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Religión

La Eucaristía, paradigma de la fraternidad y solidaridad humana

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María Magdalena Medina FilpoSanto Domingo

La eucaristía surge de la experiencia que el Nuevo Testamento ha designado como Cena del Señor o fracción del pan. Aunque con el tiempo dicha experiencia ha sido denominada de varios modos, ninguno de ellos tuvo tanto éxito histórico como el de la misa. Sin embargo, a raíz del Concilio Vaticano II dicho término fue superado, aunque, popularmente, la palabra “misa” sigue siendo de uso frecuente en el lenguaje. El cambio que propone el Vaticano II no es simplemente un cambio de nombre sino de valores. “En ese sentido podemos decir que celebrar la eucaristía no es lo mismo que oír misa. Este epígrafe «de la misa a la eucaristía» desea sugerir en concreto” una revolución en el cambio del lenguaje, que no es otro sino un volver a su fuente de origen: la Cena del Señor.

Al ser “un rito tantas veces repetido”, o mejor dicho diario, puede ser expuesto a una simple “rutina” y hasta puede llegarse a una triste “banalización” del mismo. “De aquí la constante tarea de revisar, purificar y renovar [cuidadosamente] no sólo la praxis celebrativa, sino también la teoría misma, la teología de la eucaristía”. Eso explica el cuidado de san Pablo con la celebración de la Cena del Señor y las indicaciones que él hace a la comunidad de Corinto.

Pero resulta curioso y hasta extraño que,

en toda la literatura del Nuevo Testamento son muy pocos los textos explícitos acerca de la eucaristía: dos textos de Pablo en la 1º Corintios, los tres relatos de la institución en los evangelios sinópticos, unas alusiones bastante fugaces en los libros de Lucas (evangelio y Hechos de los Apóstoles) y el discurso del pan de vida en Juan 6.

Sin embargo, si bien es cierto que son realmente pocos los textos explícitos acerca de la eucaristía, son numerosos, en cambio, los pasajes y contextos del Nuevo Testamento salpicados, de alguna manera, por la celebración y el lenguaje de la eucaristía.

Dios ha querido relacionarse y comunicarse con su humanidad creada: muchas veces y de varias maneras habló a nuestros antepasados —nos dice la carta a los Hebreos, capítulo 1—para ser alcanzado y comprendido por su criatura más humilde, hasta el extremo de asumir su condición humana. Es la lógica encarnatoria de Dios que se realiza también en la eucaristía, instituida en un acto tan cotidiano como lo es la comida.

Ni el acto mismo de comer (verbo) ni la comida (sustantivo) pueden ser vistos como una actividad humana puramente biológica. Es una actividad humana que va más allá de las calorías y vitaminas consumidas, que también son necesarias para la salud corporal. También el lugar, el espacio, es importante; porque no es lo mismo comer en un restaurante, debajo de una sombra en un parque o en un lugar cualquiera, que invitar a comer en la propia casa. Aquí hay intimidad, comunión, una relación personal de un yo con un nosotros, porque de cualquier modo los miembros de la casa también participan. La eucaristía fue instituida en un espacio así de intimidad personal y comunión y era también celebrada en las casas de los hermanos y las hermanas que formaban la comunidad.

La propia antropología cultural da testimonio de que “la comida es el momento de encuentro especial que se establece entre el ser humano y el cosmos, con todo el universo material y, al mismo tiempo, de comunión privilegiada con los otros seres humanos”. Por eso, el pan —que no es solo el pan en sí, sino el conjunto de todos los alimentos— tiene en todas las culturas un sentido sagrado y, en muchas de ellas, se realiza obedeciendo y siguiendo un conjunto de rituales que dan cierta elegancia y formalidad al acto, creando así un espacio de fraternidad y solidaridad, para que, como se dice popularmente, “la comida llegue para todos”.

Porque el pan en la familia, en la comunidad y la sociedad en general debe ser repartido de modo igualitario. Cuando eso no acontece, la gente no queda contenta y no solo eso, sino que fundamentalmente se viola el derecho sagrado del acceso al pan. Por eso, como veremos más adelante, los pobres de la comunidad de Corintios no quedaron contentos y se quejaron ante Pablo. Pues no se comparte solo la comida, sino también la vida en sentido general. El Antiguo Testamento está poblado de textos referentes al tema de la comida, que para el pueblo de Israel como para las demás religiones tenía ese sentido de veneración y sacralidad. Igualmente, el Nuevo Testamento.

El estudio del tema de la eucaristía —tema rico y, a la vez, complejo— se hará a partir de las claves de lectura de la fraternidad y solidaridad desde la perspectiva paulina, concretamente a partir de la primera carta a los Corintios 10 y 11, específicamente cuando Pablo se dirige a la comunidad de Corinto para llamar la atención sobre el modo indigno de celebrar lo que el autor también llama Cena del Señor (Kyriakon deipnon). Para él es una celebración que la comunidad ya conoce y práctica. No es la intención de Pablo defender en sí tal celebración, sino la de corregir los abusos cometidos en contra de ella, relacionados con la fraternidad y la solidaridad.

Por tanto, se realizará una lectura de los textos, sin incurrir en análisis de tipo sintáctico y semántico del conjunto del contenido de los mismos. A lo largo del desarrollo, las claves de lecturas anunciadas servirán de guía.

Contextualización: la ciudad de Corinto

Para entender lo que Pablo dice en su primera carta a los Corintios, el tono de su lenguaje y su retórica sobre la Cena del Señor (la eucaristía), tendremos que situar los textos en el contexto en el que el autor habla de ella. Así podremos entender la raíz de los problemas de aquella comunidad y la respuesta dada por el autor.

No pretendemos hacer una descripción exhaustiva de la ciudad de Corinto ni de la comunidad cristiana que allí se encontraba, sino solamente tener en cuenta aquellos elementos que mejor nos ayuden a situar y exponer el tema anunciado —la Eucaristía, paradigma de la fraternidad y solidaridad humana— y sus claves de lectura.

Corinto era una gran ciudad en la que se pueden diferenciar dos épocas distintas a lo largo de su historia: antes y después de su destrucción por el Imperio romano en el año 146 a.C. Pero, a pesar de no ser ya aquella ciudad esplendorosa que había sido fundada en el siglo IX a.C. y que había conocido su momento álgido en los siglos VI-V a.C., su ubicación estratégica entre los golfos de Corinto y de Sarón no permitió que esta sucumbiera en el abandono total.

Debido a su potencial económico, Corinto fue reconstruida por Julio César en el año 44 a.C. y repoblada con colonos romanos:

Como se trataba de una colonia romana, la ciudad estaba sujeta al derecho romano. […] Militares o civiles, los oficiales romanos residían en Corinto, como era el caso del procónsul Galión (Hch. 18,12). También vivía allí una multitud de colonos veteranos del ejército y libertos (que antes fueron esclavos) de Roma. Igualmente, comerciantes, artesanos, artistas, filósofos, maestros y trabajadores provenientes de muchos de los países que rodean el Mar Mediterráneo. Dentro de la población también se contaba a judíos provenientes de Israel y de otras partes, a griegos nativos, a exiliados y a esclavos. Toda esta gente vivía y trabajaba en Corinto o en sus dos puertos, incrementando así su población, su diversidad y su economía[8].

Su economía se sustentaba básicamente del comercio. De hecho, en base a ello se fundamentó su prosperidad. Los colonos romanos llegaron a esta ciudad con la esperanza de satisfacer su ansia de mejorar su suerte y así fue. Pero fue solo para algunos, que consiguieron hacer fortunas; para la mayoría no aconteció así. En contraste con las clases pudientes, había también en Corintios gentes muy pobres. Varios miembros de la Iglesia de Corinto participaban en esta actividad comercial. En razón de ello nos encontraremos en la comunidad cristiana de Corinto con el problema de la estratificación social reflejado en el contexto de la Cena del Señor (1 Cor 11,17-34).

Por otro lado, la ciudad se vio económicamente impulsada por la recuperación de la producción del bronce y de otras industrias que habían florecido allí en el pasado, contribuyendo así a la solidificación de la clase rica y la división marcada entre ricos y pobres.

Además, de su esplendor comercial y de la fama de los juegos ístmicos, Corintio se distinguía entre las ciudades griegas también desde el punto de vista cultural y espiritual. En ella convivían el latín como lengua oficial (por ser colonia del imperio romano) y el griego como lengua habitual. La riqueza cultural provenía de la tolerancia romana que favorecía también las cuestiones religiosas.

“Sus dos puertos alojaban una multitud de marineros, comerciantes y soldados, por lo que le resultaba difícil a la ciudad mantener una moral respetable. “En los siglos anteriores al cristianismo, autores griegos y romanos con frecuencia describían a Corinto como la ciudad de la fornicación y la prostitución. Los griegos acuñaron el término corinthiazethai (traducido “vivir a lo corintio”)”. Aunque tal vez fuera denominado de ese modo (en términos despectivos) por atenienses, que sintieran ver su hegemonía amenazada por su rival enemiga, la ciudad de Corinto.

Sea lo que sea, lo cierto es que este será uno de los problemas que Pablo enfrentará enérgicamente en su primera carta a los Corintios. Pablo llama a la comunidad a huir de la inmoralidad sexual y de la idolatría. Es lo que leemos, por ejemplo, en 1 Cor 5,1; 5,9-10; 6,9-10,15-20; 10,18.

Otros de los muchos problemas que Pablo enfrentará son:

Divisiones internas: «Yo soy de Pablo», «yo soy de Apolo», «yo soy de Cefas», «yo soy de Cristo» (1 Cor 1,12). Divisiones también en las mismas asambleas de la comunidad, una división que se infiltra también en la Cena del Señor y que Pablo no tolerará ni alabará (1 Cor 11,17.22) porque amenaza la esencia misma de la comunidad —la presencia del Señor en el pan y el vino, sacramento de su cuerpo y de su sangre (1 Cor 11,26-27)—, vehículo de la comunión con él y de la comunión con los hermanos y las hermanas (1 Cor 10,16-17). Incluso, en el ejercicio de los carismas también Pablo enfrentará tal problema, aunque desde otra perspectiva (1 Cor 12,1-14, 20).

La Cena del Señor: imperativo de fraternidad y exigencia de solidaridad

La Cena del Señor (1 Cor 11,17-34) se enmarca en la sección de la carta que abarca los capítulos 11 al 14. En dicha sección, Pablo aborda varios problemas focalizados en la cuestión del culto en la comunidad cristiana de Corinto, como hemos indicado resumidamente. 11,2-16 tiene que ver con el arreglo personal de las personas dirigentes a la hora de presidir el culto. En el capítulo 12 —sobre los dones espirituales y la vida eclesial—, con la metáfora del cuerpo Pablo pone de relieve la unidad en la complementariedad y busca reflejar la situación de rivalidades internas existentes al interno de la comunidad y la sobrevaloración de unos carismas a costa de subestimar otros.

En el texto que estudiamos de la Cena del Señor, Pablo enfrenta el asunto del egoísmo e individualismo que allí se practican (11,18-22). En el versículo 18, él pronuncia una severa sentencia contra la Cena porque —en el modo tan poco fraterno y solidario como ella está siendo celebrada— ya no es la Santa Cena.

La fraternidad, clave de lectura de la Cena del Señor, no es simplemente una interpretación del texto paulino que alguien hace, sino que es una clave de lectura que deriva del texto mismo. Y más que eso, todavía hoy, la fraternidad es un paradigma que presenta el modo de celebrar la Cena —la eucaristía— y el modo de vivir de quien de ella participa.

Por ello, este texto interpela a la sociedad presentando un modelo de compartir el pan en la familia humana, de forma tal que llegue a la mesa de todas las personas de modo igualitario. La falta de pan mata diariamente la vida de muchos, sobre todo, entre la población infantil. No sin razón, Pablo usa un lenguaje tan duro con la comunidad de Corinto cuando el pan, signo de comunión, se pervierte dejando de ser lo que es, por las actitudes opulentas y egoístas de los hermanos y hermanas.

En 1 Cor 11,17-34 pueden distinguirse tres momentos mutuamente interligados, los cuales vamos a desarrollar a continuación:

El primero (17-22) está dedicado a presentar el problema de las divisiones y la reacción de Pablo. El segundo, la Cena del Señor marcada por el lenguaje bíblico-eucarístico de la tradición: recibir/transmitir (23-26). El tercero y último (27-34) es consecuencial y, por eso, esta parte es introducida por la fórmula por tanto … porque quien come y bebe en la Cena del Señor y no vive la fraternidad y la solidaridad con los hermanos y las hermanas come y bebe su propia condenación.

2.1. Las divisiones comunitarias y sus efectos contra la fraternidad (17-22)

17 Siguiendo con mis advertencias, no los puedo alabar por sus reuniones, pues son más para mal que para bien. 18 En primer lugar, según me dicen, cuando se reúnen como Iglesia, se notan divisiones entre ustedes, y en parte lo creo. 19 Incluso tendrá que haber facciones, para que así se destaquen las personas probadas. 20 Ustedes, pues, se reúnen, pero ya no es comer la Cena del Señor, 21 pues cada uno empieza sin más a comer su propia comida, y mientras uno pasa hambre, el otro se embriaga. 22 ¿No tienen sus casas para comer y beber? ¿O es que desprecian a la Iglesia de Dios y quieren avergonzar a los que no tienen nada? ¿Qué les diré? ¿Tendré que aprobarlos? En esto no.

Aunque el citado pasaje de la primera carta a los Corintios en 11,17-34 no informa sobre las veces y el lugar de reunión de la comunidad, parece ser que lo más probable es que se reuniera una vez por semana, en la casa particular de algún cristiano rico o acomodado. Tampoco se sabe el orden de la celebración, pero, por el contexto, se podría pensar que la celebración de la eucaristía fuera precedida por una cena común. Obviamente que los primeros en llegar eran los ricos, porque no tenían una jornada de trabajo tan extensa y estricta como la de los pobres, quienes no podían desligarse tan fácilmente de sus obligaciones de trabajo.

Pero el problema no está en el lugar de reunión ni en el hecho de que uno llegara primero y los otros después, sino en la actitud de los cristianos ricos que cometen una falta grave contra la fraternidad: ellos no esperan a sus hermanos y hermanas pobres de la comunidad y comen sin pensar en ellos. Para Pablo esto significa ultrajar el sentido de la Cena del Señor, porque con tal actitud avergüenzan a los indefensos que son los que menos tienen. Por eso, Pablo actúa decisivamente sin colocar paño tibio en el asunto, pronunciando una severa sentencia contra la cena celebrada que, sin fraternidad y solidaridad, traiciona su causa: “el amor sacrificial de Jesucristo”.

La fraternidad compromete la esencia de la comunidad: ir en contra de ella no puede ser tolerado. La manera como se estaban realizando las reuniones en la comunidad de Corinto contradice su razón de ser. La expresión según me dicen… quiere decir que Pablo recibió oralmente esta información, seguramente a través de miembros de la propia comunidad que se sintieron indignados con lo que estaba sucediendo. Pues, ¿quiénes sino los propios afectados fueron los que llevaron tal descontento a Pablo?

Por otro lado, había, de hecho, entre los primeros cristianos una conciencia del sentido profundo de lo que celebraban y por eso percibían que lo que se hacía no se correspondía. Esto revela un dato importante: los cristianos y cristianas, desde el principio, reconocían el significado y las consecuencias prácticas de la Cena del Señor.

Nosotros hoy, ¿lo reconocemos? ¿Qué hacemos para mantener el sentido de ser de la celebración?

La segunda parte del versículo 18 —cuando se reúnen como Iglesia— da a entender que no siempre los cristianos se reunían como Iglesia, sino en algunas ocasiones. De acuerdo a las informaciones que el mismo Pablo ofrece en 1 Cor 11,16, se sugiere que en otros momentos ellos se reunían en grupitos o células, relacionadas tal vez, según Irene Foulkes, con las varias casas que Pablo menciona en su carta.

El teólogo francés, Xavier Léon-Dufour argumenta que, a luz de la primera carta a los Corintios, se puede concluir que los creyentes celebraban regularmente la “comida del Señor” y que la otra fuente que así lo confirma es la de Lucas en los Hechos de los Apóstoles, a propósito de lo que dice sobre la fracción del pan. Tanto en uno como en el otro se puede ver cómo “la eucaristía es inseparable de la exigencia, o de la práctica efectiva, de una fraternidad vivida compartiendo los bienes”.

Sin embargo, lo que a Pablo le preocupa en Corinto es lo que sucede cuando la comunidad se reúne para celebrar la Cena del Señor. El verbo reunirse (synerjomai) aparece 5 veces: vv. 17.18.20 y 33.34. Por otra parte, están las divisiones (v. 18), las facciones (v. 19) y ciertas acciones individualistas, como por ejemplo cuando cada uno se adelanta a comer su propia cena o se harta sin tener en cuenta el hambre de los demás (v. 21). Esta división no surge por cuestiones culturales, étnicas, religiosas o políticas, sino económicas. Lo que sucede es una clara distinción entre ricos y pobres.

Frente a esta situación escandalosa de individualismo y desigualdad social Pablo reacciona severamente desaprobando la celebración, porque en ella las personas pobres que no tienen nada son marginadas de las mesas surtidas de comida. Lo que a Pablo le preocupa es la quiebra de la unidad y la fraternidad en el seno de la misma comunidad. Es el juicio de Pablo contra una cena que no tiene en cuenta las necesidades de los hermanos y hermanas más pobres, como se puede leer en el texto, los que no tienen nada (v. 22). Esta manera de celebrar no podrá llamarse Cena del Señor, porque en ella se avergüenzan y se marginan a los pobres, lo que es lo mismo que despreciar a la propia Iglesia de Cristo. El ágape cristiano, lo que se celebra en cada celebración eucarística, no se practica en la comunidad.

Este juicio paulino tiene su antecedente en los profetas cuando el culto celebrado no se correspondía con la vida, en la práctica de la justicia con los más necesitados (Is 1,14-17; 58, 1-14; Jer 7,1-7; Am 4,10; Miq 6,5-8). Pablo se conecta con esta tradición profética contra la opresión y marginalización de los más débiles cuando declara no los puedo alabar (11,17). No soporta que un grupo controle la comida de todos y todas, satisfaciendo sus propios intereses, y deje de lado a los más necesitados. Desde ahí debe ser leída la pregunta irónica al inicio del versículo 22: ¿No tienen sus casas para comer y beber?

El papa Francisco nos confirma lo anterior:

Es conveniente tomar muy en serio un texto bíblico que suele ser interpretado fuera de su contexto, o de una manera muy general, con lo cual se puede descuidar su sentido más inmediato y directo, que es marcadamente social. Se trata de 1 Co 11,17-34, donde san Pablo enfrenta una situación vergonzosa de la comunidad. Allí, algunas personas acomodadas tendían a discriminar a los pobres, y esto se producía incluso en el ágape que acompañaba a la celebración de la Eucaristía. Mientras los ricos gustaban sus manjares, los pobres se quedaban mirando y sin tener qué comer: Así, «uno pasa hambre, el otro está borracho. ¿No tenéis casas donde comer y beber? ¿O tenéis en tan poco a la Iglesia de Dios que humilláis a los pobres?».

La Eucaristía reclama la integración en un único cuerpo eclesial. Quien se acerca al Cuerpo y a la Sangre de Cristo no puede al mismo tiempo ofender este mismo Cuerpo provocando escandalosas divisiones y discriminaciones entre sus miembros.

¿Qué es, entonces, lo que invalida la Cena del Señor? Es el pecado del egoísmo personal y social, es la desigualdad, hacer bandos en la comida, no sentarse todos a comer en la misma mesa. Donde no hay fraternidad, por tanto, queda invalidada la celebración de la eucaristía. La fraternidad para la comunidad cristiana que celebra la Cena del Señor no es facultativa, es una exigencia innegociable; de lo contrario, su violación invalida su celebración, pues es la fraternidad la que construye la comunidad en el Señor.

2.2. La Cena, memoria viva y operante del sacrificio solidario del Señor (23-26)

23 Yo he recibido del Señor lo que a mi vez les he transmitido. El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan 24 y, después de dar gracias, lo partió diciendo: «Esto es mi cuerpo, que es entregado por ustedes; hagan esto en memoria mía.» 25 De igual manera, tomando la copa, después de haber cenado, dijo: «Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre. Todas las veces que la beban háganlo en memoria mía.» 26 Fíjense bien: cada vez que comen de este pan y beben de esta copa están proclamando la muerte del Señor hasta que venga.

En el texto original aparece en este segundo párrafo la partícula sintáctica gar al inicio de los vv. 23 y 26, que no siempre se incluye en español. Esta puede ser traducida porque, de hecho, así pues y en el texto debe ser entendida en término causal, ya que su función es unir esta parte del texto con la anterior: “El punto de unión entre los dos párrafos se encuentra en la persona del Señor Jesús que se dio por entero, hasta la muerte, por los que no son nada”.

Es decir, Pablo se niega a alabar la cena celebrada en la comunidad cristiana de Corinto, porque en ella no hay praxis de vida. No se vive lo que se celebra —que es la muerte del Señor— sin sentar en la mesa a quienes el mismo Jesús mandó a llamar: a los pobres, a los inválidos, a los cojos y a los ciegos (Lc 14,22b). Porque la eucaristía cobra su sentido pleno cuando no hay traición a este principio motivador de la Cena de Jesús que se dio en sacrificio por toda la humanidad y no por unos pocos.

Este texto (11,23-26), en el cual Pablo transmite la tradición que ha recibido de la Última Cena, se sigue usando cada vez que se celebra la Eucaristía y cita textualmente a Jesús: «Este es mi cuerpo que se da por ustedes; hagan esto en recuerdo mío» (v. 24). Igual hace con el vino. Esta entrega expresada en un amor inquebrantable en la cruz es la anamnesis en sentido judío, que no es un “recuerdo” sin más, sino una presencia operante de ese acontecimiento que se considera vivo y actuante para la comunidad que celebra.

La eucaristía no se acaba, pues, con la bendición final. Del haber comido todos del pan se deriva la exigencia radical de vivir la solidaridad humana que vivió el Señor Jesús en la cruz. El por ustedes de su autodonación (to hypér hymon) ciertamente que es por los suyos, por los de la comunidad; pero, en el memorial de su celebración, Jesús encarga a la comunidad de celebrar esto: su misterio de entrega por todos los demás, por la humanidad entera.

En sentido paulino, la tradición sobre la cena (recibir/transmitir) tiene su valor, porque en ella cada cristiano y cristiana entra en esa relación íntima con el Señor. De esta experiencia de intimidad deriva la convocación a una comunión de fraternidad y solidaridad. Pablo quiere que las comunidades formadas vivan internamente esta fracción del pan, compartan los bienes y coman juntos del mismo pan para recibir la fuerza de vivir la solidaridad, la justicia, de renunciar al egoísmo y de preocuparse por los más débiles de la comunidad.

Conociendo al Pablo misionero, tanto cuando confronta en los vv. 20.22.27.29 a los ricos y acomodados que dejan sin nada a los pobres como cuando defiende a los pobres de la comunidad, él lo hace desde el amor, desde su propia experiencia de participar de la Cena del Señor. “Porque no sólo comemos el cuerpo de Cristo, sino que eso ayuda a convertirnos nosotros mismos en el cuerpo de Cristo”. Si en la eucaristía nos unimos profundamente a Cristo, esto se debe verificar en la vivencia de la fraternidad. A mayor unión con Cristo, mayor solidaridad se vive con los otros. No hay unión con Cristo sin una real unión con los hermanos.

Al comer del único pan que es el cuerpo de Señor, los cristianos y las cristianas se convierten en su cuerpo eclesial, que no es una simple suma, sino comunión fraterna o koinonia (1 Cor 10,17). Pablo ve una íntima relación causal entre el cuerpo eucarístico y el cuerpo eclesial.

De ahí también la condición indispensable para poder recibir la eucaristía que San (sic) Pablo recuerda a los Corintios: la ausencia de división y los sentimientos fraternos entre los asistentes (1 Co 11,17ss). En efecto, sería una contradicción que unos cristianos divididos y en malas relaciones recibieran el pan del Señor que forma un solo cuerpo.

El dato [sorprendente] es que tanto la eucaristía como la Iglesia se definen de la misma manera. Ambas son “cuerpo de Cristo”. El pan que partimos, dice san Pablo, es comunión con el cuerpo de Cristo (1 Cor 10,16). […] Si la eucaristía y la Iglesia se definen bajo la misma categoría, es una incoherencia participar en la eucaristía sin vivir a fondo la comunión eclesial. No cabe disociar la participación en el cuerpo, en la persona del Señor, y la participación en su cuerpo eclesial, pues ambos son dos dimensiones de una misma realidad: Cristo.

Por eso, amar la Iglesia hoy, sentirse Iglesia —sentir y colaborar con ella, que es santa y pecadora— es fundamental para el cristiano.

El problema de la Iglesia de Corinto, en tiempos de san Pablo y de muchas iglesias o comunidades cristianas en la actualidad, es que celebran el cuerpo de Cristo, pero no son el cuerpo de Cristo. No viven lo que el sacramento de la eucaristía pide y significa. Y esta incoherencia invalida la eucaristía, impidiendo que sea la Cena del Señor. Sólo puede participar en la eucaristía el que antes ha colaborado en la edificación de ese mismo cuerpo de Cristo y en la superación de sus problemas y quebrantos. No se puede estar en comunión con el Señor como cabeza de un cuerpo, olvidando el servicio fraterno a los miembros de ese cuerpo.

El compartir solidario, el dar/darse es lo que constituye la comunidad que come el Cuerpo del Señor.

2.3 ¿Respetar el cuerpo del Señor o sufrir el juicio? (27-34)

27 Por tanto, el que come el pan o bebe la copa del Señor indignamente peca contra el cuerpo y la sangre del Señor. 28 Cada uno, pues, examine su conciencia y luego podrá comer el pan y beber de la copa. 29 El que come y bebe indignamente, come y bebe su propia condenación por no reconocer el cuerpo. 30 Y por esta razón varios de ustedes están enfermos y débiles y algunos han muerto. 31 Si nos examináramos a nosotros mismos, no seríamos juzgados. 32 Pero si el Señor nos juzga, nos corrige, para que no seamos condenados con este mundo. 33 En resumen, hermanos, cuando se reúnan para la Cena, espérense unos a otros; 34 y si alguien tiene hambre, que coma en su casa. Pero no se reúnan para ser condenados. Lo demás ya lo dispondré cuando vaya.

Después de hacer memoria, Pablo interpela a los Corintios, exhortándoles a realizar este rito dignamente (11,27.29); y eso no debe ser leído en sentido moralista respecto “a la condición espiritual interior de las personas”, de si están o no en pecado, como se hace muchas veces, sino desde la vivencia de la fraternidad y la solidaridad.

La eucaristía es a la vez salvación y juicio (krynô). No se trata de una celebración cultual sin más. Ella implica una actitud interior arraigada en un espíritu fraterno y en una vivencia solidaria. De lo contrario, participar de la Cena del Señor, comer su cuerpo y beber su sangre se convertiría en motivo de condena. La eucaristía no salva automáticamente; tiene que haber una implicación directa y una identificación con su causa. La solidaridad, la justicia y la fraternidad aparecen como efectos ineludibles del compartir el pan eucarístico.

El papa Francisco nos advierte:

Se trata, pues, de «discernir» el Cuerpo del Señor, de reconocerlo con fe y caridad, tanto en los signos sacramentales como en la comunidad, de otro modo, se come y se bebe la propia condenación (cf. v. 11, 29). Este texto bíblico es una seria advertencia para las familias que se encierran en su propia comodidad y se aíslan, pero más particularmente para las familias que permanecen indiferentes ante el sufrimiento de las familias pobres y más necesitadas. La celebración eucarística se convierte así en un constante llamado para «que cada cual se examine» (v. 28) en orden a abrir las puertas de la propia familia a una mayor comunión con los descartables de la sociedad, y, entonces sí, recibir el Sacramento del amor eucarístico que nos hace un sólo cuerpo. No hay que olvidar que «la “mística” del Sacramento tiene un carácter social» [207]. Cuando quienes comulgan se resisten a dejarse impulsar en un compromiso con los pobres y sufrientes, o consienten distintas formas de división, de desprecio y de inequidad, la Eucaristía es recibida indignamente.

La eucaristía enjuicia la vida del creyente, exige de él un examen de conciencia, una actitud de discernimiento. Porque el cristiano que comulga el cuerpo del Señor, según Passakos, extrapolando lo que dijo respecto a Pablo, no puede dejar de lado las diferencias sociales entre los cristianos echando sobre ellas una capa de caridad. Pues, la eucaristía, además de su sentido devocional, es, a la luz de Pablo y de los Evangelios, exigente y revolucionaria y debe corregir esas diferencias. Ella reclama la vivencia de “una justicia más comunitaria y no conformarse con un asistencialismo [camuflado de caridad] que coexiste con las divisiones”.

En ese sentido, la Conferencia del Episcopado Dominicano, en su tradicional carta pastoral con motivo de la festividad de Nuestra Señora de La Altagracia de este año, con el tema de la Eucaristía como fuente de comunión e impulso en la misión, exige el ser sensible con los que más sufren y ser capaz de reconocer los males que atañen a la sociedad dominicana, confrontando las estructuras de pecado.

Las exhortaciones que Pablo hace a los cristianos y cristianas de la comunidad de Corinto en 11,28-29 a examinarse (dokimadzô) y discernir (diakrinô), para evitar una condena (krima), en 11,32, las dirige también hoy a todos los que comemos el cuerpo del Señor. Porque, no pocas veces, cometemos la misma falta que criticamos a la comunidad de Corinto, avergonzando “a los que no tienen nada” y siendo insensibles a su sufrimiento.

La eucaristía es esa fuerza que lleva a trabajar por el Reino de Dios y su justicia, que nos hace solidarios los unos con los otros. Ella nos arraiga en Cristo y en su misión proclamada en Lc 4,18-19, al leer en la sinagoga un pasaje del profeta Isaías:

El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor.

Jesús se identificó “con los más pequeños (Mt 25, 40)”, y esto exige de todos los cristianos ocuparse de “los más frágiles y vulnerables de la tierra”. Es a ellos “que la Iglesia debe cuidar con predilección”, dice el papa Francisco. “Quiero una Iglesia pobre para los pobres”, es una de las opciones más evangélicas de su eclesiología.

Evaluación personal y comunitaria:

¿Qué se puede concluir de la celebración de la Cena del Señor en la comunidad de Corinto? ¿Por qué Pablo no alaba ni aprueba su celebración? ¿Qué es lo que invalida la Cena del Señor? ¿Qué significa celebrar indignamente la Cena del Señor? ¿Cuáles son las condiciones indispensables para poder recibir la eucaristía que san Pablo recuerda a los Corintios y, por ende, a nosotros hoy? ¿Qué significa comer el cuerpo de Cristo y ser el cuerpo de Cristo? ¿Disociamos la participación en el cuerpo, en la persona, del Señor, y la participación en su cuerpo eclesial? ¿Somos personas de koinonia o comunión fraterna, de ágape, o formamos bandos y partidos de acuerdo a la empatía o intereses individuales o grupales? ¿“Los que no tienen nada”, como llama san Pablo a los pobres, tienen un lugar digno en la mesa del altar o son avergonzados? ¿Qué lugar ocupan ellos en nuestra vida, en nuestra comunidad e Iglesia? ¿Cómo vivimos la eucaristía? ¿Es apenas una simple devoción que comienza cuando entramos al templo y termina cuando salimos de él? Cuando comulgo el cuerpo del Señor ¿hago silencio interior y examino mi vida para ver si vivo a fondo la fraternidad y solidaridad que el participar del cuerpo del Señor me exige? ¿Soy consciente que al comulgar el cuerpo del Señor participo de su proyecto de vida y de su misma misión que él mismo proclamó en Lucas 4, 18-19? ¿Qué diría Pablo sobre las celebraciones de nuestras eucaristías? ¿Diría lo mismo que a la comunidad de Corinto? ¿A qué nos exhortaría? ¿Acaso diría que alaba y aprueba nuestra celebración? ¿Qué invalida la celebración de la eucaristía en nuestras iglesias y capillas? ¿La eucaristía es verdaderamente esa fuerza que nos impulsa a la misión de trabajar incasablemente por el Reino de Dios y su justicia en nuestra sociedad dominicana, marcada por la impunidad y corrupción haciendo imposible la vida digna “a los que no tienen nada”?

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