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Poesía

Diccionario para occisos

La obra resultó ganadora del 1 Premio Nacional de Poesía Joven 2016,

Exigirles a las palabras que chillen como putas no es tan lúcidamente fácil pues pone en juego los artificios como la orfebrería. Es cuestión de veteranía y talento. El entusiasmo y el exceso de bríos no bastan para alucinar la lógica de la creación.

La estrategia del poeta es ingeniosa: Diccionario para Occisos. Todo diccionario es un traductor de la lengua, entonces, estamos ante un traductor de o para muertos. Los lectores serán ya póstumos. ¿Qué nos ofrece el poeta? Una visión apocalíptica. Pero no desde un mundo vívido, sino perceptual, intuitivamente fluyendo hacia una creación despojada.

El poemario de Rafael Román Féliz me causa una impresión muy connotada y, a la vez, febril. La obra resultó ganadora del 1 Premio Nacional de Poesía Joven 2016, En homenaje a Alexis Gómez Rosa.

En un primer momento, este despojo alucinante está vinculado a la Biblia ante el hecho posdiluviano. La destrucción está sugerida por el agua, por la oquedad del mar. En el diluvio Dios no destruye el mundo, sino toda creación viviente. Ante los poemas prosaicos del texto, es tener la misma impresión. No hay vivientes, sino estatuas. ¿Y qué son? Memorias de la muerte. El agua es vida, pero también muerte cuando los cuerpos son apresados por ella. Los elementos compuestos se corrompen. Por igual, la presencia de la luna, regidora de las aguas, entonces, cuáles serían las únicas entidades vivientes: los peces. En esta alternancia de imágenes, el personaje poético rige enunciando esta visión apodíctica.

Este Adán de la muerte precisa nombra este mundo. ¿Será el personaje poético es un cronista o un profeta? Ya lo creo, por eso, la vista se conjuga con una angustia que ya no se sufre. ¿Puede sentir el occiso? No. Es como si el muerto pudiera ver su nuevo albergue, pero no sentir. Busca un sentido en este nuevo reino. Los destellos de luz son débiles faros de ausencia. Cuando dije anteriormente visión perceptual porque hay memoria en el occiso, sin ella no es posible articular la presencia contemplada y, por tanto, el Verbo. ¿Cómo puede rastrear esa actualidad póstuma? Por medio de inmensos oleajes oníricos.

En los poemas finales del libro asistimos a un monologar en busca de un posible sentido. Obviamente, tal sentido se volatiza ante la acechanza de la nada y el vacío. Así como los pájaros no tienen un destino, igual pasa con nuestro occiso alucinado por el otoño delirante. Ciertamente, este diccionario no es un glosario, sino una geografía hiperbólica de ausencia que se perpetúa en un manuscrito.

El sentido de la vista es vital ya que las construcciones están sostenidas por metáforas sobre metáforas o por complementos preposicionales que relacionan palabras, a veces, tan distantes como el mar y el cielo. Lenguaje que se acumula en frases yuxtapuestas como guirnaldas indomables. Hay un exceso de adjetivación que fuerzan al ritmo sobre acequias profundas.

Algunos lo llamaran barroquismo, yo, por el contrario, estela de residuos que impiden el total esplendor del poema.

“Esos dioses hundían su espada en el aire espeso, la edad del viento hablaba de silencios inagotables, un candelabro de sombra graznaba en la hora inverosímil. Escribió la lluvia en un continente de relojes de arena, mi endémica pluma discursaba sueños, las pestañas del día pesaban ya sobre el horizonte. Un búho alquimista peregrinaba en el frío ataúd de la tierra.”

(Pág. 31)

Parte de su novedad, como texto poético, es su estrategia de llevarnos a conocer un mundo despojado e irreversible donde la soledad aguza aún más la fragilidad de quien se pudiera decir un profeta del olvido y la ausencia, resonando en la cabeza de ese enano que juega al póker.

Diccionario para occisos, Luna Insomne Editores, 2016.

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