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Comentario del autor de La Luisa

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Manuel Mora SerranoSanto Domingo

Nunca comento ni critico a los críticos que comenten o critiquen mis producciones. Sé que un texto desde el momento en que se publica no nos pertenece solamente a nosotros. Y, como todo lo que existe, cada quien puede juzgarlo a su manera.

Recientemente un crítico amigo mío personal, comentó mi novela La Luisa desde su punto de vista de lector.

A lo mejor interesaría saber mi posición como autor. Quisiera juzgarla desapasionadamente como si fuese la obra de otro. Pero es difícil ser imparcial con uno mismo.

No voy a caer en los dimes y diretes entre algún crítico y yo. Jamás. Respeto demasiado la voluntad de alguien que se ha fajado a leer las 720 páginas de la novela y asuma que tiene ochenta más.

¿Cuál fue la novela que yo escribí? Si acaso puede llamarse novela, aunque sabemos que se puede designar a cualquier texto más o menos extenso que cuente cosas y tenga personajes. Lo demás es secundario.

Veamos: He dicho que intenté la narración de la Era de Trujillo en su cotidianeidad. Eso lo primero. Que abarque un poco antes y un poco después, no es relevante. El meollo es el personaje que cuenta mayormente las historias en lo que es una novela escénica porque no hay un narrador sino la acción directa de los actores como en el teatro. No es lo mismo que la novela normal con un narrador omnisciente. Estemos claros. Ese personaje femenino es el eje central y único, ya que todo cuanto ocurre tiene que ver con ella, de una manera o de otra. Así lo quise y así lo escribí. Es la Luisa.

La primera y la última palabra han sido pronunciadas por ella. Comienza contando la vida de su abuela Luisa, la Mamisa y la forma como nacieron sus hijas, entre ellas su madre, y termina refiriendo su aventura personal amorosa. No creo que se pueda pedir mayor unidad, si todo cuanto acontece ella lo ha conocido directa o tangencialmente. Nada escapa a ella, absolutamente, por eso ella le da el nombre a la novela o lo que sea la serie de narraciones con ese título.

Lo segundo es que el autor nació en 1933. Ese no es un detalle baladí. Que vivió de niño en el campito de Campeche, que nació en Pimentel, que vivió luego en la Santo Domingo de los años cincuenta cuando vino a estudiar. Estos tres lugares son los sitios geográficos donde se desenvuelve la acción de la novela a través de todas esas páginas, salvo el viaje a Europa, a París, de tres de sus personajes, pero vinculados directamente a la Luisa, de cuyos pormenores se entera de primera mano.

Yo no me invento que en mi campo y en mi pueblo, nadie, pero absolutamente nadie, salvo las excepciones de lugar que aparecen en la novela, hablara mal de Trujillo o se atreviera a criticar el sistema. Eso lo reflejo de manera total y lo hago porque lo viví. Era así. Estábamos tan embobados con el régimen, nos dominaba de tal manera, que la política solo era para alabanzas a su figura o a su familia. Esa es la verdad. Los campesinos vivían a espaldas del gobierno, sometidos totalmente. Y en el pueblo, aunque había disidentes y de ello se hablaba en ciertos círculos, oyendo a la oposición por radio, se hacía como un delito mayor. Nadie puede pedirme que mi personaje que vivió y padeció aquella dictadura, donde fue feliz a su manera igual que el autor, narrara otras cosas. Hasta muerto el tirano, nadie en los pueblos ni en los campos se atrevía a hablar de esas cosas.

Todo lo que se narra fue en un tiempo que el autor conoció. No lo leyó en libros de historia ni tenía razón alguna en no ser objetivo contando lo que sucedía.

Lo otro, es lo sexual. En lo único que había cierta libertad durante la tiranía era mayormente en la cama clandestina.

Hay un detalle que mortifica a algún lector, es la virginidad de la Luisa. No es un invento. Existen los hímenes elásticos y no es María santísima la primera mujer que para dar a luz hubo que desvirgarla, yo conozco casos específicos, y tuve una novia que ya no vive, con quien hice juegos violentos y doncella quedó. En la novela, la comadrona, la vieja Yuya, le revela que por ese hecho ha mantenido su virginidad.

La sexualidad no era materia de estudios, como se dice en alguna parte de la obra, pero había tal libertad, que donde quiera había no solo cabarets y casas de cita, sino habitaciones de humildes personas que ganaban unos pesos ejerciendo celestinajes. En esta ciudad, en los barrios de la parte alta de entonces, en muchas casas había en el fondo un picot o una victrola y se mandaba a buscar a un colmado bebidas, y allí iban las muchachas pobres a buscársela, como diríamos hoy. Eso pasaba en todos los pueblos.

Nieves Luisa, hermana del dictador, era una puta reconocida y en su casa se hacían orgías en la calle Dr. Delgado. Eso lo sabía todo el mundo. Todos los Trujillo eran unos putos, a la franca, y el temor de la Luisa era que su padre la vendiera a algunos de ellos.

Es historia y no aparece en la novela, pero una vez prohibieron la prostitución y las casas de citas. De modo que lo sabían y lo toleraban todo, ya que no hubo sitio alguno donde no fueran policías e inspectores de sanidad a impedir el acceso. ¿Pero qué pasó? Que a los pocos días fueron a devolver las velloneras, las neveras y demás equipos y como iban a quebrar los negocios regenteados por los trujillos y sus allegados, como los familiares de doña María, su esposa, hubo que dejar eso, y todo volvió, si no a la normalidad, con mayor empuje, ya que era lo único en lo que una parte del pueblo le había tumbado el pulso al dictador.

En los años finales del trujillato próximo a la hoy avenida Duarte había un sitio público de gays de ambos sexos. No hay que hablar de los famosos lupanares. En la Era se gozó de esa manera, no había de otra, salvo el cine, la radio, la teve al final, los caballos, los gallos y la pelota. En esta ciudad existían los famosos “coge nalgas”, que eran fiestecitas en casas de familia de los barrios por la ausencia de sitios públicos donde bailar, que sin embargo los había en todos los pueblos y en las ciudades del interior.

De modo que la Era de Trujillo y después con más bríos, convirtió el país en un lupanar.

No hay exageración sexual en mi novela, si todo eso acontecía, aunque no fuera en Campeche, como es lógico, pero pudo existir porque es una ficción: Nunca hubo mayores placeres clandestinos que en esos años. Yo los viví como joven estudiante y finalmente como profesional, igual que todos los demás jóvenes medio bohemios de esos tiempos, pero después fui un pequeñoburgués con familia y nadie me puede acusar de libertino, aunque sí de bohemio raro. que regularmente ingiere vinos de día.

De eso se hablaba, la miseria general llevaba a esos extremos. Eso se hacía, era el único filón de libertad, hasta que los caliés irrumpieron en los finales de la pesadilla.

Como lector yo me hubiera fijado en estos detalles y me hubiera asombrado de que si eso ocurría en la cotidianeidad como algo natural, sobre todo si quienes lo practican eran o habían sido prostitutas, podíamos entender lo que realmente pasaba.

No había en ello ninguna mojigatería moralista. Así eran las cosas. Hubo excepciones y aparecen en la novela, pero eso no es lo que le importa a ciertos lectores.

Pero una novela es más cosas. Son sus personajes. Cómo el autor los perfila, si logra comunicarnos algunos que nos queden fijos en la mente, si llegamos a penetrar en su conciencia, si conocemos ciertas profundidades. No soy quién para decir, que un crítico sagaz debe partir del estudio de los caracteres como base crítica.

Una novela tan extensa, repetimos, de 720 páginas y unas 235,000 palabras, debe contar vidas enteras o pasajes completos de algunos personajes. Fijarse en ello es algo que debería interesar a un lector acucioso.

Yo me preocupé por ir presentando la vida de las figuras principales. A veces con un simple rasgo caricaturesco y cada uno tiene su personalidad. Creo que eso debería interesar a cualquier lector.

Las personas cultas: El tío Fido y el cura, el padre Puro, la maestra, la tía Juana y naturalmente al final, la Luisa y su amigo Luisito, el hijo de la profesora, no son inventados, ni aparecen porque sí. El Fido es un seminarista que cae en el pecado y por eso abjura después de tener la suerte de sacarse el premio y casa con la puta que le dio la dicha. Es un lector voraz de libros que estaban en el index desde sus tiempos de estudiante. Luego que es rico compra más obras y tiene una biblioteca que continuamente enriquecía. Es lógico que sea culto, que habiendo sido estudiante del seminario tenga conocimientos religiosos y discuta con el padre, ya que ambos son adictos al vino.

Que mi cura sea español, que haya sido puro hasta que se enamora, es lo normal. Basta hojear nuestra historia desde el padre Meriño hasta el que nos quede cerca de la parroquia que tenga su barragana públicamente; en la novela se habla del padre Rodríguez en Altamira que tuvo doce hijos y vivían en la casa curial y todo el mundo lo respetaba. Del padre Babito Santamaría, y de tantos otros. De modo que no había escándalo ni invención en las cosas sexuales del padre, sobre todo en su caída.

Lo más desconcertante para algunos, es lo de Fidito.

Fidito tiene su origen en un hecho de mi pueblo. Una de mis madrinas, cuyo nombre no debo poner aquí, tuvo un aborto, y el feto le fue entregado y lo tenía en exhibición en la sala de su casa y las visitas debían ir a saludar al niño y despedirse de él. De ello otro narrador de mi pueblo, antes de editar la Luisa, se hizo eco en un cuento. Es la base de lo que luego aparece novelado, nunca mejor dicho, en la narración, con las supersticiones naturales de lo que han llamado el realismo mágico. Que me valga de efectos oníricos, es natural que lo haga, y es que a través de los sueños ocurren las cosas, son licencias que otros se han tomado, no solo en novelas, en la Biblia misma.

Si algo me fascinó a mí como escritor fue precisamente todo lo relacionado con este feto. Es una aparente locura, pero no es un acontecimiento totalmente inverosímil. Y lo matizo y lo presento hasta el desenlace final. Creí que había hecho algo nuevo e interesante, y luego veo que para algunos eso no es relevante sino grotesco. Grotesco, lo es, pero no irrelevante en el curso de la narración.

De modo que una es la novela que he escrito, con defectos en su primera edición cuya venta he suspendido, que espero corregir en la segunda, aunque quizás por la lectura de alguna crítica haya lectores interesados en leerla con sus anomalías, precisamente por sus criticados defectos y algunos me la han pedido, y otra es que los lectores encuentren placer en esas cosas. Yo respeto esas decisiones siempre que no se caiga en lo personal. El autor es uno, y la persona que lo escribió es otra. Hasta donde sé soy persona que disfruta de confianza y cariño en la sociedad.

En una novela de esa extensión deben suceder muchas aventuras y muchas locuras. Pero si recordamos el marco de vigencia, incluso pongo datos tomados de periódicos con sus fechas para ubicar el tiempo real de las escenas narradas.

En cuanto a las cartas de la tía y la sobrina, creo que se trata de la parte propiamente literaria de la novela. Se cuentan cosas que suceden o que se leen y comentan, y se intercambian impresiones. En cuanto al mitin político, es una copia de lo que se hacía y en los cuales participé como autoridad, en campos y pueblos.

El concurso literario. En una versión anterior esas descripciones aparecían como parte de la novela sin concurso alguno y me parecían exageradas y difíciles de seguir. Creí que para hablar de la vida en el campo, era mejor que interesara a los lectores con un concurso de esas tareas normales que nos ponían los maestros de mis tiempos para describir impresiones.

Si se leen esas ‘composiciones’ como un efecto literario en sí, se darían cuenta de que estamos describiendo cómo realmente era la vida campesina, dicha a veces con ciertos detalles literarios, por ser precisamente, partes de un concurso.

Pero del mismo se derivan cosas claras de la dictadura como reflejo de lo inexorable.

Lamentablemente, lo que yo creía, y creo, que era novelación, parece ser que para otros es un derroche de inmoralidad sexual, sin fijarse, que eso acontecía en el marco de la dictadura, que entre otras cosas convirtió al país en un lupanar, tanto que sigo creyendo que me quedé corto en las referencias.

Finalmente, le pido al lector próximo que vaya leyendo la novela paso a paso, capítulo a capítulo, y se vaya fijando en los caracteres de los personajes y en las ocurrencias, y me diga si acaso no le fue interesando saber más de ellos y acompañarlos en sus parlamentos. En cuanto a la puntuación, ciertamente, me aburro de hacer lo que hace todo el mundo, y creo que utilizo una, la de los dos puntos y los signos de admiración y de interrogación que no ha sido obstáculo para quienes han leído la novela hasta ahora, y que debería verse como un gesto vanguardista en un hombre como yo de ochenta y cuatro años.

No es por compararme, pero sabemos que cuando apareció Don Quijote de la Mancha las críticas fueron mordaces, y tenían razón de ser, en pleno Siglo de Oro, estando vivo Lope de Vega y el mismo Quevedo que era tremendo escritor, las aventuras de un loco se veían como tales, como un libraco sin importancia literaria. Sin embargo, ‘cosas veredes Mío Cid’, se trata de la gran novela que inaugura la modernidad.

No creo que mi Luisa merezca ninguna mención futura, pero que a partir de la segunda edición, corregidos los errores y erratas de la primera, tenga otra acogida, sobre todo conociendo los detalles que hemos expuesto y que creíamos que cualquier lector iría encontrando.

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