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Crónica/Poesía

Marruecos: de paraísos y serpientes

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Juan Manuel RocaCiudad México

Es más que retórico constatar, a poco de llegar a Marruecos, que el corazón de Babel tiene en ese país su residencia. Lenguas y voces y registros verbales tan diversos no impiden que por momentos encontremos la voz perdida de la tribu.

El Festival de Poesía de Safi pone de presente, así sea de manera temporal, que la poesía logra no pocas veces hacer que el odio y el rencor, dos sombras que recorren los tejados del mundo, den paso a los vestigios de una humanidad menos virulenta, a un entendimiento en la palabra.

El país es asombroso. Y los marroquíes no desentonan en el asombro. Me parece que ponen más énfasis en querer que en ser queridos. De ahí su generosidad sin franquicias. Resulta muy corto el espacio de esta nota para hablar de sus paisajes. Llegamos durante una primavera árabe –y hablo en términos climáticos– con un aire, decía un poeta marroquí que sólo estaba como público en Tánger, que parecía tener el fresco de la mejilla de una novia, con lo cual parecía conectar con el “jardín de las caricias”.

Las casas corrientes tienen en sus ciudades su belleza escondida tras un velo de sencillez, pero una vez se entra por una de esas puertas con forma de cerrojo, uno se encuentra con un patio donde está la belleza acurrucada. No es necesario pensar mucho en la presencia andaluza ni en el mestizaje de ida y vuelta que a los latinoamericanos nos llega por la vía española. No se siente uno llegando por primera vez a Marruecos, se siente regresando.

Dan ganas de quedarse en “una casa allá/ con su pozo profundo/ y su terraza blanca/ como la sal de las constelaciones”, como dice el formidable poeta marroquí Abdellatif Laabi, un hombre nacido en Fez y renacido en muchas partes del mundo.

Dan ganas de quedarse en Volubilis, en las ruinas romanas del siglo III antes de Cristo, en la antigua Mauritania berebere que aprendió latín. Y dan ganas porque, para construir ruinas, queridos Tobías y Jona, no hay nadie como los romanos. Caramba, no entiendo por qué en nuestras facultades de arquitectura no enseñan a hacer ruinas romanas.

Allí, en Meknes, aproveché la escenografía para leer mi “Poema invadido por romanos” traducido al árabe por Khalid Raissouni. Cuando lo veía leer mis poemas en árabe sólo pensaba en la maravilla de que me leyeran de derecha a izquierda, porque acá nada de la derecha es legible.

Aún nos quedaba ir a Marrakech, así lo hubiéramos hecho en la voz de Canetti, en los cantos de ciegos que hoy escuchábamos de viva voz y a veces en sus prolongados silencios sagrados. No es raro pensar que Dios y el silencio se parecen: nadie los puede ver. Dan ganas, también, de quedarse en Marrakech y no tanto por intentar entrar en la secta de los atrapados por la belleza, como los esposos Bowles, Pierre Loti y tantos otros viajeros, como por ver desde el café París, tras una celosía, la luna espiada como una mujer oculta en un velo de nubes.

Dan ganas de no tener nada sino de tenerlo todo, los aromas de las especias, el color y el sabor del té, las oraciones desde los minaretes cinco veces al día, sin tener que forzar camellos a pasar por el ojo de la aguja.

Hasta ahí las señales del paraíso que, como bien sabía John Donne, siempre supone su serpiente. Perdón por la miseria: en octubre de 2017, cuando ya se supo que los organizadores del evento de Safí habían decidido que yo fuera el poeta homenajeado, recibieron un correo del poeta Alí Calderón avalado por Mario Bojórquez, Mijail Lamas y Roberto Amézquita, en que los conminaban a no invitarme por ser “pagado” por las FARC y el Cártel de Medellín. Por supuesto, los organizadores no modificaron su determinación de invitarme como poeta a celebrar.

No tengo nada de qué defenderme, pues cualquiera puede darse cuenta por mis escritos que ni una guerrilla a mi juicio anacrónica ni un cartel de criminales están en mi ruta. Así que no voy a defenderme a mí, voy a defender una idea en favor de la poesía, la idea de que debemos estar lejos de las miserias del odio que sienten quienes viven el arte como contienda, y en esto no incluyo el necesario carácter crítico de la cultura. Pero aun la poesía crítica es contraria a la guerra sucia, a una guerrita mediocre que muchas veces se da mientras se mina la verdad con el fin de dar de baja todo intento de independencia. Es lamentable que hasta en una fiesta como debe ser la poesía, se filtren la malsana medianía y la calumnia. Es como si nos tocara aprender a bailar con armadura.

Resulta más patético que triste constatar que haya poetas que creen estar en una lastimosa competencia de galgos. Corren detrás de la liebre de la fama y de la esquiva fortuna para al final darse cuenta de que la liebre era mecánica y que es como mascar una medalla de cobre luego de una tonta competencia.

El correo de Calderón habla de un “nosotros” mayestático que me señala de manera tan temeraria e irresponsable, más aún si hablamos de países como Colombia (o México), donde afirmaciones como ésas pueden terminar en muerte física o social.

Dice en su correo que todo el equipo del Círculo de Poesía en América Latina, España y otros países de Europa y Asia, están de acuerdo en el asunto de vetarme. Pero resulta curioso que se cobijen como fantasmas en ese vago y mayestático “nosotros”. Resulta obvio preguntarse quiénes son esos “nosotros” que le otorga a este círculo el poder de acusar, de condenar y excluir a su antojo. ¿Qué se creen? ¿Una invulnerable Cofradía del Odio? ¿Quiénes apoyan, financian o estimulan tales vilezas?

Yo habré visto dos o tres veces a un par de miembros del Círculo de Poesía. No conozco sino uno o dos poemas suyos, no tengo buena ni mala opinión de sus versos, así que no tienen en mí a un enemigo. Más que defenderme de su burdo señalamiento, lo que defiendo es una idea que tengo de la poesía como forma de resistencia lejos de la guerra sucia que unos pocos exacerban. Me aburre tener que escribir esto como colofón de la serpiente del paraíso antes descrito a propósito de los días marroquíes. Me incomoda que los lectores tengan que enterarse por mí de estas bajezas, pero debo dejar en claro que si algo me llegara a suceder ya se sabe de dónde podría venir el asunto.

Lamentable, tener que aprender a bailar con armadura.

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