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Literatura

Fábula de Sergio Pitol

El autor incluyó este relato, inspirado en hechos reales, en su libro "11 Escritores mexicanos en Santo Domingo".

Un célebre escritor se encontró perdido cierta vez en la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo del 2001.

Con la fuerza que otorga la presencia en un lugar desconocido, un lugar donde supuestamente iba a ser objeto de innumerables homenajes, el escritor, a punto de llegar a las siete décadas de vida, recorrió aquel afamado recinto, una y otra vez y, mientras andaba, pudo comprobar que salvo el pequeño espacio que le dedicó a su stand el librero Juan Báez, nadie estaba atento a su presencia, ni a su importancia, ni al cansancio que ya comenzaba dejar invisibles manchas en su rostro. Quien esto escribe, en calidad de acompañante de su aventura, intentó minimizar aquella realidad con algunos chistes y anécdotas culturales que el autor supo soltear con mucha altura.

Unos minutos antes de las nueve de la noche, los altavoces de la Feria comenzaron a mencionar su nombre: “Estimado público, los invitamos a participar en el homenaje a Sergio Pitol que se efectuará en el Pabellón de las Telecomunicaciones, en breves instantes”.

El escritor y su acompañante llegaron puntualmente al lugar señalado, y ambos quedaron sorprendidos por la extraordinaria aglomeración de personas que allí se concentró. Para llegar al interior del Pabellón, casi tuvieron que saltar por encima de una avalancha de jóvenes enardecidos que, según Pitol, nunca antes en su vida había visto gritar con tanta euforia.

En un principio, no sucedió nada digno de mencionarse, pero poco después, ambos caminantes sintieron que aquellos jóvenes no habían ido allí para conocerlo ni para rendir tributo a su obra literaria. Aquella multitud que estremecía el pabellón de las Telecomunicaciones de la Feria del Libro, con sus voces y clamores, estaba pendiente de una rifa de varias laptops y órdenes de compra para softwares y otros programas cibernéticos que, según sus patrocinadores, iba a ser dirigida por el mismísimo Sergio Pitol.

-Sáqueme de aquí, Luis, se lo ruego. Esas palabras me fueron susurradas al oído con gran delicadeza por el escritor en el mismo instante en que el maestro de ceremonias –también de pie y al lado nuestro- le entregaba algunos obsequios como recuerdo de su visita. Aquel presentador, nervioso y sin saber frente a quien se encontraba, no había leído ni la síntesis biográfica del supuesto homenajeado.

Escapado de la vocinglería y de regreso al stand de Juan Báez, el escritor, todavía con la frente en alto y la mirada perdida en los orificios de aquella inolvidable noche de abril, colocó sobre un cesto de basura los obsequios que le habían entregado, entre los que se encontraba un flamante celular del año, marca “motorolla”.

-Quien los encuentre, le dará a estos regalos un mejor uso que yo.

Y dicho esto, Pitol y su acompañante siguieron rumbo norte como un par de incomprendidos vendedores de ilusiones.

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