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LA BUTACA

Cualquier parecido es pura coincidencia

Cuando la irreverencia se desborda, nace la estupidez. Y el oportunismo. Es bueno navegar contra corriente, no bajar la testa ante rufianes, ni aceptar la palabra escrita como verdad absoluta. Cada quien tiene derecho a inventar su propio mundo, a recorrerlo, a transformarlo, a defenderlo y amarlo con todas sus fuerzas. Pero, como dijo Hegel: “no es lo mismo ver el mundo desde un castillo que desde el fondo de una cueva”. No es posible que una manzana podrida caiga del árbol por su propio peso. Un buen sociólogo tendrá que convenir en el trazado de la personalidad del irreverente, del estúpido y del paranoico, porque sus conductas casi siempre miran con la doblez del resentimiento. Son tres categorías que casi nunca se bifurcan porque atienden a entramados de la personalidad de una personalidad frustrada socialmente, alguien que quiso ser lo que no pudo y que no se conforma con ser lo que es. A todos no les gusta ver pasar la comparsa por las calles carnavalescas, sino incluirse en ellas. Pero hay que saber que en un equipo de béisbol no todos pueden ser el cuarto bate.

Vivimos tiempos de límites, donde llamar la atención no solo propone el rompimiento de junturas, sino un precio que no todos los mortales con dos dedos de frente están dispuestos a pagar. La suerte para el oportunista es que a los demonios le encantan los disfraces. Y muchas veces aparece vestido con la irreverencia de los sabios.

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