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Literatura

Aquel burrito sembrador de ternuras

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Angel Alonso DolzGijón, Asturias

Cien años después de su irrupción en el mundo de las letras, un singular burrito gris, soñado por el poeta español Juan Ramón Jiménez, prosigue su andadura como lectura obligada en los pupitres de los colegios de muchos países de habla hispana. En España "Platero y yo" está muy vigente, como también -no sé ahora- lo estuvo en las escuelas de aquella Cuba de mi infancia.

No parece ser que el autor de "Platero y yo" haya imaginado que esa obra literaria escrita por él para adultos alcanzaría el renombre universal que logró, hasta llegar a ser a día de hoy uno de los libros más traducidos a diversos idiomas.

Catalogado por lo general dentro de la literatura infantil, "Platero..." contiene capítulos donde se evidencian rasgos de crítica social, algo que puede justificar las intenciones de J. R. Jiménez en lo referente al tipo de lector específico hacia el cual dirigía su narración. Nadie mejor que él mismo para corroborar su definición en cuanto a género y dejar fuera todo tipo de dudas al corroborar: "Nunca he escrito ni escribiré nada para niños, porque creo que el niño puede leer los libros que lee el hombre, con determinadas excepciones que a todos se le ocurren."

Para muchos de nosotros, esa dualidad en el objetivo no tendría sentido; es habitual que la lectura se dirija a público infantil, juvenil, o a lectores adultos y puede parecer inconcebible que cumpla ambas premisas a la vez. Sin embargo, me atrevo a recordar esa obra magistral del francés Saint-Exupéry, "El Principito", capaz de fascinar a quien la lee cualquiera que sea su edad y sostengo que algo similar sucede con "Platero y yo", provechosa hasta para pequeñines a quienes los adultos leen cuentos antes de dormir y con ello puede comprenderse su carácter universal, pero no solamente en lo referente a lectores por edades, sino además y esto se ha demostrado, por haber sido asimilada y aceptada como obra literaria en países de idiosincrasia muy diversa.

Desde mis experiencias profesionales en una casa editorial dedicada a la literatura infantil y juvenil, puedo aseverar que los niños no soportan la subestimación a su intelecto, un concepto lamentable en el que inciden muchos autores e ilustradores; si observamos a niños y niñas pequeños, esas criaturas que aparentan menos de lo que en realidad son capaces de razonar tienen un poder de interpretación sorprendente.

Son capaces de advertir aristas en una lectura o un dibujo, que nosotros, permeados por convencionalismos y vivencias, ya no somos capaces de descubrir como lo hacen ellos; esa cualidad del niño para reinterpretar a su modo propio el universo donde se encuentra inmerso, es el factor determinante para hacer que una obra como "Platero..." destinada a público adulto, haya alcanzado todo un siglo como ingrediente en la formación de la conciencia y la personalidad humana en la etapa infantil.

No es fácil concebir una historia más original y hermosa que esta donde se entrelazan sentimientos de amor y amistad entre un poeta y un burrito, narrada entre simbolismos con lenguaje de metáforas, entre colores, acentuada de un modo rítmico como el "basso ostinato" de una partitura barroca en cuanto implica en su esencia lo constante de la ternura. ¿Y quiénes son más proclives a interpretar a su modo una idea envuelta en oropeles, que un niño o una niña que comienzan a crearse un concepto propio del mundo a su alrededor...?

"Platero y yo" puede parecer difícil y a veces triste porque refleja la vida y la muerte, pero se hace afable porque en su desarrollo hay muy presente, y casi invariable, un elemento dominante que es el amor.

En el plano personal, mis recuerdos acerca de la lectura de esa obra magistral de Juan Ramón Jiménez se pierden entre las brumas del pasado; pero sin dudas algo que puedo aseverar es que uno de los primeros títulos de literatura "para niños" que tuve entre mis manos y el único de aquellos que rechacé, por rebeldía ante la imposición docente de su lectura obligatoria en los grados elementales de la escuela fue "Platero y yo".

Enfrentarme a ese libro contra mi voluntad fue todo un reto -también me sucedió en tiempos universitarios con "Ulises" de Joyce- pero no había más remedio que digerirlo obligado y asumí el acto de adentrarme en él a contrapelo de mis deseos. Todo aquello que nos imponen es natural rechazarlo, pero a veces, como sucede con un medicamento, acatar su consumo es beneficioso para nuestra salud -al menos así mi padre me lo hizo entender- y por supuesto, tragué en seco sin ningún entusiasmo y me adentré en el que no tenía dudas iba a ser un aburridísimo libro decretado.

Recibí una lección porque desde las primeras páginas me había atrapado; "Platero..." me absorbió, provocó que sucumbiera no solo a su contenido, sino a los encantos en general de la literatura y me inclinó a tomar ese camino de las bibliotecas que no tiene final.

El tiempo ha transcurrido y ahora sería incapaz de rememorar aquella hermosa lectura de mi infancia, pero confieso que sembró en mí cualidades tan valiosas como el sentido profundo de la amistad y la ternura.

Algo que nunca olvidé es un párrafo del "Prologuillo" del libro, donde el autor dice:

«Este breve libro, en donde la alegría y la pena son gemelas, cual las orejas de Platero, estaba escrito para... ¡qué sé yo para quién!... para quien escribimos los poetas líricos... Ahora que va a los niños, no le quito ni le pongo una coma».

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