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Politología

Coriolano la tragedia, análisis y conclusiones

En definitiva, Coriolano mostró invariablemente una necesidad incesante de autoafirmación. Por eso, según Plutarco, nunca se sintió satisfecho con sus triunfos, pues sólo significaban para él una especie de compromiso que lo obligaba a la autoafirmación permanente.

Esto, según pensamos, podría deberse, lejos de lo que creía el queroneo, a la orfandad prematura, condición que por hacerlo sentir diferente a la mayor parte de sus semejantes, le producía una sensación de incompletud, la cual buscaba remediar a través de la fama y los honores. Cosa que nunca conseguía, pues sentía, consciente o inconscientemente, que esos éxitos no eran suficientes para alcanzar la completud mutilada.

Su exagerada soberbia lo llevaba a reaccionar con ira descompuesta ante la menor frustración, a sentirse superior a los demás y a exhibir escasa capacidad para comprender la realidad. Por eso subestimó el poder popular, lo cual permitió a los tribunos de la plebe conspirar abiertamente contra él –igual le pasó con el caudillo volsco quien percibía en cada uno de sus triunfos una derrota personal–.

Hablaba, y eso era lo peor, como dice Shakespeare, con el corazón y no con la razón política, como sostenemos nosotros. Estos rasgos, sumados a su hosquedad, falta de tacto, empatía y de generosidad hacían de él un ser impolítico, es decir, transparente, predecible y, por lo tanto, fácilmente provocable.

Después de vencer a los volscos, su soberbia se inflamó a una dimensión inimaginable, lo cual hizo que su animosidad contra la plebe la expresara abiertamente y que su falta de humildad lo traicionara.

Así ocurrió, pues se resistió o se negó, según Shakespeare, a cumplir ciertos protocolos para obtener la simpatía popular, error que sus enemigos aprovecharon para intrigar y conspirar hasta desconocerlo como cónsul y condenarlo por traidor.

Quien se ha acostumbrado a vivir saboreando las mieles del triunfo, ascendiendo las cumbres más elevadas del poder, venciendo los obstáculos más insólitos, recibiendo los máximos honores y en una amplificación permanente de su sí mismo, difícilmente soporta una afrenta, una injusticia, real o sentida como tal. Eso precisamente le pasó a Coriolano cuando no se le ratificó el consulado otorgado por el senado después de su victoria contra los volscos. Y peor aún, cuando se le condena al destierro acusado de subversivo y enemigo del pueblo.

Como estos fatales acontecimientos produjeron el punto de quiebre de la soberbia encarnada, un resentimiento corrosivo se apoderó de un alma poco generosa como la de Coriolano. Se sentía impotente para responder la afrenta recibida. Peor aún, se sabía solo pues experimentaba en carne propia la soledad que acompaña al poderoso caído en desgracia. Tenía, pues, que aplazar su desquite para una ocasión más afortunada. Pero, acicateado por la sed venganza, decidió hacer las paces con Aufidio, su más enconado rival, y ponerse a las órdenes de los volscos para invadir a Roma. Y así lo hizo, poniéndose al frente de un poderoso ejército volsco que con fuerza arrolladora desbastó temerariamente numerosas colonias y pueblos aliados de la república hasta llegar a sus murallas.

Allí acampó y dictó las condiciones de paz más humillante para Roma. Se mantuvo firme en sus propósitos. Nada lo conmovía. Ni las súplicas de Comino, ni los ruegos de Menenio, “su padre espiritual”, lograron suavizar su amargura resentida.

Fue en esos momentos fatales que Roma acudió a su madre, esposa, y a su hijo para que imploraran clemencia para una ciudad horrorizada. Sólo Volumia, quizás el único afecto de su vida, logró q u e - brar su voluntad. Produciéndose, lo que ella misma conocía, como una decisión trágica: si cedía traicionaba a los volscos, si se mantenía firme traicionaba a su madre, a su familia y a Roma: decidió por el amor a su madre.

Aufidio, celoso de su poder, aprovechó la debilidad de Coriolano con Volumia para incitar al pueblo a asesinarlo por traición. Lo conocía bien. Sabía que la soberbia siempre conduce al desastre.

Por eso Shakespeare, quien hace prodigio con el perfil psicológico del héroe trágico, pone en boca de Aufidio una descripción bastante exacta del personaje.

Nos habla de su soberbia que se inflama con el éxito, la cual no le permite adecuarse a las nuevas circunstancias ni aprovechar las ocasiones propicias para alcanzar el éxito.

En conclusión, sostenemos que en los espacios de poder abundan los coriolanos.

Los que llegan con ese perfil difícilmente consiguen escalar sus cumbres más elevadas y los que lo adquieren, insuflados por el poder detentado, generalmente lo pierden cuando esa pasión los domina al punto de llevarlos a la ruptura con la realidad.

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