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Jesús viviendo en el dolor

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Lesbia Gómez SueroSanto Domingo

Hace más de 2,000 años se presenta en la historia de la humanidad una escena que describe la interioridad del ser humano: Jesús cuando oraba en el huerto de Getsemaní. Esta imagen presagiaba el íntimo y profundo dolor, el cual se traslucía en su rostro meditativo y contemplativo por los hechos que le sucederían a su pueblo en particular y posteriormente a toda la humanidad en general después de verse cumplida su hermosa misión redentora.

Reflexionaba Jesús sobre la inmolación de los primeros cristianos seguidores de su doctrina de amor, de esperanza y de salvación; aquellos que fueron víctimas de muerte salvaje por las fieras en los circos romanos, como también de la división impuesta por el enemigo entre los apóstoles; por las incurables enfermedades que son auspiciadas por los pecados. En fin, una serie de dramáticos hechos, los cuales constreñían todo su ser con profundo dolor. Pero aun así, el amor por la humanidad era tan grande que con indulgencia aceptaba tales circunstancias, ya que entendía que su doctrina era incipiente, y como tal creaba traumas y divisiones; esto así porque consistía en variar todos los esquemas de conductas de la época, sellándola con un antes y un después de su advenimiento. Es sabido por todos sobre los modelos más cruentos de maldad y egoísmo en que se fundamentaban por aquellos días los principios dogmáticos farisaicos.

Por otro lado, Jesús entendía que esta inmolación de seres se extendería hasta hoy con sofisticados instrumentos de guerra, como también por la delincuencia que arropa a las sociedades con sádicos crímenes y maldad corruptible ¡nunca imaginados! Y con ello prefería Jesús acallar su naturaleza humana que lo presionaba cuando le decía: “Ves, tu amor sacrificial no fue lo bastante para suspender el mal entre las gentes y su mundo”. Y ante tu dolor te decimos: “No, Jesús, desecharás esas insinuaciones del mal”. Los que te amamos y te seguimos te decimos: “Somos los obreros en tu viña, Señor, puedes contar con nosotros. Tú nos mandas a perdonar hasta setenta veces siete o más y por los anticristos que asesinan y matan el cuerpo a ellos perdonamos”. Así también te pedimos que nos perdones a nosotros que nos entretenemos con el vínculo del placer. Tú nos impulsas con tu amor a que seamos mejores seres y a servir con prudencial esmero al hermano que transita el mismo camino hacia el Padre. Nosotros recordamos y valoramos tu inmensa y trascendental misión. Y no solo por ello te amamos; lo hacemos por lo que encarnas: el amor supremo; así como por habernos seleccionado como discípulos tuyos para continuar tu obra salvadora de amor por la humanidad.

Hoy los cristianos están aportando muchos mártires por causa de la maldad, por la desgarradora y pasiva observación de los poderosos que ignoran con desprecio e indiferencia el clamor de hombres, madres e hijos que lloran con dolor la pérdida de sus seres más queridos, pregonando con los brazos en alto: “¡Por favor, paren ya este tormento!”.

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