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Artículo/Literatura

Utilidad y necesidad de la reseña y la crítica literaria

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José María EspinasaSanto Domingo

Es casi inevitable, cuando se es crítico y reseñista en algún género, hacer al final del año una lista de las diez mejores películas, exposiciones, obras de teatro, novelas o libros de poemas. Cuando fui editor de revistas las solicité con frecuencia y las hice yo mismo, me divertía leerlas y me parecía un buen termómetro de lo que el año había dado en novedades, y pensaba entonces que a los lectores también les atraían, ya fuera para contrastar con sus gustos y preferencias, ya para guiarse en un mar de ofertas de lectura o para enterarse de lo que le había pasado inadvertido. Y había en ellas, en las listas (desde los diez mejores libros del siglo hasta las del año que terminaba) un interesante morbo sobre lo que los críticos consideraban imprescindible. Recuerdo, por ejemplo, algunas muy polémicas publicadas en los años ochenta por la revista española Quimera. Pero de aquellos años para acá mucho ha cambiado en la manera de escoger nuestras preferencias de consumo cultural.

Se ha dicho muchas veces que la labor del reseñista debe adaptarse a la época: ese guía que orientaba al lector fue desplazado por la sobreoferta de recomendaciones que el mercado, gracias a la web, emite cada día, y los suplementos y revistas adelgazaron sus espacios para las notas y reseñas. También contribuyó la pérdida de legitimidad que provocaba el club de elogios mutuos en que devinieron muchas de las secciones dedicadas a ello. Sin embargo, los lectores exigentes siguen buscando las reseñas y siguen las recomendaciones de uno u otro crítico. Se tiene la sensación, sin embargo, de que es un género en extinción, abrumado por la prisa, la exigencia telegráfica y la falta de espacios. Para recordarlo recomiendo leer “reseñas” de Gabriel Zaid, verdaderas obras maestras y muestra de que la buena literatura, como la buena crítica, no depende de la novedad del calendario.

No obstante, persona de costumbres, busqué las listas de costumbre en las secciones culturales de los diarios y, aparte de que se han vuelto escasas, tengo que expresar mi desconcierto. Una de las virtudes de las listas era dar en breves trazos un retrato del año. Por ejemplo, uno reconocía de inmediato 2015 y 2016 como los años de los dos primeros tomos de los Diarios de Emilio Renzi. No había duda: esos años los marcó ese ambicioso proyecto ensayístico-histórico-narrativo que ocupó los últimos años de vida del extraordinario escritor argentino Ricardo Piglia. Y 2017, año de su muerte, aparece el tercer tomo y final, de forma pós-tuma. Y se le menciona, es verdad, pero como a regañadientes, como si en un corto lapso ese libro al que debemos volver una y otra vez los próximos años se hubiera vuelto viejo. Lo mismo ocurría con otras publicaciones, como si la muerte nos rebajara el entusiasmo, como ocurrió con el también heterodoxo texto Teoría novelada de mí mismo, de Sergio González Rodríguez, también póstuma.

Cuando traté de explicarme lo poco satisfactorias que me resultaban las listas de este año, la reflexión me fue llevando por caminos no muy agradables. Si alguna vez esas enumeraciones representaron un gesto crítico, así fuera un poco trivial, hoy han perdido carácter al ser configuradas por una especie de márquetin publicitario. Como si quien la elabora en lugar de plasmar su gusto, con el riesgo de no coincidir con el lector buscara, en cambio, querer adivinar lo que el lector quiere que se le diga, para no decepcionarlo. Entonces el retrato se desdibuja y nos deja una sensación de un año perdido.

Me parece saludable que el crítico tenga conciencia de quienes lo leen, pero eso no significa que deba abjurar de su propio gusto, que es el que lo vuelve “crítico”, y es inevitable que éste sea minoritario. ¿Desde cuándo lo minoritario se volvió un defecto? Pero hay un problema mucho mayor en esa tendencia a hablar sólo de lo que se hablará, pues ya se tiene una idea previa de esos tópicos. El problema es que incluso esos tópicos han pasado a ser más que una oferta del mundo cultural, una oportunidad. Hace años, antes del video y el YouTube, los aficionados al cine perseguían las funciones a horas insólitas, en lugares extraños, una sola vez, si no querían perderse la película. Hoy, con el libro, pasa un poco lo mismo. Varias de las recomendaciones que leí y que no conocía no estaban en librerías importantes. Se me dirá que para eso está Amazon. Exactamente para eso: para no poder elegir sobre una mesa de novedades lo que se quiere leer.

Si el reseñista parece una especie en extinción eso se debe a que el medio cultural está organizado de una manera en que su labor parece prescindible. Su lugar era el de ofrecer pistas para orientar la lectura; hoy es, si acaso, el de testigo. La consecuencia es muy nociva. Por ejemplo, está lo que ocurrió en el cine: la idea que se impuso de la reseña cinematográfica, hace dos décadas, fue la del boletín de prensa. Hoy, lo que antes se llamaba cinefilia prácticamente no existe. Algo similar puede ocurrir con la lectura, en donde el lector se ve sustituido por el consumidor y a la larga por el comprador que no lee el libro que compra.

La literatura mexicana tiene además condiciones agravantes. Se quedó sin lectores de lo que se escribe; se publica mucho, pero esa cantidad es, en un alto porcentaje, invisible. Vean en los diarios el espacio que se dedica a promover libros. El noventa por ciento es literatura traducida, y del diez por ciento restante una parte mínima es literatura escrita por mexicanos. Y no ofrezco el ejemplo para escandalizarme por el nacionalismo perdido, sino en defensa de lo inmediato. En la mesa de novedades de la librería pasa lo mismo y en la lista que se hace como recuento de fin de año ídem. Esa invisibilidad no ha sido sustituida por una visibilidad distinta en la red.

La consecuencia es que incluso si los críticos detectan la calidad a corto plazo y aciertan en su diagnóstico, eso ya no tiene incidencia. Los buenos libros, para un país con la realidad que tiene México, han dejado de ser importantes, ya no le interesan a ese monstruoso “nadie” que designa en las frases hechas a la sociedad. Pero si ya no son importantes son cada vez más necesarios, y el hecho debía servirnos de advertencia en un año de elecciones: la única esperanza es lo minoritario

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