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Crítica literaria

Árbol

Si hay alguna realidad capaz de disminuir la distancia entre el cielo y la tierra, es el árbol. Una entidad que permanece abrazada al suelo, mientras pretende alcanzar el cielo, es simplemente un espectáculo que explica un aspecto de la esencia de la vida humana: la fusión entre lo real y la ilusión. En una edición alegórica a la imponente hibridez que conjuga poesía y árbol, Carlos Roberto Gómez Beras nos invita a leer su libro “Árbol”, un título cuya simpleza es la puerta que se abre a la esencia de la poesía. Poemas de tres versos en que el tercero lanza al lector a la eternidad instantánea de una pregunta: “El pájaro lento de mi mano /hace su nido de sombra sobre tu vientre. /¿Es la luna el sol de los amantes?”. La brevedad en este libro va más allá de la captura de un instante. La voz poética la plantea como la posibilidad de que en ella caben la vida y la muerte, la raíz y la elevación del espíritu humano, la calma y la furia. Una constante exposición del alma a los extremos contrastes del bien y el mal. Esa itinerancia ética que solo es posible en el entendimiento humano: “Después de cantarle al cuerpo /la espada, húmeda, regresa a su funda. /¿O es el poeta que vuelve al silencio?”. Dos certezas para que una pregunta disuelva la frontera entre la vida y la muerte, la poesía y el silencio. La lectura de este libro trae reminiscencias de estrofas de tradición japonesa, aunque en este caso la métrica responde solo a las necesidades líricas del autor. El hecho de que cada poema termina con una pregunta, subraya una presencia de origen socrático. A esto se añade que esta pregunta es una constante en cada uno de los treinta y tres poemas que pueblan este árbol que culmina en la edad de un hombre que marcó el inicio de una era. Prólogo y epílogo, raíz y cima, dualidades que indican el principio y el fin de la vida o de un poema. Ambas significando una misma realidad. Carlos Roberto Gómez Beras nos regala en este libro el árbol de una vida hecha a imagen y semejanza de la poesía, a imagen y semejanza de la eternidad, a imagen y semejanza de Dios, dejándonos la sensación de haber presenciado el principio y el fin de un mundo que se abre como un árbol y se cierra como un libro.

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