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¿QUIÉN ESTÁ EDUCANDO AL PUEBLO?

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonas?” (Salmo 21)

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Maruchi R. de ElmúdesiSanto Domingo

¡Domingo de Ramos! Inicio de la Semana Mayor, o Semana Santa, “gran oportunidad para medir mi grado de fidelidad al Señor”. Él va a morir por mí, y yo tan campante, como si esta decisión no fuera nada. No puedo pasar siquiera una semana al año sin hacer un alto en el camino para reflexionar ante este gran misterio de amor y gratuidad.

¡Tengo tantas distracciones! Y parece que esa es la idea: evitar que entremos en relación íntima con Dios, en el silencio. ¡Distráiganlos! ¡Manténganlos ocupados en las nimiedades de la vida e inventen innumerables proyectos que ocupen sus mentes! ¡Tiéntenlos a gastar, gastar, a pesar de la crisis!

Nos levantamos bien tempranito a hacer deportes, a hacer ejercicios, a caminar, etc., y eso está muy bien, especialmente para nuestra salud. Pero para el Señor no tenemos tiempo. Le damos del que nos sobra y a veces. Ni siquiera una media hora en la mañana y acompañarle con una oración ante el altar, ante el sagrario.

¡Cómo me cuesta darme a mi Señor!

¡Qué insensibilidad está mostrando el mundo de hoy! ¡Qué barbaridades están ocurriendo ante nuestras propias narices, y ante lo cotidiano, los inconvenientes, enterramos la cabeza como el avestruz, para no sufrir bajo ningún concepto! Todo es evasión, todo es superficial. El mundo de hoy solo está programado para gozar, solamente se “predica” el placer, la diversión. Es una forma de impedir que conozcamos la verdad. Y es la verdad la que nos hace libres.

¿Pero quién quiere gente libre? Esa no sigue nuestros mandatos, ni los del “enemigo”. Esa gente no compra nuestros “productos”, esa no entra dentro del “marketing”.

La gente libre sale muy cara. Porque exige. Y ¡tenemos que cumplir sus demandas!

Sin embargo, la libertad es lo que nos hace semejante a Dios. Es inherente a la naturaleza humana. Sufrimos con Él porque lo hemos decidido. Y es lo que no queremos aceptar, que así como Él sufrió por nosotros, debemos al menos ser solidarios con Él. Porque ese sufrimiento, que pienso que no merezco, me compromete a cambiar de vida, me compromete a darle un poco más de importancia a todo eso que gira alrededor de mi vida, que ha sido rescatada por Él. Como nos dice hoy San Pablo: a pesar de su condición divina, tomó la condición de siervo y se hizo semejante a los hombresÖ hasta someterse incluso a la muerte, y a una muerte de cruz”. ¿Y cómo yo correspondo a ese amor por mí?

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