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Literatura

El vuelo de las voces en “La tarde en que la oruga abrió sus alas” de Berenice Pacheco Salazar.

La poesía adquiere nuevas dimensiones a partir del poeta. Estas son partes de la vida. Esas que debemos inventar cada día. El tránsito de ir siendo, cosa esta que engrandece y postula una mejor vida ajena al tambor rutinario de lo posible. Sin embargo, la visibilidad de lo invisible es la gran aventura de dar el salto al misterio de la existencia. La poesía augura el festín de la luz entre las piedras polvorientas del transcurrir. Todo pasar lleva consigo el imborrable ascenso del ente. Un ser en constante transformación que no consiste en tener sino en crecer.

“La tarde en que la oruga abrió sus alas” de Berenice Pacheco Salazar es el intento de una conciencia que se sabe en un querer ir más allá de lo previsto por la sociedad y también para sí misma. El caudal surge de las voces que emanan del poema. Del hondo renacer que ellas invitan a festejar la existencia desde otra perspectiva. Emprenden el vuelo cuando las alas están listas. Si son de sanación, es porque desvelan el ichinen donde las potencialidades se manifiestan.

La vida es una sucesión discontinua que se une como guirnaldas agoreras por un lado y, por la otra, la febril avalancha de lo vivido que deja la experiencia del cultivo. Nunca existe la última palabra en este proceso de la voluntad como representación del deseo.

¿Escribir nos libera? Si libera, entonces, las palabras serán alicates gigantes que cortan los barrotes de las jaulas, aunque la mayor riqueza consiste en saberse enjaulado, pues buscaremos la forma de salir. Berenice lo sabe e invita al vuelo y, por supuesto, expone su experiencia liberadora. No la mujer tradicional, sino aquella que manifiesta una existencia auténtica. La que redime en el vuelo y, por la poesía, podéis despertar.

En la segunda parte del libro (A la izquierda de la luna.) es notorio este proyecto.

¨ Y hoy?

Hoy soy mujer.

Y te llama mi piel con uno de esos fuegos de saberme diosa,

Gaviota, muro, poesía.

Mujer de máscara infinita

Unida a un rastro y memoria.

(Pág. 35)

De saberme diosa, es decir, creadora, vuelo y trascendencia. Cuando la oruga abre sus alas es que ha despertado y, por lo tanto, conciencia de ir siendo, en este caso, mujer.

¿Y qué es ser mujer? Desvelar su esencia femenina que no queda en el ámbito de la sociedad. Que trasciende los atavismos y, sobre todo, la benéfica espontaneidad del vivir.

Una condición del despertar es la rebeldía, romper con lo que ata sin más razón que no sea la tradición. Este ir siendo significa que no se es desde una inmovilidad atávica. Se es desde el transcurrir y su mayor esplendor sucede en el vuelo. El vuelo de la transformación. No desde una visión horizontal sino vertical. La visión es totalizadora. En el caso de Berenice, parte de la búsqueda de ser Mujer. Las voces son sinónimos de identidad. No solamente histórica. De ahí que el mar, la noche y la luna jueguen un papel en el despertar. La luna interfiere en el amor, la noche en la infinitud y el mar como lo inmenso y profundo. Despertar se conjuga con el mito, la poesía y la magia.

´Hablemos de la voz de la mujer,

La mía, la tuya, vuestra, nuestra.

Hablemos de nuestra voz.

Escuchemos el canto madre-hija,

Hija-hija, madre-madre,

De ella, aquella, de ti, de mí.

Escuchemos nuestra voz y silencio.´´

¨Cuestionemos.

Seamos siete cuerpos al universo.

Inventemos.

Creemos la libertad y el amor como casa.¨

(Pág. 44)

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