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Crónica/Viajes

Amaneceres de Taipéi

Los amaneceres en Taipéi son apacibles. En pleno verano, un sol radiante aparece como una gran naranja sobre el azulado oriente. Los taiwaneses disfrutan el amanecer mientras se preparan para iniciar la nueva jornada. Los veo salir de sus casas con la ya tradicional sonrisa sobre el rostro y el acelerado ritmo de sus piernas, ya bien en busca de la parada de ómnibus más cercana o del pedaleo de sus bicicletas, las cuales conducen con mesura, siempre por el sitial indicado en la vía pública. Décadas atrás, la bicicleta era un instrumento de transporte masivo y formidable que suponía no solo el ahorro de combustible, sino la no contaminación ambiental y el ejercicio físico. Pero en los últimos años, la modernización de la ciudad, el incremento del nivel de vida de la población y la llegada de las pasolas y motocicletas redujeron su uso. La poesía, entonces, perdió el misterio y la nostalgia, y las calles se atestaron de vehículos como piezas museables de la cotidianidad.

Los veo salir y recorrer las avenidas con disciplinada impaciencia para atrapar las manecillas del reloj antes de que marquen las ocho en punto.

En esta mañana, mientras recorro a pie algunas avenidas, el espectáculo es el mismo. La mirada se detiene en esas grandes masas compactas de motores, cuyos ruidos ensordecen pero no aturden porque están preparados para no ocasionar disturbios emocionales. Además, los rebeldes son multados sin piedad y no pueden circular. Camino y sobresale el orden. Me froto los ojos para no soñar. Pero el espectáculo siempre es el mismo. Son millones de autos y motores que todas las mañanas inundan las calles de Taipéi con sus vuelos y avisos sobrehumanos.

Yo sigo andando sin rumbo fijo. Pero mis ojos ya han encontrado un motivo para seguir el rumbo de los rayos del sol que comienzan a sesgar a través de cristales y espejuelos. Un tiempo después, casi al rayar las ocho de la mañana, las avenidas deberían lucir más la placidez de la calma. Pero no es así. Vuelven los vehículos a correr como enjambres de avispas asustadas.

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