y lugares, y como realmente lo hacen, independientemente de si sea correcto o no.

El problema está cuando la valoración de lo subjetivo colisiona con los paradigmas o arquetipos dominantes, porque, así como cada generación se encuadra en un sistema de valores, símbolos y lenguaje, asimismo, cada generación se cree superior a la que precede. De ahí que casi siempre se cae en la trampa de criticar a los más jóvenes desde una superioridad moral que muchas veces no tiene fundamento.

Entre la Generación Y (¿1982-2000?) y la Z (¿2001-2012?) hay algo más que una brecha. Más allá de esa fascinación que tiene el ser humano por encasillar en función de características y rasgos estereotipados, llamar “generación de cristal” a jóvenes que son el producto de nuestras acciones e inacciones, no es la mejor manera de abordar el problema que se plantea y que repercutirá de manera transversal en todo el modelo productivo, y ni hablar del previsional.

Sus inconformidades y cuestionamientos no sólo son legítimos, sino que es imprescindible que los tengan, pues, así como por muchas cosas protestan y no son indiferentes, así también intuyen que serán la primera generación en mucho tiempo que vivirá peor que lo que vivieron sus padres, y, pese a ello, nadie les ha explicado la razón ni les ha dado una excusa.

Nacidos en el mundo de la internet y la virtualidad, las redes sociales constituyen su manera natural de expresarse, de ahí que quizás no se ajusten a nuestros criterios las maneras con la que presentan sus servicios, desempeñan su trabajo y la forma relajada y aparentemente despreocupada en que se expresan y abordan los problemas cotidianos.

Deberíamos mirarnos frente al espejo al momento en que los cuestionamos, pues hemos sido nosotros —no ellos—, los que hemos fallado en la misión de construir una mejor sociedad. Nos autocomplacemos preguntándonos si serán capaces de trabajar con la firmeza, entrega y sacrificio que lo hicimos nosotros, sin atrevernos a preguntarnos si nuestro empeño valió la pena; si acaso no le dejamos un planeta a punto de colapsar ambientalmente, poblado por la sociedad más rica, opulenta, desigual e injusta de toda la historia; y no lo hacemos, porque, en definitiva, los fracasados no serán ellos, somos nosotros.