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Narrativa

Un cuento de Sandra Tavárez

Infierno

Pintas, y mientras lo haces sabes que te acercas a las puertas del infierno. Acuarelas diluidas en Chardonnay te atraen hasta ese abismo, esa pendiente en la que te dejarías caer si pudieras hacerlo.

El lienzo está frente a ti. ¿Pero, qué has hecho? Son sólo dos cuerpos cubiertos con un manto verde. ¿Por qué verde? No lo sabes. Ellos sí. Cada detalle tiene un significado especial, tú has sido el medio para que se expresen, para que salgan a luz; sin embargo temes, temes verlos tal cual son, por eso los has cubierto, y apenas puedes ver sus cabezas. En ellos, no hay rastros de excitación, ni de cansancio, simplemente están dormidos. El cabello de ella sobre la almohada, su respiración tocando su cuello, su cuello erizado. A él no quieres mirarlo, pero su rostro se ha reflejado en la copa de vino medio vacía, que yace sobre la mesita de noche; no recuerdas en qué momento la has pintado, el cristal de la copa proyecta lo que eres incapaz de admitir.

El agotamiento se manifiesta en tu rostro. Dos meses sin dormir es mucho tiempo, aunque no exageremos, dos meses durmiendo una o dos horas al día, quizás para otros no sea nada, en tu caso, es fatal. Y ahora que has concluido tu obra, usando el único medio de comunicación que tienes con el mundo exterior, sientes que no tienes nada. Son sólo dos cuerpos bajo un manto verde, un verde cálido. Tomas tu paleta de colores, empiezas a desdibujar la sábana, descubres sus pies. Nunca has visto sus pies, bueno los de la mujer sí, pero los de él nunca los has visto, sigues lentamente desdibujando y aparecen sus piernas, tan blancas, tan suyas. ¡Oh, artistas! Semidioses con poderes extraordinarios.

Entras en una catarsis que te impide detenerte, el manto sigue desapareciendo, ahora quedan al descubierto los muslos de la mujer, ligeramente inclinados sobre los del hombre. Continúas, descubres que están desnudos. ¿Qué esperabas? Cierras los ojos por un segundo, quisieras volver a cubrirlos, pero ya es tarde, la pureza de su desnudez te ha deslumbrado. El dorso de él está totalmente inclinado hacia abajo, el de ella inclinado hacia él. Así que, sólo ves sus nalgas, las de ella, pero ya las habías visto. Se encuentran tan unidos; si no fuera por el tono beige de la piel de ella, se confundirían en un solo ser.

Te sirves una copa de vino, tomas un sorbo y la sábana continua con su largo camino hacia la nada. Las mamas de la mujer se oprimen suavemente sobre la espalda del hombre. Los brazos de él se esconden bajo la almohada, mientras los de ella se pierden en él.

Das tres pasos hacia atrás, sientes el calor de las llamas de tu infierno; miras los cuerpos con timidez y aprensión. ¿Y si despertaran y al verse descubiertos intentaran, de nuevo, protegerse bajo el manto verde? ¿Y si vieras sus ojos… los de él?

Tus manos tiemblan, la paleta resbala de tus manos, en tu intento por detener su caída has golpeado la copa, el estrépito del cristal al chocar contra el piso te exaspera. Una gota de vino ha caído sobre uno de los envases de pintura. Es una señal. Observas los cuerpos, y como un verdugo te aproximas a ellos, con cada pincelada van desapareciendo. Te has detenido ante la copa, pero sin su rostro reflejado en ella su presencia carece de sentido.

Das tres pasos hacia atrás. Tomas un trago directamente de la botella. Olvidas por un instante que estás frente a las puertas del infierno. Miras hacia el cuadro con orgullo y satisfacción. Sonríes, es tu obra maestra… Es negro, sobre negro.

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