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Aniversario/Literatura

En el centenario de “Platero y yo¨

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Juan Domingo ArgueyesCiudad México

En la Navidad de 1914, en una edición reducida y dirigida especialmente a los niños y los jó-venes (Madrid, Biblioteca de la Juventud), se publicó por vez primera, el hermoso y más famoso libro de Juan Ramón Jiménez, Platero y yo.

Juan Ramón Jiménez (1881-1958) ya había concluido este hermoso libro de poemas en prosa (una casi novela en estampas líricas) que constaba de 136 capítulos o estampas. Luego, para la edición definitiva de la que ahora se cumple un siglo (pues apareció en 1917), añadiría dos más, escritos y fechados en 1915 y 1916.

Para la edición destinada al público infantil y juvenil (que le solicitó expresamente el editor) escogió 63 capítulos, es decir 63 poemas en prosa, incluyendo por supuesto el primero, con el que arranca esta obra inolvidable y en el cual nos presenta al hoy famoso burrillo al que inmortalizó con la siguiente descripción poética: “Pla-tero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro./ Lo dejo suelto y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: ‘¿Platero?’, y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal...

Come cuanto le doy./ Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar, lo higos morados, con sus cristalina gotita de miel...”

Desde esa primera edición especialmente hecha para el público infantil y juvenil, Platero y yo llamó la atención y comenzó a forjar la fama de gran poeta de Juan Ramón Jiménez. Uno de los primeros juicios que escuchó su autor fue el de su amigo y maestro Francisco Giner de los Ríos quien, en su lecho de muerte, con voz suave, le dijo: “Es perfecto. Con esta sencillez debía usted escribir siempre. Es perfecto. Pero no se envanezca.”

Refiere Manuel Bartolomé Cossío, amigo de Juan Ramón Jiménez, que lo acompañó en esa visita, que el agonizante Giner de los Ríos tenía en su cómoda, apilados, un montón de ejemplares de Platero y yo y que al entrar ellos lo primero que les dijo señalándoles aquellos libros fue lo siguiente: “Sí, ya he regalado muchos ejemplares desde Nochebuena. Este año mi regalo ha sido Platero...”

¡Y qué gran regalo para cualquier lector y no únicamente para los niños y los jóvenes! Porque hay que decir que Platero y yo no es en realidad un libro exclusivamente para niños y jóvenes, como a veces se cree o como se pensó desde el momento de aquella primera edición destinada al público infantil y juvenil. Platero y yo es un libro para todo público, que pueden leer y comprender (en parte) los niños, pero la edición completa de la más famosa obra de Juan Ramón Jiménez apareció en enero de 1917 (Madrid, Editorial Calleja), con los 136 capítulos originales, escritos entre 1907 y 1914, más los dos añadidos (“Platero de cartón” y “A Platero, en su tierra”), que corresponden a 1915 y 1916.

A partir de esta edición completa, la fama de Juan Ramón Jiménez tuvo que estar unida a la del burrillo de sus poemas. Es el libro más sencillo y más humilde del autor (no, por cierto, su mejor libro), pero también es el más célebre dentro de su bibliografía y el que más lectores le dio. Aún hoy Platero y yo se reedita en diversos idiomas y es el libro por excelencia del ganador del Premio Nobel de Literatura en 1956. Cuando la Academia Sueca decidió concederle el máximo galardón de las letras universales lo hizo con las siguientes razones: “Por su poesía lírica que, en lengua española, constituye un modelo de alta espiritualidad y pureza artística.”

Hay quienes han llegado a decir que la poesía de Juan Ramón Jiménez es espléndida, pero exclaman que ¡cómo es posible que dedicara todo un libro a exaltar la hermosura de un borrico! Lo dicen porque, sin duda, no han leído el libro, y si lo leyeron no lo comprendieron. Platero y yo (cuyo subtítulo es Elegía andaluza) no trata sobre un borrico, Platero y yo es la autobiografía lírica de Juan Ramón Jiménez y es la cró-nica poética de Moguer (en España, en Huelva, en Andalucía), el lugar natal del poeta.

En Platero y yo, Platero no es exactamente el pro-tagonista del libro, sino el acompañante del autor que junta su mirada a la del burrillo para observar y describir las maravillas de Moguer: su gente, su paisaje, sus costumbres, sus ritos, su cielo, el habla especial de sus paisanos, etcétera. Platero es una metáfora de Moguer, lugar de burrillos que, como Platero, pasan por este mundo llenos de poesía inadvertida.

Platero y yo es la autobiografía de Juan Ramón Jiménez, y el burrillo es un símbolo universal de Moguer, su tierra. Y Platero existió realmente, como muchos saben, y fue enterrado en Fuentepiña (casa de campo a dos kilómetros de Moguer), al pie de un pino grande que sigue creciendo junto al pesebre del burrillo. La fuerza expresiva de Platero y yo va siempre entrelazada a la emoción sencilla y humilde con la que Juan Ramón Jiménez vio y nos hizo ver la naturaleza: el paisaje y los animales, el cielo y sus azules, las flores y sus maravilloso colores y, por supuesto, el alma de las personas que, en su mejor expresión, podría llegar a tener el alma simple de un noble bruto.

Recordemos que, en el último capítulo que Juan Ramón Jiménez agrega a su obra, en 1916, le dice a su compañero:

Un momento, Platero, vengo a estar con tu muerte. No he vivido. Nada ha pasado. Estás vivo y yo contigo. Vengo solo. Ya los niños y las niñas son hombres y mujeres. La ruina acabó su obra sobre nosotros tres –ya tú sabes–, y sobre su desierto estamos de pie, dueños de la mejor riqueza: la de nuestro corazón.

Platero y yo es un libro sentimental (porque es romántico), pero nunca cae en la cursilería. Platero y yo es un libro delicado y estricto. Hermoso en su lenguaje, ceñido en su expresión, y más complejo en su sencillez de lo que muchos imaginan. Digámoslo otra vez: no es un libro sobre un burro; es una obra poética, autobiográfica, sobre el corazón y el sentimiento de los hombres que pasan por esta vida acompañados de la naturaleza y, en medio de ésta, de los animales que a veces parece que tienen conciencia y espíritu, por su nobleza.

Vale reiterar algo: aunque Platero y yo se publicó por vez primera en una edición exclusiva para el público infantil y juvenil (63 capítulos de los 138 de los que consta la edición definitiva), este libro no es exclusivamente para niños y jóvenes. En la edición de 1914, el autor escribe una breve “Advertencia a los hombres que lean este libro para niños”, con lo cual ya plantea de entrada una ironía que despeja inme-diatamente:

Este breve libro, en donde la alegría y la pena son gemelas, cual las orejas de Platero, estaba escrito para... ¡qué sé yo para quién!... para quien escribimos los poetas líricos... Ahora que va a los niños, no le quito ni le pongo una coma. ¡Qué bien!/ ‘Dondequiera que haya niños –dice Novalis–, existe una edad de oro’. Pues por esa edad de oro, que es como una isla espiritual caída del cielo, anda el corazón del poeta, y se encuentra allí tan a su gusto, que su mejor deseo sería no tener que abandonarla nunca.

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