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ARTÍCULO

El silencio a la música

Angel Alonso Dolz

Gijón, Asturias

Mientras el silencio puede llegar a ser un instrumento de tortura, los sonidos de la música son capaces de provocar en el oyente disímiles sentimientos y sensaciones.

Los primeros realizadores cinematográficos hicieron galas de inteligencia; ya que no desponían de los beneficios de una banda sonora incorporada a la película, decidieron utilizar solistas y agrupaciones musicales para apoyar la dramaturgia de los filmes.

Y es que la música en la cinematografía nunca ha sido un simple trasfondo sonoro, sino un factor ineludible para complementar a la imagen y en algunos casos reafirmarla.

En el Séptimo Arte la banda sonora es un factor tan vital como la dirección, la interpretación, la fotografía, la edición... entre muchos otros elementos que conforman el filme. En no pocos casos, lo que el espectador recuerda de una película no es el argumento sino la música, y hay ejemplos relevantes de cómo ésta llega a ser el elemento fundamental de la dramaturgia.

Como muestra se puede mencionar "Ensayo de Orquesta" (1979), de Federico Fellini, o bien una joya significativa para ilustrar cómo la música es capaz de obviar los diálogos y representar el transcurso del tiempo en una misma locación: la genialidad artística llevada a la pantalla por Ettore Scola en 1983 que lleva por título "El Baile".

La película "El Baile" logra narrar con la banda sonora; su música es capaz de asumir el papel de hilo conductor de las imágenes que llevan al espectador un extenso período de la historia de Francia, un tiempo que transcurre entre los años veinte del pasado siglo y la etapa de Los Beatles.

En este filme todo transcurre en un salón de bailes, donde un grupo de personajes giran al compás de partituras inspiradas en la música representativa de cada época.

Varían los atuendos según cambian las modas, envejecen los personajes -que aman y odian-, y sin embargo el filme carece de diálogos. El espectador se identifica de tal manera con esa formidable historia -narrada sin palabras-, que no llega a percatarse del silencio de los actores; ni siquiera de la ausencia de otras voces de fondo; todo es música y sólo música. El tiempo se desliza sobre pentagramas.

Comentó en una ocasión el célebre compositor y director de orquesta Bernard Herrmann, que "las bandas sonoras del cine alcanzaron a partir de la mitad del Siglo XX la categoría de música de concierto"; no deja de ser una afirmación bien sólida, porque muchas de ellas se han situado al nivel de obras del Barroco, de la época Clásica y de la etapa del Romanticismo, sin olvidar la música Impresionista.

En la obra cinematográfica la música se define a partir de su participación en escena, o de su presencia en un segundo plano como música incidental, esa que cuando más efectiva resulta es cuando pasa inadvertida para el espectador, en tanto logra transmitir sensaciones casi subliminales y refuerza la dramaturgia.

Sentimos sus efectos en la película "Psicosis" (1960) de Hitchcock, donde Bernard Herrmann nos trasnmite angustia, terror... tan solo con cuerdas; obvia los típicos sonidos de la percusión en los filmes de violencia, están ausentes los instrumentos de viento, y es todo un clásico el efecto que desatan los violines cuando el cuchillo asesta duros golpes sobre la víctima.

"Psicosis" debe la mayor parte de su efectividad dramática al énfasis de su música incidental.

En el cine la música va de lo expresivo -la emoción y lo rítmico- al aspecto narrativo en la ambientación, en particular si atendemos a su función de leitmotiv (la caracterización de personajes o lugares). La partitura (leitmotiv) "El hombre de la armónica", es la tarjeta de visita del personaje que interpreta Charles Bronson en "Érase una vez en el Oeste" (1969) del director Sergio Leone -compuesta por Ennio Morricone- una muestra ineludible para desarrollar cualquier análisis del rol de la música en el Séptimo Arte.

Qué decir de las composiciones para el cine ya consagradas como obras sinfónicas.

John Williams fue uno de los autores y directores de orquesta que alcanzó trascendencia con "La Guerra de las Galaxias", suite que concibió en 1977 y fue ejecutada por la Orquesta Sinfónica de Londres. En la década siguiente vendrían los éxitos inolvidables de Vangelis con "Carrozas de Fuego" (Oscar en 1981); John Barry con "Memorias de África" (1985) y, con otro concepto menos orquestal y más intimista, Michael Nyman y su diseño sonoro para la cinta de 1993 "El Piano".

A partir de los años ´90 los sintetizadores vienen a ser instrumentos casi ineludibles; los ensayos de Vangelis y Maurice Jarré, entre otros, trajeron a las bandas sonoras el refuerzo imprescindible para filmes épicos como "Gladiator" (2000) compuesta por Hans Zimmer o para joyas melodramáticas como "Titanic" (1997) cuyas partituras concebidas por James Horner han sido difíciles de superar. Hoy las mejores orquestas ofrecen tanto obras del repertorio universal de todos los tiempos, como música de Cine, y para el público no existe una barrera que determine una diferenciación cualitativa entre una categoría y otra.

El cine latinoamericano en general siempre ha sido apabullado por las superproducciones de los Estados Unidos, y en el tema de sus bandas sonoras ha tenido que enfrentarse a una difícil competencia en la que no ha logrado salir airoso.

Las listas de la mejor música compuesta para el cine incluyen a autores de variado origen geográfico, desde norteamericanos hasta japoneses, pasando por muchos europeos, sin embargo, aún cuando los compositores de América Latina están considerados entre los mejores del mundo, si acaso se mencionan es como parte secundaria de un filme producido en su propio país.

Por solo mencionar algunos de esos autores que nunca despegan, tendríamos que reconocer la calidad de los cubanos José María Vitier, Carlos Fariñas, Leo Brower -entre otros- cuya labor creativa se ha desarrollado entre temas de concierto y bandas sonoras para filmes y series de televisión de su país, bastante poco difundidos, como también en participaciones efímeras en películas extranjeras.

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