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Nuestra Señora de la Altagracia

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Maruchi R. De ElmúdesiSanto Domingo

Mañana domingo 21 de enero celebramos la Fiesta de Nuestra Señora de la Altagracia, mediadora y protectora del pueblo dominicano, por la Gracia de Dios y del Espíritu Santo. Pero, además es la Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios en el Misterio de Cristo y de la Iglesia. El Concilio Vaticano II en su Constitución Dogmática sobre la Iglesia, (Lumen Gentium) tiene todo un capítulo para tratar a nuestra Señora, en la economía de la Salvación, pues, “en efecto, la Virgen María, que según el anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su corazón y en su cuerpo y entregó la vida al mundo, es conocida y honrada como verdadera Madre de Dios Redentor. Redimida de un modo eminente, en atención a los futuros méritos de su Hijo y a Él unida con estrecho e indisoluble vínculo, está enriquecida con esta suma prerrogativa y dignidad: ser la Madre de Dios Hijo y, por tanto, la hija predilecta del Padre y el sagrario del Espíritu Santo, con un don de gracia tan eximia, antecede con mucho a todas las criaturas celestiales y terrenas.

“Ella misma sobresale entre los humildes y pobres del Señor, que de Él esperan con confianza la salvación. En fin, con ella, excelsa hija de Sión, tras larga espera de la promesa, se cumple la plenitud de los tiempos y se inaugura la nueva economía, cuando el Hijo de Dios asumió de ella la naturaleza humana para librar al hombre del pecado mediante los misterios de la carne. El Padre de las Misericordias quiso que precediera a la encarnación la aceptación de parte de la Madre predestinada, para que así como la mujer contribuyó a la muerte, así también contribuyera a la vida. Por eso, no es extraño que entre los Santos Padres fuera común llamar a la Madre de Dios toda santa e inmune de toda mancha de pecado y como plasmada por el Espritu Santo y hecha una nueva criatura. Enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular, la virgen nazarena es saludada por mandato de Dios como “llena de gracia”. (Lc 1, 28), y ella responde al enviado especial: “He aquí la esclava del Señor, hagase en mí según tu palabra”. (Lc 1, 38). Así María, hija de Adán, aceptando la palabra divina, fue hecha madre de Jesús, y abrazando la voluntad salvífica de Dios, se consagró totalmente a sí misma, cual esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la Redención con Él y bajo Él, por la gracia de Dios onmipotente.

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