Santo Domingo 23°C/26°C thunderstorm with rain

Suscribete

Testimonios

Tres relatos sobre violencia doméstica

Agresión. La autora relata el mundo interior de la mujer maltratada y abusada.

Agresión. La autora relata el mundo interior de la mujer maltratada y abusada.

Avatar del Listín Diario
Yvonne FranciscoMassachusets, USA

En estos relatos, contrario a las normas del cuento, donde cada personaje tiene un nombre, aquí sólo aparece el sujeto con un pronombre (ella, el, aquel, aquella), con la intención de que cada mujer que lo lea, si se siente identificada, le ponga su nombre y pueda reconocer que esa puede ser ella, y se pueda dar cuenta de que está siendo víctima de violencia, y de que su vida corre peligro.

Que esta conozca los diferentes tipos de violencia. Que sepa que para salir del círculo de la violencia familiar o violencia doméstica es uno mismo quien debe tomar la decisión y dar el paso, y de que nuestra responsabilidad es mayor si tenemos hijos, porque ellos son potenciales víctimas, además de que pueden ver las actitudes de violencia como algo normal y convertirla en una práctica aprendida, siguiendo el ejemplo de los padres.

La mujer promedio hispana (en este caso la dominicana que es mi experiencia) tiene altos niveles de analfabetismo, lo cual, en muchos casos, la limita a entender qué es este fenómeno denominado violencia doméstica. En estos relatos que se escribieron con sentido de alerta ante tamaño crimen, se exponen algunas experiencias de mujeres latinas.

Ella en el espejo Me estuve mirando por largo rato fijamente a los ojos... Me había brotado una lágrima, negra como la amargura que llevaba por dentro desde hacía ya mucho tiempo. Seguía mirándome como si estuviera ausente. Esa actitud era ya recurrente. El pelo, que me colgaba hasta los hombros, lucía despeinado. Yo no me movía. Sólo me miraba. Alguien más me observaba... y de repente sentí cuando intentó desprenderme el cabello de un jalón... Fue en ese momento en que yo súbitamente aparté mi mirada de mi propio reflejo. Tiré un hilarante grito que estremeció hasta mi sombra en el espejo. Caí de espalda sobre el duro mosaico. Fui a parar a un rincón de la habitación. Allí me quedé por largo rato en posición fetal. Mi cuerpo se movía sin control como si ensayara un vals de aceitunas... Se empezó a escuchar el abundante brote de agua de la ducha mientras caía sobre el robusto cuerpo de la otra persona, quien cantaba indiferente en su baño ‘ceremonial’. Yo me incorporé y volví a mirarme en el marco de la pared. mi mirada parecía aún más extraviada que antes. Lucía desesperada!. Empecé a acariciar mi pelo. De mis penetrantes lagos brotaron nuevas gotas cristalinas que mojaban mi demacrado rostro. Dejó de sonar el agua de la ducha... pude ver que aquel hombre volvió a observarme con actitud dominante... De repente uno de sus puños la emprendió entonces con más furor contra mi. También se rompió mi destello. Horrorizada, vi por entre algunos cristales que aún colgaban, mi cara ensangrentada... En el cuarto reinaba el silencio, de vez en cuando interrumpido por un gemido reprimido, mientras él, con toda calma se vestía. Luego, salió estrellando el portillo de la casa.

Sólo quedó un marco dorado clavado en la pared... pasado los días fue remplazado por un nuevo espejo...

Pétalos de flor marchita La agudeza del sonido de su voz me golpeó fuertemente los sentidos. Me gritó como enloquecido: “¡Que sea la última vez que te detengas en esa casa cuando vuelvas del trabajo!. ¡ya esa no es tu casa!, ¡cooño!”. Fue lo último que escuché antes de sentir que el mundo se había descolgado. Me espanté al darme cuenta de que sólo era yo la que caía sostenida de una fina cuerda que se rompía. Mi cabeza se había balanceado de un lado a otro luego de que su puño de hierro se estrellara contra mí rostro. Yo creí que moría en aquel momento. Se cayeron uno a uno los pétalos de aquellas rosas, y sólo quedaron espinas... Quise salir huyendo de allí. Me pregunté, ¿hacia dónde iría?. No iba a dejar a mis hijos. No podía volver a casa de mis padres como una fracasada. No sé de dónde saqué tanta cobardía para simplemente no hacer nada. Me quedé centrada esperando la transformación de la lombriz en mariposa...

No podía creer lo que me pasaba. Por mi mente retumbaba la voz de aquel juez que preguntaba: “¿Promete amarla y respetarla hasta que la muerte los separe?”. También recordé aquel “acepto” que emanó con voz ardiente de los labios de aquel hombre que me ‘amaba’...

Desde esa noche dejé de ‘existir’... Al siguiente día le pedí que se fuera de la casa. ¡O él o yo!. No podíamos estar más tiempo juntos, bajo un mismo techo. Alguien tenía que salir de aquel ring... Pero con el paso de los días llegaron los arrepentimientos, las palabras mágicas: “lo siento, perdóname, eso no volverá a pasar nunca de nuevo...”

Con gran letargo llegaron días de sosiego. Era como si nada hubiera pasado. El embrujo del amor, ¿dije amor?, bueno, eso... Pasaron meses. La tranquilidad en la casa se dejaba sentir, a veces... pero... recuerdo aquella tarde en que tiró la comida en el piso porque le puse agua y no un vaso de jugo en la mesa. - “Eres igualita a tu madre!. ¡Yo no sé para que fuiste a la escuela!. ¡Tan bruta!. ¡Coño..!”-. Gritaba mientras tiraba la jarra de agua y esparcía los cubiertos por todos lados. Asimismo se levantó del comedor y fue directo a la nevera y tiró todo lo que tenía, entretanto profería las maldiciones e insultos que se le ocurrían. Hasta que salió acelerado de la casa, dejando tras sus pasos el fuerte golpeo del portón de salida ...

“Quiero sentirme alegre como el pajarito aquel que se posa y silva cada día en mi ventana, que es feliz por el simple hecho de que puede volar y alcanzar las ramas, besar las flores y beber con su pico agua”. Eso era lo que en mi vibraba, en ese mundo particular que tuve que crear para sobrevivir en aquella agonizante ‘vida’.

Con el paso del tiempo me di cuenta de que mi mundo no estaba pintado con los colores pasteles que tanto me gustan, que tenía que ver las cosas a través de un cristal distinto, porque, a pesar de todo, las mariposas mantienen su espectacular belleza, el sol ilumina nuestras vidas y no se cansa, el cielo comparte azulado con el mar, y todo es bello. Pero no para mí... la felicidad se me estaba negada...

Pasaron semanas. Volvieron los golpes y las rosas... Se marchitaban los pétalos... Hasta que un día, luego de volver a visitar a escondida la casa de mis padres, él se acercó y me abrazó fuertemente, me dijo: “hasta que la muerte nos separe...” Yo fui perdiendo el aliento. Él, sacó y soltó el cuchillo. Se esparció sangre en la acera. Él intentó huir súbitamente. En su fuga, resbaló con aquel torrente sangriento y cayó de bruces al pavimento.

Desde entonces, yo vivo postrada en una silla de ruedas. Libre como un pajarito...

Detrás del telón Aquella mañana primaveral, mientras conducíamos por la hermosa ciudad capitalina, le pedí que me diera algo más de dinero. Tenía que arreglarme el pelo. Pero mi marido se molestó por aquella osadía. Con el vehículo aún en marcha tiró por la ventana la papeleta de cien pesos que sacó de la cartera. No le bastó esa afrenta. También tuvo que titar todo lo sucio que había en su boca... Más adelante se detuvo y me hizo bajarme del auto. Muy atormentada tuve que caminar de prisa unos metros hacia atrás en busca de aquel dinero que significaba comida y pasaje para ese día. Para mi buena suerte, la papeleta aún estaba tirada en la calle... Me agaché y pude asirla con mis manos, pero tuve problemas para volver a incorporar mi cuerpo. Muy despacio logré erguirme y echarme a andar de nuevo.

Mientras caminaba mi vista se nublaba. Un manantial acuoso empezó a brotar de mis ojos. Los limpiaba con las manos tratando de disimular un poco. Pero no podía contener el torrente salado que seguía escapándose de mis afluentes al antojo. Por más que pensaba no entendía cómo había llegado a ese punto. ¿Cómo pude permitir que él se ‘adueñara’ de mi vida?. ¿Cómo pudo dejarle que el administrara el dinero que yo me ganaba, dizque para que yo no lo malgastara...? Pero, ¿por qué Diablos él me trataba con tanta arrogancia y con tanto odio?, y yo sin poder hacer nada...

Caminé un rato en dirección a la tienda de calzados donde laboraba. Empecé a sentir mi ropa íntima mojada. Pensé que me estaba corriendo mucho sudor por la elevada temperatura de aquel candente junio caribeño. Continué caminando pausadamente. Pero un fuerte dolor en mi bajo vientre me hizo frenar el paso. Pudo ver gotas de sangre chorrearse por debajo de mi falda. Me desplomé inconsciente. Era la segunda vez que me desembarazaba de forma ‘espontánea’. Había perdido mi engendro sin ningún motivo aparente. Luego de una larga noche de cuidados médicos en un hospital, pude volver a mi casa, a donde me enviaron a seguir guardando reposo.

Al llegar a la vivienda familiar abrí la puerta con cuidado para no hacer ruido. Entré sujetando mi bajo vientre, tratando en vano de aliviar el agudo dolor que aún sentía después de la pérdida. Empecé a caminar por el pasillo. Alcancé a ver mi marido. Él ya me esperaba. Me miraba desde lejos sin decir nada. Entré tanteando las paredes del cuarto, sosteniendo mi debilitado cuerpo para no caerme. Él, sin mediar palabras, me tomó del brazo y me lanzó sobre la cama. Se soltó el broche del cinturón y se bajó el pantalón. Se subió de forma abrupta y violenta sobre mi debilitado cuerpo, y me hizo suya hasta que al fin alcanzó un orgasmo. Él suspiró complacido. Luego encendió un cigarrillo y empezó a jugar con el humo, mientras yo empuñaba las sabanas contra mi boca para ahogar aquel dolor profuso. Sentía un nudo en la garganta que me estrangulaba. Él, sin ni siquiera mirarme, se incorporó del lecho. Se puso pantalón y camisa. Se volteó hacia mi y me gritó en tono desenfrenado: “A ver si eres mujer y de nuevo te preñas y me das un hijo de una buena vez”.

Tags relacionados