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Séptimo arte

Miguel Littín y el cine: la rebelión como un canto lírico

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Karly Gaitán MoralesManagua, Nicaragua

Durante las décadas de los setenta y ochenta, Miguel Littin fue entre los grandes cineastas latinoamericanos, más que un director, un autor comprometido con las causas sociales y humanitarias. Es en esa época cuando más fue galardonado por sus ambiciosos proyectos, recibió constantes nominaciones y premios en los grandes e importantes festivales internacionales de cine, obtenidos por realizar un cine documental y de ficción desde esta región para el mundo y que mostraba muchas de las realidades de este lado del planeta que tantos gobiernos y dictaduras se empeñaban en ocultar.

De madre griega y padre palestino —Cristina Cucumides y Hernán Littin—, nació en Chile el 9 de agosto de 1942 en Palmilla. Desde muy joven sus primeras inquietudes estaban inclinadas al arte, especialmente a la escritura y la dramaturgia, así es como se decidió por estudiar teatro en la Universidad de Chile. Vivió su adolescencia y primera juventud a finales de los cincuenta y sesenta, una época crucial para una persona de cualidades como las suyas, rebelado e idealista, que no dudó en manifestar muy pronto su carácter en el trabajo creativo.

En las escalinatas de la Facultad de Bellas Artes de su universidad presentó su primera pieza de teatro cuando recién llegaba a Santiago a los diecisiete años. Empezó la carrera de cine en el canal de televisión y en el Departamento de Audiovisuales de la Escuela de Teatro. Uno de los primeros sitios donde se reforzó su amor y afición al cine fue, como le ha ocurrido a la mayoría de los artistas del cine, como un espectador en el Cine City, donde había visto obras maestras que se volvieron inolvidables para él, como Hiroshima mon amour.

Su filme El chacal de Nahueltoro, realizado en 1969, causó un gran impacto en la sociedad chilena y latinoamericana, se convirtió en una película taquillera y de gran aclamación por su afán en denunciar las injusticias que vivían los campesinos. Había participado en la campaña presidencial de Salvador Allende y en 1971 recibió por parte de este el nombramiento como director de la empresa estatal de cine Chile Films.

El golpe de Estado al presidente Allende le sorprendió trabajando desde muy temprano en su oficina aquel 11 de septiembre de 1973, como se narra en el libro de Gabriel García Márquez, Las aventuras de Miguel Littin, clandestino en Chile publicado muchos años después. Esa mañana fue detenido por un sargento del ejército a las siete cuando le puso un arma cerca de su cabeza y después llevándolo a la fuerza fue a reunirlo con otros prisioneros en el edificio de Chile Films. Eran ocho detenidos de esa institución, tomados con violencia y algunos muertos en las aceras, lo que le permitió “presenciar cómo los partidarios del presidente Salvador Allende se desangraban en la calle”. El edificio estaba rodeado de soldados que apuntaban hacia la entrada principal. A su esposa le dijeron que lo habían fusilado allí mismo y ella llegó asustada esperando encontrarlo muerto. Luego de sobrevivir, junto con su familia vivió una especie de éxodo yendo de un lado a otro en Chile —sus hijos eran apenas niños— hasta que cansados por la persecución que vivían decidieron asilarse en México ese año.

Cuando dirigió el largometraje de ficción Alsino y el cóndor en Nicaragua en 1982, Miguel tenía cuarenta años y ocho películas: Por la tierra ajena (Chile, 1965), El Chacal de Nahueltoro (Chile, 1969), La tierra prometida (Chile, 1973), Crónica de Tlacotalpán(México, 1976), Actas de Marusia (México, 1976), El recurso del método (Cuba, 1978), La viuda de Montiel (México, 1979) y Acuacultura. Granjas de agua (1980). Había ganado dos importantes premios de cine: el Ariel de Oro otorgado en México en 1976 por Actas de Marusia y el Colón de Oro, recibido en 1980 durante el Festival de Cine Iberoamericano de Huelva, España, por La viuda de Montiel.

También había recibido siete nominaciones en festivales de gran prestigio: al Oso de Oro en 1970 en el Festival Internacional de Cine de Berlín por El chacal de Nahueltoro; al San Jorge de Oro en 1973 en el Festival Internacional de Cine de Moscú por Tierra prometida; al Óscar a la Mejor Película Extranjera en 1975 por Actas de Marusia; a la Palma de Oro en 1976 en el Festival Internacional de Cine de Cannes por Actas de Marusia nuevamente; otra vez la Palma de Oro en 1978 por El recurso del método; al Premio Ariel de Oro en 1979 por El recurso del método y al Oso de Oro en 1980 en el Festival Internacional de Cine de Berlín por La viuda de Montiel.

Viviendo como refugiado en México era el artista que representaba el orgullo y la dignidad de América Latina, había sido acunado y apoyado por gobiernos, organizaciones internacionales de solidaridad con los pueblos insurreccionados que en el continente se levantaban pese a los muertos, a los desparecidos y a las guerras locales, enfrentándose a largas dictaduras. Hasta ese momento, 1982, parecía que un director de cine como él había vivido todo lo que se podría vivir, pero vendrían muchas aventuras más como su incursión clandestina en Chile gracias a un magistral montaje que le permitió entrar en ese país en plena dictadura militar, —cuando él aparecía en una lista que había publicado el gobierno de Pinochet de cinco mil exiliados con prohibición absoluta de ingresar al territorio chileno— disfrazado y encabezando una gran organización de seguridad y otras estrategias que incluso pusieron en riesgo su vida, todo para filmar un nuevo documental.

Alsino y el cóndor fue posible gracias a la coproducción entre Cuba, España, México, Costa Rica y Nicaragua. Cuba con el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos, Nicaragua con el Instituto Nicaragüense de Cine, México con la Productora Latinoamericana de México y Costa Rica con la Cooperativa Cinematográfica Costarricense. La historia de la película está basada en un cuento chileno y fue adaptado del campo de los años treinta de ese país al campo nicaragüense de los años ochenta por la dramaturga chilena Isidora Aguirre y el director y guionista mexicano Tomás Pérez Turrent.

El filme conquistó las pantallas de América Latina, Estados Unidos y Europa mostrando el escenario nicaragüense, su naturaleza, su gente y la situación de guerra que se estaba enfrentando. La distribución mundial fue organizada por las redes de televisoras y cineastas independientes que colaboraban en solidaridad con Nicaragua desde los círculos sociales y comerciales en sus países de residencia y más allá de esas fronteras en las que se movilizaban. Prueba de ello es el hecho de que a través de esos comités se pudieron ajustar 60 mil dólares para la producción, dinero que llegaba como un extra de todo lo que ya aportaban las coproductoras.

Sobre el proyecto se publicó gran cantidad de noticias en los diarios más importantes de América Latina ensalzando un logro más del reconocido director Miguel Littin, que expresó antes que nada sus impresiones a los reporteros de la agencia de prensa cubana Prensa Latina: “Alsino significa para mí un empezar de nuevo, como un empezar sin haber realizado antes ninguna otra cinta”. Además explicó que para escribir el guion vio muchos documentales sobre Centroamérica y conversó con salvadoreños y guatemaltecos. Después de recibir esa información se dio por enterado de que la motivación por el empuje nicaragüense se hacía sentir en toda la región y que no era una causa aislada. El periodista le preguntó sobre la técnica, estilo dramático y simbología: “¿Puede verse en Alsino y el cóndor una propuesta poética y de lenguaje que rompe la línea clásica del desarrollo dramático?”, a lo que Littin respondió:

“Tuve en cuenta, además, que una de las características de la cultura nicaragüense es que su historia se ve reflejada en lo que se dibuja, todo lo que es la escuela de la pintura popular nicaragüense. Fue así que tomé la idea del diario de un niño que pinta lo que ve, no lo escribe, sino que lo pinta. Creo que eso da sus características a la película, al encuadre, al espacio, a la luz y a lo que se dice a través de la palabra. Y eso da como resultado evidente la búsqueda de nuevas formas narrativas, de un lenguaje que nos sea más propio”.

Desde el momento de su salida a luz, Alsino y el cóndor recibió suficientes elogios y abundantes críticas. Precisamente los elementos a criticar se basaban en esa “propuesta estética” y “desarrollo dramático” que le preguntaba el reportero y es en lo que se centraban los comentarios negativos. Pero, a pesar de todo, en 1983 Alsino y el cóndorrecibió dos grandes gracias: ser nominado al Óscar a la Mejor Película Extranjera de Habla no Inglesa y recibir el premio San Jorge de Oro en el Festival Internacional de Cine de Moscú en su XIII edición. Cuando se expandió por todo el mundo la noticia de la nominación al Óscar, el escritor Gabriel García Márquez, en calidad de crítico y amigo, confesó sorprenderse, pero no por dudar de la calidad sino porque no había tenido tiempo de verla, así que lo hizo y de ahí escribió su famoso artículo sobre el filme que le dio la vuelta al mundo traducido a siete idiomas. En ese texto el autor confirmaba que en su opinión el largometraje aunque no era excelente, estaba muy bien y había elementos para criticar:

“Sin embargo, tal vez su excelencia no es su mérito mayor, sino el hecho de que lo sea a pesar de las condiciones casi inverosímiles en que fue realizada. Al inicio no había ni argumento ni plata, pero el Instituto de Cine de Nicaragua quería que Miguel Littin hiciera una película para ellos, y Miguel Littin quería hacerla, tenía una idea antigua y no muy promisoria, inspirada en un cuento del escritor chileno Pedro Prado, sobre un niño del campo que se tiraba de los árboles porque quería volar. Era un buen ejemplo de la obsesión lírica de Miguel Littin, que es el aspecto más vulnerable de sus películas, pero a la cual se rinde siempre como a una amante ilusoria a pesar de las duras críticas de los críticos y de las aún más duras y secretas de los amigos que lo queremos. Por fortuna, no hay maestra más cabeza dura que la realidad. Recorriendo los campos de Nicaragua en busca de ambiente para su niño volador, en busca de árboles para que volara, en busca de justificaciones sociales para que fuera creíble una aventura de su Ícaro tropical, Miguel Littin descubrió en la memoria colectiva los recuerdos nunca contados de la guerra de liberación de Nicaragua, y se encontró de pronto —tal vez sin saberlo— con una película distinta, pero mucho más verídica y conmovedora que lo que buscaba. No hay en esto nada nuevo ni raro: así ha sido el arte desde siempre”.

“Obsesión lírica” es la forma como García Márquez describía el estilo propio de Miguel Littin, un estilo que puede apreciarse a lo largo de su filmografía. La película dura 89 minutos y se estrenó en Estados Unidos el 1 de mayo de 1983, dos semanas después de la ceremonia de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas. Antes de asistir, Littin convocó a una rueda de prensa en México el día que llegaron de Nicaragua Ramiro Lacayo Deshón, el director del Instituto Nicaragüense de Cine, y el niño Alan Esquivel, el protagonista que hizo el papel de Alsino. Una nota publicada en El Nuevo Diario el 11 de abril de 1983 explica los detalles:

ALSINO Y EL CÓNDOR A LA PRUEBA FINAL México D.F. (AP).

El director chileno de cine Miguel Littin, radicado en México desde hace 10 años, dijo que si su película Alsino y el cóndor, obtuviera el Óscar de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood, sería “un “aliciente para Nicaragua y su pueblo”. Alsino y el cóndor, que es la única candidata latinoamericana al galardón, es una coproducción del Instituto Nicaragüense de Cine, del ICAIC, de Productora Cinematográfica Latinoamericana de México y de la Cooperativa Cinematográfica Costarricense. La película —que figura como candidata a la mejor cinta extranjera— se filmó en Nicaragua con un niño nicaragüense de 9 años de edad* como estrella, Alan Esquivel, con el actor norteamericano Dean Stockwell y otros de varias nacionalidades. Littin dijo en declaraciones a la prensa de esta capital que “el único motivo por el que hace Alsino y el cóndor fue buscar una manera de que el mundo cambie. De que los hombres se entiendan mejor, es en realidad un llamado para todos aquellos que desean la libertad”. Littin indicó que su película “tiene un planteamiento muy claro. No soy un experto en política y todo el cine que he hecho ha sido tendente a tratar de recuperar nuestra cultura, nuestra historia. Como cineasta me considero un instrumento de quienes no tienen oportunidad de manifestar de viva voz su inconformidad, su deseo de libertad e igualdad, de quienes quieren que se dé a conocer la verdad”.

Miguel Littin se mostraba públicamente como rebelde e idealista, pero no por eso ocultaba su gran sensibilidad y estilo poético en su filmografía, que era como un canto al arte, que no muchos han tenido oídos para escucharlo y llegar a comprender completamente su cinematografía. Después de Sandino no volvió a realizar cine en Nicaragua, pero sí ha continuado con su carrera como director. Sus filmes posteriores a Sandino son: Los náufragos en 1994, Tierra de fuego en 2000, el documental Crónicas palestinas en 2002, El abanderado en 2002, La última luna en 2005, Dawson. Isla 10 en 2009 y Allende en su laberinto en 2014. Ha sido profesor de cine en Cuba y Chile y ha escrito las novelas El viajero de las cuatro estaciones y El bandido de los ojos transparentes.

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