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¿QUIÉN ESTÁ EDUCANDO AL PUEBLO?

“Ojalá escuchen hoy la voz del Señor”

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Maruchi R. De ElmúdesiSanto Domingo

Estamos viviendo tiempos difíciles, por lo que si no escuchamos continuamente la voz del Señor, nuestro corazón estará duro como la piedra. ¡Tanta violencia, tantas injusticias, tanta falta de caridad para con el prójimo!

En estos días toda la sociedad está acongojada por las muertes de estas jóvenes adolescentes, y nos preguntamos qué está pasando.

Pienso que en la familia es que está la raíz de todos nuestros males. Hoy no hay tiempo para vivir en familia, porque estamos “buscando el pan con el sudor de la frente”, y eso es bueno, pero siempre y cuando esto sea sin dejar de lado nuestra prioridad, que es nuestra familia. Dejamos a nuestros hijos adolescentes salir por las calles sin ninguna protección, ni teniendo en cuenta que ahí está el mayor peligro esperando a las personas más vulnerables, para darles la “puñalada trapera”.

El Libro de Job, en el Antiguo Testamento, nos dice: “No le hagas al otro lo que no quieres que te hagan a ti” (Lc 9, 31), pero ¿cuántas personas piensan en esto? Nunca pensamos las consecuencias de nuestras actitudes. Debemos de orar mucho en estos días, para que no faltemos al derecho del otro. La violencia es la hija predilecta de la agresividad. Crece con rapidez. Se comienza con la palabra y se termina con un arma. En la familia, no hemos aprendido a callar las ofensas. La violencia le viene a los hijos por la palabra y la falta de ejercicio físico. Se deben escuchar a nuestros hijos. Pues, si no se desahogan, se ahogan. Nuestros hijos necesitan deportes, juegos, paseos. Cuando se saca un perro a pasear, es para que se tranquilice, porque muchas veces la casa es como una jaula. Debemos luchar contra la violencia. La mujer todo el día en la casa, muchas veces se siente ahogada. Se debe, pues, salir a distraerse. Sale más barata una comida en un restaurante, que la compra de medicinas y que el hospital. La pareja debe de divertirse. Dar gozo a los demás, conocerlos y amarlos. Hay tres enemigos que nos apartan del bienestar: el mal, el sufrimiento y la muerte. Al mal lo vencemos con el bien; al sufrimiento con la esperanza, y la muerte, aceptándola, pues, es el acto de justicia más grande. Morimos todos, ricos y pobres. Todos. Pero el miedo a la muerte es lo terrible. Nosotros los cristianos no tenemos miedo a la muerte, porque sabemos que la vida no se acaba aquí. Jesús nos ha devuelto la vida eterna: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá” (Jn 11). Por eso, debemos contínuamente “escuchar la loz del Señor”, para poder actuar con compasión y misericordia. “Dichoso quien teme al Señor y ama. Vengan, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva; entremos a su presencia dándole gracias, aclamándole con cantos” (Salmo 94). Hemos visto la acción del Señor en nosotros y estamos alegres, y aleluya. ¡Amén!

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