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Antipoeta chileno

Nicanor Parra visto desde los ojos del Caribe

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Carolina PichardoSanto Domingo

La antipoesía tiene nombre y apellido: Nicanor Parra.

Sus letras definidas como irreverentes, que fueron escritas durante más de 75 años, trascendieron generaciones y después de más de una centena de años el alma del escritor chileno que parecía inmortal partió el pasado 23 de enero. Tenía 103 años.

La admiración que le tenían miles de personas no era solo de países de su región, también su talento trascendió fronteras hasta escalar como uno de los más reconocidos y elogiados por aquellos pertenecientes al mundo del arte y la escritura.

Valentín Amaro, miembro de la Feria Internacional del Libro Santo Domingo, dice que Nicanor Parra es un referente importante para la historia de la literatura hispanoamericana.

“El gran legado que deja Nicanor Parra es el haber mostrado otra cara de la poesía. Con él acudimos a una poesía que apostó por una poesía contestataria y libre”, dice el escritor de “Mariposas Negras”.

Considera que Parra mostró que la poesía era un salto al vacío, una irreverencia y una lucha libre continua con todo lo establecido. “Su mayor aporte fue recordarnos que la creación poética y la libertad deben ir de la mano”, agrega.

Para la narradora y ensayista dominicana Ibeth Guzmán su obra literaria es un legado, sin ánimos de caer en lo obvio.

“A través de su obra él cultivó una poesía compleja y transparente. De una diafanidad inquebrantable. Su planteamiento de la antipoesía no es más que un llamado a desnudar de artificios el alma del poema”, declara la escritora de “Mujer en pocas palabras”.

Entiende que su carrera literaria estuvo marcada por una constante búsqueda de espacios para dar asilo a su voz, en donde encontró la limpidez de su estilo, la libertad del verso, la certeza en la selección y abordaje de aquellos temas humanos que van a ser trascendentales solo bajo la lucidez de sus versos.

Raisa Pimentel, del Taller Literario Narradores de Santo Domingo, expresa que Parra creció en medio del arte y la inestabilidad, y que este último factor lo convirtió en un hombre del ir y venir.

Relata que Nicanor viajó entre las obras de escritores como Vicente Huidobro y Pablo Neruda, y de ahí se trasladó a Federico García Lorca y Walt Whitman con la finalidad de afinar su voz poética y crear un lugar en las letras sin límites.

“Parra se define como antipoeta y no lo hace para decir que no hace poesía sino que no hace un tipo de poesía, para afirmar que cuando lo desee tomará en cuenta factores clásicos como la métrica y la rima, pero que así mismo los echará a un lado cuando quiera, su poesía podrá surgir de cualquier parte y seguirá siendo arte”, piensa Pimentel sobre la obra de Parra.

Volviendo a su “Poemas y Antipoemas”, Raisa dice que él sorprende con su ironía, su cotidianidad y lo subversivo de su obra que tiene un ritmo y oralidad que convierte a su poesía en algo que se reinventa y que no muere.

Uno de los mayores aportes que tuvo este antipoeta para Pimentel fue que más que quitar del pedestal la poesía de lo sublime, lo inalcanzable y reemplazarla, buscaba eliminar el pedestal y que simplemente exista, que suba y baje por una montaña rusa.

A lo que cita el siguiente poema de Nicanor Parra:

“Durante medio siglo la poesía fue el paraíso del tonto solemne. Hasta que vine yo y me instalé con mi montaña rusa. Suban si les parece. Claro que yo no respondo si bajan echando sangre por boca y narices”.

Para la pintora dominicana Elsa Núñez el legado que Parra dejó en el mundo fue democratizar la poesía creando una nueva corriente literaria que llamó antipoesía, en donde utilizaba un lenguaje innovador reemplazando todos los cánones.

Núñez además de amar su forma de escritura apreciaba su trato hacia los más humildes, con quienes se relacionaba más que con sus colegas intelectuales.

Una frase que permanecerá marcada en su vida es: “No cometeré la torpeza de recibir elogios inmerecidos”, que da a demostrar la sencillez del antipoeta.

Entre sus poemas preferidos del escritor están “Hay un día feliz”, “Se canta al mar” y “Desorden en el cielo”, que, según expresa, demuestran su talento y creatividad que lo sitúan entre los grandes poetas de América Latina.

“A recorrer me dediqué esta tarde

Las solitarias calles de mi aldea

Acompañado por el buen crepúsculo

Que es el único amigo que me queda”.- fragmento del poema “Hay un día feliz”.

Y aunque Nicanor Parra nunca pudo pisar suelo dominicano, los representantes del arte y la literatura en República Dominicana han adoptado su obra y recordarán al Premio Miguel de Cervantes en 2011 por su irreverencia y libertad.

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