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DOS MINUTOS

La cura ha sido encontrada

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Luis García DubusSanto Domingo

“En alguna parte, pensamos todos los vivos, debe haber una cura para la muerte” (Benedicto XVI). En la actualidad se están haciendo especialmente estudios para remediar la diabetes, y esperamos que ya pronto podrán descubrir la forma de curarla.

Lo mismo podríamos decir del cáncer, del sida, de la depresión, de enfermedades del corazón, etc., etc.

Tarde o temprano encontraremos la manera de retrasar la muerte hasta el punto en que pudiéramos vivir tal vez cientos de años.

¿Sería esto bueno? ¿Un mundo anciano sin niños que alboroten, sin jóvenes que aporten su entusiasmo y su alegría?

La cura a la muerte tiene que existir, y tiene que ser diferente. Debe ser algo que transforme nuestra vida desde adentro, proporcionándonos dentro de nosotros una nueva vida hecha para la eternidad, de modo que no termine en la muerte natural, sino que precisamente allí comience su plenitud.

Esto es lo nuevo en el mensaje de Jesucristo: sí, esa vida existe, esa cura de la muerte ha sido encontrada.

El hombre que resucitó a Lázaro, a la hija de Jairo y al hijo de la viuda de Naím les concedió seguir viviendo esta vida. Pero ahora su espíritu lo resucita a Él para esta nueva vida, que no tiene fin, y donde no habrá ya sufrimiento, ni hambre, ni enfermedad ninguna.

La resurrección de nuestro Maestro y Señor, el hecho más probado y comprobado de la historia, es la base de nuestra fe, confianza y esperanza.

Es la razón por la que ya no vivimos estúpidamente atados y dependientes de las cosas de este mundo, porque sabemos que todo lo vamos a dejar por inservible frente a esta realidad de una nueva vida, que está ya engendrada en nuestro interior y que Jesucristo nos garantiza.

El prólogo del Evangelio de San Juan dice lo siguiente, refiriéndose a la venida de Jesucristo: “Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a los que lo recibieron, a los que le han creído a Él, los hizo capaces de ser Hijos de Dios”.

¿Podrá morirse alguien que sea hijo de Dios? ¡Imposible! Un hijo de Dios ya tiene dentro la propia vida de su Padre, y esa vida no termina nunca.

Solo se transformará en una vida cada vez mejor hasta transformarse en totalmente otra, ¡al igual que una semilla de cualquier planta!

¿No ve usted con sus ojos cómo se transforma una semilla completamente hasta convertirse en totalmente otra? ¡Piénselo!

La pregunta de hoy ¿Cómo resucitan los muertos?

Cuando enterramos a nuestro querido hijo José Manuel, mi familia y yo sabíamos que estábamos enterrando a un “cuerpo débil, corruptible, que luego resucitaría incorruptible, glorioso, poderoso, como cuerpo espiritual”, porque “si existe un cuerpo natural, existe también un cuerpo espiritual” (1 Cor 43-44).

Y así esperamos vernos pronto, para empezar a abrazarnos y a reírnos ya sin peligro alguno y con una alegría sin final.

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