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El laberinto existencial en “Mañana es ningún día” de Denisse Español

El primer libro de un poeta es la Celebración de las celebraciones posteriores. Es aligerase y, a la vez, la exposición inaugural ante los lectores que, hasta ese momento, le ignoraban como emisor peculiar. Abres las puertas a emociones y sensibilidades. Mi primera publicación aclaró las posibles dudas de si era o no frente al poema. Obviamente, sientes que ha cruzado la puerta que dará a un nuevo sendero que afirmarás o negarás con el pasar de los años. Un pacto entre literatura y existencia. Es negarse a las trivialidades de la existencia anonadada.

Denisse Español con este poemario “Mañana es ningún día” ha cruzado esa puerta. Ha hurgado su sentir en el mar de las palabras escritas que conjuga con la existencia. Bien dice Ramón Saba al referirse al poemario como un laberinto. Pero un laberinto que se revela como vivido. Cada escenario cotidiano lleva a replantarse quién soy con respecto al otro confinado en la experiencia, no ya como fenómeno sino nóumeno. Ciertamente, aspira a la libertad que transcurre en la mente. No alcanza a ser objetiva, sino pensada. Lo importante, en este caso, es la búsqueda existencial que, por el momento, la hunde en la angustia que supone repasar la experiencia. Hay un hasta aquí, pero sabe que no hay una salida feliz porque implica desapegarse y para ello negarse a sí misma. Cosa que la mantiene en la ambigüedad de haber sido que imposibilita su ir siendo. De ahí que el mañana no tenga configuración.

En este drama se plantea el dolor, el sufrimiento, eros, las cargas no resueltas con respecto al padre. Carga, densidad, peso, acumulación, dolidas emociones que se agigantan mientras se recuerdan en un espejo infiel para lo que se imaginó que la vida, su vida, fuera. Denisse va aclarando la voz en unos versos que fluyen espontáneamente. Su sensibilidad se rebela ante algo que ha soportado por mucho tiempo.

Su condición femenina se pone en duda con respecto a lo que debe ser. La frustración alcanza la intuición de no ser así, aunque no está segura de renunciar completamente. De cualquier modo el laberinto, en su recorrido, se repite y recorre lo ya desandado. Pienso que entra en una especie de infierno recurrente.

En el poema De Mentes nos dice:

“Las pesadillas rondan de noche

una niña canta,

la más dulce voz como un cuchillo

danza en línea recta por la garganta.

te vacía de sangre

el suelo devora tu tinta.”

(Pág. 53)

Un lamento, una queja, una suerte de rebeldía que busca romper cadenas que se perpetúan en los márgenes de una conciencia que desea redimirse sin encontrar el camino de realizarla que sólo el grito refleja como destellos de una querencia. Estos poemas conjugan la compleja contradicción entre la rebeldía y devoción.

“Trabajar, gritar, dormir

Volver.

Cada mañana me veo buscando

en un closet imaginario la cinta adhesiva

para armar de nuevo el corazón

roto tantas veces,”

(Pág. 115)

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