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Cine

Guillermo Cabrera Infante: Me acompaña todavía el asombro de la noche (1)

LB: Algunos críticos señalan que usted ha hecho del ensayo cinematográfico un género literario. ¿En verdad lo considera? ¿Cómo logró separar la pasión, la inmediatez emotiva con el frío ojo del escritor y crítico que no perdona que las cosas no salgan bien?

GCI: La crítica de cine no existe: solo existen escritores que comentan las películas que han visto, pero no sólo, como parece, los estrenos. Para hablar de una película no hay más que tres respuestas a su visión: es buena, es mala, es indiferente. El resto es literatura.

LB: ¿Qué lo llevó a usted a su afición al cine? ¿La deslumbrante Habana a la que usted emigró? ¿La influencia familiar? ¿La novedad cultural del séptimo arte? ¿Un desenfrenado espíritu investigativo? ¿La magia de la fotografía? ¿La oscuridad de la sala cinematográfica? ¿Los fantasmas de la voz? ¿O esas insondables imágenes en movimiento?

GCI: Mi madre, que me llevó al cine cuando tenía 29 días de nacido (yo, no mi madre). La afición vino después, dos o tres años más tarde. Luego se hizo, como una droga, un hábito.

LB: ¿Cuándo cómo y por qué llega usted a la revista Carteles? ¿Qué tiempo laboró allí y cuándo y por qué deja de colaborar con dicha publicación? ¿Qué repercusión tuvo para usted la publicación de sus columnas de cine en esa revista cubana?

GCI: Había hecho dos o tres columnas sobre cine que eran perfectamente amateurs, cuando era secretario privado de Antonio Ortega, entonces jefe de redacción de la revista Bohemia. Esta revista compró a la oposición, otra revista llamada Carteles, hicieron a Ortega su director y éste me encargó hacer la crítica de cine.

Al principio los comentarios fueron quincenales, después semanales. Luego, como Sansón, la Dalila de las cintas me hizo demoler las columnas y escribir largas, tal vez demasiado largas, películas que comentaba El Cronista.

Cuando empecé en 1953 mis páginas venían después de los horóscopos, primera página en orden de preferencia de los lectores de Carteles. Cuando dejé de escribir para Carteles (la revista fue clausurada por Che Guevara en 1960), mis páginas venían inmediatamente antes de la páginas de horóscopos. Ambas secciones hablaban de estrellas y de astros, pero el astrólogo tenía una divisa muy apta para el cine: “Las estrellas inclinan, pero no obligan”.

LB: ¿Aprendió del cine la capacidad de fabular? ¿Hasta qué punto el lenguaje cinematográfico lo tentó a contar historias?

GCI: Es más bien al revés: escribía cuentos antes de escribir sobre cine. Fue al leer las páginas de cine de la revista Time, hechas por el escritor James Agee, que me di cuenta de que se podía hacer literatura con el pretexto de hablar de cine.

LB: Qué piensa de los siguientes actores de su primera juventud: Humprey Bogart, Edward G. Robinson, James Cagney, Barbara Stanwych, Bette Davis, Vivian Leight y George Raft.

GCI: Humphrey Bogart ha sido declarado hace poco el actor de cine más importante del siglo XX. No creo que lo será del siglo XXI. Para mí el más extraordinario actor del cine es --y digo es-- Edward G. Robinson, seguido del primer Marlon Brandon. James Cagney fue un extraordinario bailarín. Es, junto con Fred Astaire y Gene Kelly, uno de mis favoritos. Betty Davis es como actriz casi única, pero prefiero a Barbara Stanwyck, que es una mezcla fascinante del arte de actuar y la acción del sexo. Cuando es buena no es mala, pero cuando es mala es peor.

LB: ¿Cómo valora a Meryl Streep, Robert De Niro, Dustin Hoofman, Andy García, Raúl Juliá, Jean María Volonté, Marlon Brando, Al Pacino y Mía Farrow.

GCI: Meryl Streep era extraordinaria cuando empezó, luego se ha empeñado no en actuar sino en hacer acentos. Su lema podría ser: “Si no hago acentos no me siento”. Estamos, como con Paul Muni, frente no a una decisión sino a un vicio. De Robert De Niro decía Truman Capote, que acariciaba opiniones extrañas, que cuando iba a ver una película de De Niro siempre llevaba a un amigo para que le señalara cuál de los actores era De Niro. ¿Es esto una boutade? Es probable pero hay algo de cierto y Robert De Niro se especializa en hacer caras y gestos, cuando no hace muecas, como en We’re No Angels o Cape Fear. George Raft tuvo una aparición extraordinaria en Caracortada y tenía su fama de bailarín luego y después de croupier mafioso. Como actor se especializó en rechazar papeles extraordinarios (High Sierra y El halcón maltés) que fueron a parar a Humphrey Bogart, con las que inició su carrera y condenó a Raft a una mediocridad no siempre ajena. Vivien Leigh es, con Hedy Lamarr y Ava Gardner, una de las grandes bellezas del cine. Al revés de Lamarr y Gardner, Vivien Leigh sabía actuar. Mi actriz favorita, Gloria Grahame, apenas actúa y bien sé yo que no es Marilyn Monroe precisamente. No es una pasión sino un capricho y ya decía Oscar Wilde que la diferencia entre una gran pasión y un capricho es que el capricho dura más. Andy García, que es mi amigo, quiere ser un actor de carácter, pero todos insisten en considerarlo una estrella. Habrá que ver quién tiene la razón finalmente. Al Pacino, una grata sorpresa en El Padrino I, es un actor que muchos imitan-incluso, Al Pacino. (Ver Carlitos Way y Heat, en que su delincuente y su policía son más indiferentes que diferentes. A veces en una misma película, como en Cruising, es un policía y un delincuente).

LB: ¿Sus diez directores de cine preferidos?

GCI: Alfred Hitchcock, Orson Welles, John Ford, Howard Hawks, Vincente Minnelli, Raoul Walsh, John Huston, Leo McCarey, George Cukor, Martín Scorsese, Jean Renoir, Federico Fellini, Michael Powell, Carol Reed, Marcel Carné, Francois Truffaut, Fritz Lang, Luis Buñuel, Vittorio de Sica, Luchino Visconti.

LB: Qué opinión le merece la evolución del cine latinoamericano desde la “Era de oro” (México, Argentina...) hasta nuestros días.

GCI: Son industrias fracasadas y arte frustrado.

LB: ¿Qué películas latinoamericanas prefiere?

GCI: Los olvidados, El ángel exterminador, La vida criminal de Archibaldo de la Cruz, Más allá del olvido, Víctimas del pecado, Que Dios se lo pague, Doña Flor y sus dos amantes, Danzón.

LB: ¿Cómo hizo para evitar los riesgos de la técnica del cine en su literatura? ¿Es posible ser narrador y ensayista de cine a la vez, sin caer en la tentación de asumir en su obra literaria la técnica del lenguaje cinematográfico?

GCI: Nunca evito ningún riesgo, excepto por supuesto el del aburrimiento. Son lenguajes bien diferentes: el cine está basado en la imagen y el movimiento, la literatura en el lenguaje hablado y en ciertas formas de escritura que llamamos géneros.

Su vida

LB: Sus padres fueron fundadores del Partido Comunista en Gibara, en el oriente de Cuba. ¿Qué educación recibió de ellos? ¿Ortodoxa? ¿Hasta dónde trataron de no involucrarlo en toma de conciencia en favor de sus ideas, y dejar que usted, por usted mismo, decidiera qué rumbo tomar en la vida desde el punto de vista ideológico?

GCI: Mi madre era apasionada y a la vez independiente. Mi padre era militante obediente. Por supuesto que me hubieran querido comunista, pero los vaivenes de la política cubana, el stalinismo y la misión de partido fueron para mí como una vacuna: crecí inmunizado.

Mi padre era responsable de propaganda del partido y mi madre era partidaria. Los dos sufrieron persecución y cárcel bajo Batista jefe del ejército. Después, por órdenes del partido, hicieron política favorable a Batista presidente. No sólo en su elección, sino en sus directivas afines. Mi casa, en Gibara y en La Habana, fue siempre sitio de reunión de comunistas, primero en la ilegalidad. Pero como viejos comunistas eran partidarios del totalitarismo stalinista y batistiano. Siempre siguiendo al partido. Estas posturas políticas fueron para mí una educación.

LB: ¿Cómo veía usted a sus padres desde su infancia en Gibara? ¿Llevaban sus problemas y conspiraciones a la casa? ¿Simulaban no asumir la política para no involucrarlo en sus actividades?

GCI: Gratos recuerdos infantiles, ingratos recuerdos adolescentes. Tengo una memoria perversa pero no pervertida de mi infancia en Gibara. Algunos están presentes en mis libros.

LB: A los doce años de edad usted emigró a La Habana. ¿En qué barrio se estableció? ¿Cómo vio aquella gran ciudad en aquellos primeros años?

GCI: En el centro de La Habana entonces, pero en un solar, es decir, una cuartería. La ciudad fue una revelación casi mágica instantánea que nunca he olvidado. Me acompaña todavía el asombro de la noche, las luces de la ciudad y los letreros luminosos que fueron, como el cine, imágenes en movimiento.

LB: ¿Cómo comenzó a introducirse en el mundo literario? ¿Durante sus estudios? ¿En las salas de cines? ¿Quiénes fueron sus primeros amigos escritores, o artistas o intelectuales? ¿Se sintió deslumbrado por la vida cultural cubana?

CGI: A través de mis padres. Con mi padre porque era periodista en el diario comunista Hoy, por mi madre que siempre fue acogedora con los compañeros de mi padre y luego con mis amigos. Cuando descubrí la cultura, que fue descubierta por gente mayor que yo, mientras yo serví de guía a mis compañeros de bachillerato. Mucho después, se hicieron escritores, teatristas, músicos y hasta sería una descortesía. Solo quiero añadir que casi todos colaboraron en Lunes de Revolución en su corta duración (de 1959 a 1961 cuando fue prohibido por Fidel Castro) el órgano de varias generaciones y el magazín más importante de la historia de Cuba.

LB: ¿Le interesaba esa vida cultural habanera más que la vida nocturna, esa de la farándula, los tragos y las grandes aventuras? ¿Cuándo, cómo y en qué circunstancia se integró a la vida cultural cubana?

GCI: Siempre he sido un amante, a veces fervoroso más que ferviente, de la música urbana y la busqué en sus fuentes de La Habana nocturna. Mi intento de integración fue tan temprano que esta vez donde otros tenían el talento. No recuerdo una parte de mi vida donde no esté presente la música y sus intérpretes. Inclusive traté, inútilmente, de hacer música, pero mi falta de talento no me impidió hacer múltiples homenajes, que están en mis libros -sobre todo en “Ella cantaba boleros”, que es la música cubana por otros medios.

LB: ¿Amaba la música popular cubana? Usted fue testigo del gran boom de la música popular de los años 50, a partir del surgimiento del movimiento de “ Los muchachos del Feeling” (Frank Domínguez, César Portillo de la Luz, Rosendo Ruiz (hijo), Angel Díaz, Elena Bourke, José Antonio Méndez) , el “Cha cha cha” (la famosa polémica de su paternidad entre Enrique Jorrín y Ninón Mondéjar) y el “Mambo” (Pérez Prado auto-exiliado de Cuba a México por las envidias y las mezquindades). ¿Qué memorias guarda de esa etapa, de esa música, de esos músicos, de la música popular cubana?

GCI: Usted pone los nombres que yo repito, pero ellos ponen la música.

LB: Coincide usted con los que afirman que los dos grandes cantantes populares de toda la historia de Cuba han sido, Benny Moré (hombre) y Celia Cruz (mujer).

GCI: Celia Cruz es al son y la rumba y la guaracha lo que Olga Gullot es al bolero. Beny (con una sola N para que cubanice el nombre) Moré es no sólo un gran intérprete sino compositor y director de orquesta: era, no: es, la música cubana.

LB: ¿Cómo y cuándo comenzó a escribir cuentos? ¿Publicó sus primeros cuentos publicados? ¿A quién le llevaba a revisar y/o corregir aquellas primeras historias?

GCI: Escribí mi primer cuento, que fue mi primera parodia, en respuesta no a la lectura sino a la veneración que tuvo en Cuba El señor presidente. Este cuento fue escrito en 1947 y publicado por quien luego sería mi mentor, Antonio Ortega. Las correcciones eran mías al principio y luego la hicieron mis lectores. Quienes, como dice Borges, enriquecieron lo que escribí con su lectura.

LB: Así en la paz como en la guerra fue su primer libro publicado. Desde esta etapa de su consagración literaria ¿cómo ve aquél primer libro? ¿Cuáles de los relatos que lo integraron usted aún distingue?

GCI: Así en la paz como en la guerra fue mi primer libro de cuentos. Como en la guerra fue un error estético que hizo el libro sartriano, tratando de publicar juntos la literatura con su comentario adjunto. He tratado de evitar ese libro con mis libros posteriores. El mismo libro fue corregido cuando hice su traducción al inglés y eliminé todas las viñetas. Ahora se llama Writes of Passage (una escritura de pasaje) -que es lo que debió haber sido siempre. Se debe considerar a Un oficio del siglo XX mi verdadero primer libro.

LB: Tengo entendido que Tres tristes tigres, en su primera edición cubana apareció con evidentes y marcadas censuras. Sin embargo, desde su salida, y aun con la censura, fue una novela de indudable proyección mundial que lo catapultó a la fama. ¿Pudiera hablarnos de estas censuras, quiénes intervinieron en ellas, y cómo pudo corregirlas?

GCI: Tres tristes tigres nunca tuvo ni tiene una edición cubana. Fue publicado primero en Barcelona en 1967 y después en todas partes menos en Cuba. Donde está prohibida hasta su importación. Los viajeros desprevenidos que lo han llevado consigo a La Habana, han visto su carga confiscada en el aeropuerto -que usurpa el nombre de José Martí-. Por razones que la razón no conoce se la ha considerado siempre subversivo. Ninguna de sus censuras (fue publicado bajo la égida de Manuel Fraga) fue tan total bajo Franco como lo es bajo Castro. Como siempre, la censura solo logró, como un aperitivo literario, abrir el apetito de los lectores cubanos. Ahora, un ejemplar, buena palabra, se puede comprar en La Habana canjeándolo por ¡diez latas de leche condensada! Todas las ediciones publicadas fuera de España se imprimieron sin cortes. Ahora, Seix-Barral ha publicado una edición de lujo --un regalo de la editorial por mis 70 años pero también como un desagravio-- con todos los cortes restituidos. Las censuras son odiosas pero también suelen ser contagiosas.

LB: Tres tristes tigres lleva hasta su máxima expresión la intensa vida nocturna cubana con todas sus implicaciones culturales, sociales, faranduleras, conspirativas, todas divertimentadas. Una de sus grandes virtudes es la cubanía urbanística que se desprende ella, tanto en sus historias como en su construcción estilística. Incorpora elementos del teatro, la música, las artes y hasta el cine. Para muchos es una obra maestra que aún no ha sido superada. ¿Pudiera hablarnos de todo sus proceso de redacción? ¿Se divirtió escribiéndola? ¿Qué método de trabajo asumió para su escritura? ¿En qué tiempo la terminó? ¿Tuvo que romper muchas versiones antes de concluirla?

GCI: Tres tristes tigres fue concebida no como un novela sino como un libro de fragmentos con personajes que aparecen, desaparecen y vuelven a reaparecer en diversas secciones que no funcionan exactamente como capítulos. Una de las narraciones, Ella cantaba boleros, es una suerte de enlace. Fue, precisamente, la primera parte del libro, escrita y publicada en Lunes de Revolución en 1961, en La Habana. Luego en Bruselas (donde viví tres años) escribí la mayor parte del libro. Su redacción final la completé en Madrid en 1965. Allí en el número uno de Batalla del Salado escribí Bachata y reescribí Rompecabeza, las dos partes funcionando todavía como fragmentos. Fue el libro completo donde se fusionaron todas las partes y es en realidad, como dice la nota de cubierta, “una galería de voces”. Sí, fue divertido escribir el libro, aunque algunas partes fueron más divertidas que otras. Pero no fue tan divertido escribir TTT como fue “La Habana para un infante difunto”. Este libro funciona como una autobiografía que TTT y siempre las autobiografías son más divertidas que las biografías. Las memorias de Casanova son mucho más entretenidas que cualquier versión de Don Juan y La Habana funciona más como una memoria erótica que como una pieza de ficción. En TTT tuve que dejar fuera lo que luego publiqué como Metafinal, porque de alguna manera atentaba contra la unidad del libro. Pero es una narración mucho más divertida de escribir que, digamos, La función continúa con que termina La Habana…

LB: Usted menciona entre sus libros preferidos a Un vasto campo de juego, Exorcismo de esti(l)o, Un oficio del siglo XX y Exorcismo ¿Por qué? ¿Pudiera resumirnos el por qué los menciona con tal preferencia? ¿Ha dejado fuera algún otro de sus libros que merezca su preferencia?

GCI: Exorcismos de esti(l)o es libro al que yo no llamaría experimental, porque ese adjetivo hay que dejarlo para las ciencias. Pero algunos juegos tienen un carácter de experiencias con las formas verbales y gramaticales que fueron divertidos jugar. Un oficio del siglo XX fue mi primer verdadero encuentro con el humor perse. Es, además, un juego de identidades con que traté de fundir, confundir mi alter ego con el mismo autor. (Todo tomado con un gran grano de sal). Hay allí esa forma literaria que es hacer listas, con la que luego hice un cuento que está en Todo está hecho con espejos.

LB: Qué piensa de Italo Calvino, Octavio Paz, Gabriel García Márquez, Jorge Luis Borges, Jean Paul Sartre, Mario Vargas Llosa, Jorge Edwards, Mario Benedetti, Camilo José Cela, Manuel Puig, Julio Cortázar…

GCI: Pero prefiero no hacer esa lista ahora. Me la reservo para mis memorias que tengo que hacer cuando ya me falla la memoria. ¿Qué me preguntó?

LB: En el otorgamiento del premio Cervantes, usted leyó una especie de conversatorio con Cervantes. ¿Pudiera reproducirnos aquí algún de pasaje de ese discurso?

GCI: Hay un encuentro de Cervantes con el cine que dejé fuera de mi discurso porque era demasiado. Dice así: “(Su libro) además ha sido llevado al cine varias veces. -¿A dónde? -Al cine, apócope de cinematógrafo. -¿Y qué es eso? -Son unas sombras lívidas que se mueven sobre una sábana blanca. -¿Es cosa de aparecidos entonces? -Es como su sueño de Clavileño, si me perdona la rima”.

LB: La novela en estos finales de siglo ha adquirido el boom protagónico de la literatura. Al menos, las grandes casas editoras invierten en ellas. Se publican muy buenas y muy malas novelas. ¿Considera usted que a la larga estos miles de nuevos novelistas dañan la imagen del género ante una masa de lectores desconcertados que no saben ni tienen tiempo de elegir la hojarasca de lo auténtico?

GCI: El tiempo, como siempre, será el último crítico. Se han escrito desde los albores de la literatura miles, tal vez millones de libros. Pero sólo recordamos unos cuantos títulos y unos pocos nombres y hasta hay libros con títulos inolvidables, sin nombre de autor.

Marzo del 2000

(1)Con motivo de la publicación de sus Cuentos Completos de Guillermo Cabrera Infante bajo el título Todo está hecho con espejos (1999), la entonces directora de Ediciones Generales de Santillana Santo Domingo, Ruth Herrera, sirvió de intermediaria para que esta entrevista fuera posible. La misma fue publicada en el suplemento Lecturas de domingo del desaparecido periódico La Nación (2000).

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