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Un poema de Virginia Sánchez Navarro

Mamá

Yo creía que era una estrella y entonces me dijiste que era tan solo el tope de una antena. Yo que me había pasado tantas noches viéndola. Yo que había imaginado que era roja solo esa… que había hecho algo tan grande que hasta se había ganado un vestido de fresa… que había sido guerrera… que había salvado al mundo de invasiones horrendas… que había sido tan brava que dejó boquiabiertas a las demás estrellas… yo pensaba esas cosas… y sólo era una antena.

Creo que ese día lloré porque prefería un mundo como yo lo entendiera. Mamá… siempre te preocupaste por que veías mis pies tan lejos de la tierra, flotaba por el mundo pensando lo impensable… imaginando estrellas… que un día me tropezara… que el suelo me sorprendiera… Mamá. Después de tantos años ya he pisando con fuerza. He ido por los caminos y ahí están las antenas. Ya vi que los gigantes, que antes dormían la siesta, no eran más qué montañas que sin piedad las secan. Ya sé que solo hay odio sin razón, sin leyenda, que son tontos al mando los que nos traen las guerras y que harían que llorasen las míticas quimeras con que los confundí, que les traería vergüenza. Mamá, ya sé que no hay árboles de cerezas que crecen hasta el cielo, ya sé que no hay sirenas; no hay túneles secretos que llevan a otras tierras, ya sé que, en su lugar, se construían fronteras. Que el humo que cubría aquella carretera, no venía de pociones, de mágicas calderas, era el humo del níquel llorando por su cueva. Mamá, no te preocupes, ya se que no hay estrellas que se paseen tan cerca, tan cerca de la esfera. Pero, mamá, perdona si aun levanto los ojos, si aun cierro los sentidos, y si aun pretendo verlas. Perdona si tan solo sé pelear por un mundo... un mundo que yo entienda.

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