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DOS MINUTOS

Negarse a negarse produce soledad

El evangelio de este domingo (Juan 12, 20-33) tiene una de esas frases que uno oye una y otra vez, hasta que un día comienza a entender algo.

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Luis García DubusSanto Domingo

Según el evangelio de San Juan 12, 20-33 “No le hagas caso Héctor, no creo que él dijera eso por ofenderte... tú sabes que a veces uno dice cosas...”

“¡No! ¡No! ¡Olvídate!” me interrumpió abruptamente Héctor. Y añadió una frase que, a pesar de los años transcurridos, no he olvidado:

“Yo, cuando alguien me molesta, lo borro. Y punto”

No supe qué decir en el momento. Recuerdo haber pensado que quizás él tenía razón en actuar de esa manera. Quizás esa era la mejor forma de evitarse problemas. Quizás, el equivocado era yo...

Héctor me recuerda a otra persona. Ella es una señora mayor, que vive sola en un cuarto de una pensión. Cuando pregunté la razón de que viviera tan sola a pesar de tener hijos y nietos, me contestaron que nadie la soportaba.

“Ella es muy difícil de tratar. Demasiado susceptible. Nadie la quiere cerca”, me dijeron.

Héctor, al igual que esta señora, ha terminado quedándose solo. Su teoría de “borrar” a todo el que lo molesta lo ha dejado sin amigos. Ahora se relaciona sólo con personas que lo soportan porque lo usan. Cuando deje de serles útil, lo abandonarán. Está solo. El evangelio de este domingo (Juan 12, 20-33) tiene una de esas frases que uno oye una y otra vez, hasta que un día comienza a entender algo. Dice hoy el Señor:

“Se lo aseguro, si el grano de trigo caído en tierra no muere, queda solo, pero si muere, da fruto abundante”.

Veo aquí un anuncio de su propia glorificación a través de la ofrenda de su vida.

Pero también veo una gran enseñanza práctica para mí, para usted, para Héctor y para cualquiera que “tenga oídos”. Sabemos que la vida es un proceso. El niño es egoísta: reclama atención constante, y su gran necesidad es recibir amor.

El cristiano adulto, por el contrario, puede salirse de sí y pensar en el otro. La madurez de su fe lo hace capaz de negarse placeres y derechos por el bien del otro, y su mayor necesidad es amar.

Hay una frase en el evangelio de hoy que explica la soledad de Héctor y de la señora de la pensión. Fíjese bien. Dice así:

“Estar preocupado por sí mismo es destruirse; olvidarse de sí mismo, es conservarse para una vida definitiva”.

Esta es nuestra alternativa: egocéntricos o ‘cristocéntricos’. Si mi centro soy yo, me quedaré dando vueltas solo, como un idiota; si mi centro es Cristo, me encontraré con miles de amigos en el camino.

Aferrarnos a nuestros deseos y derechos, y quedarnos solos... O seguir los criterios del Maestro, y cosechar frutos abundantes de alegría, paz y felicidad.

La pregunta de hoy Esto de “no reclamar sus derechos” ¿es acaso algo fácil de hacer?

Por el contrario, es algo tan difícil que el mismo Señor, quien vivió su proceso al igual que usted y yo, al hablar de esto dice: “Me siento turbado ahora”. Y dice San Pablo: “Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer”.

En efecto la idea de “despojarse de su rango,” de “tomar la condición de esclavo”, de “abajarse y obedecer hasta la muerte, y muerte en cruz” (Filipenses 2) caracterizó su vida de sencillez y humildad.

Así que no es nada fácil. Sin embargo, es la puerta estrecha hacia la felicidad. Lo contrario es quedarse centrado en su voluntad, ignorando la de Dios.

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