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DOS MINUTOS

Los hermanos marcados

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Luis García DubusSanto Domingo

Santo Domingo.- Dice una vieja fábula inglesa que a dos hermanos convictos por el robo de ovejas se les hizo en la frente un tatuaje con las letras S.t., que en inglés significan “Sheep thief”, o sea, ladrón de ovejas. Uno de los hermanos no pudo soportar el estigma, y trato de ocultarse en una tierra lejana. Pero cada vez que se miraba en el espejo veía aquella afrentosa marca... y los demás también la veían... y suponían que algo malo habría de significar por lo mucho que él mismo se rechazaba por tenerla. Así que este pobre hombre vivió el resto de su vida lleno de complejos y amargura, y terminó siendo sepultado muy lejos de los suyos. El otro hermano escuchó, entendió y creyó la buena noticia del evangelio de hoy (Juan 1,29-34), contenida en esta frase: “Este es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1,29). Y como él escuchó, entendió y creyó esta revelación hecha por Juan Bautista acerca de Jesucristo, habló con el Señor y le dijo: “Tú eres el que me va a quitar esta marca...”. Con esta confianza puesta en el Señor, se dijo a sí mismo: “Me quedaré aquí, y trataré de recobrar el respeto de mi gente y de mí mismo”. Pasado algún tiempo, en efecto, se creó una gran reputación por su honradez e integridad. Finaliza la fábula contando que varias décadas después, un extranjero vio al anciano con aquellas letras marcadas en la frente, y le preguntó a un joven qué significaban. El joven respondió: “Eso fue algo que pasó hace muchos años y yo no sé exactamente, pero creo que las letras ‘S.t.’ son abreviaturas de ‘Santo”. Miles de personas en este momento (entre las cuales estamos usted y yo) viven marcadas con el estigma de la irritabilidad, de la susceptibilidad, de la tristeza... del complejo de culpabilidad... o de inferioridad... quizás presos por la cadena del rencor, del alcoholismo o de la drogadicción... y de muchas otras imperfecciones que los demás perciben, que nosotros mismos vemos y que nos roban la paz, la alegría, en una palabra, la posibilidad de vivir en paz con nosotros mismos y con los demás. Pues bien, hoy estamos ante un Dios hecho hombre para venir a liberarnos a usted y a mí de todas esas trampas que nos impiden ser plenamente felices. La pregunta de hoy¿Qué es lo que tengo yo que hacer? Que nosotros escuchemos, entendamos y creamos estas palabras acerca de Jesucristo es extremadamente importante. Al igual que el segundo hermano de la fábula, creer esto ha sido todo lo que ha hecho falta. Recordemos a un tal Pedro, a quien el Señor amó por encima de su debilidad, y le dijo que él era “una roca.” O a un enanito llamado Zaqueo, un vulgar ladrón que encontró la felicidad al acercarse al Señor. O a una mujer llamada María Magdalena, quien estaba marcada como prostituta. O a otra llamada Marta, quien era un manojo de nervios y una quejumbrosa. O a un tal Saulo de Tarso, quien estaba decidido a destruir a los cristianos y se encontró por el camino a un Señor lleno de amor... Todos ellos le creyeron a Jesucristo, y ¿qué les sucedió? Que el Amor incondicional del Señor curó a todos ellos, los liberó, los salvó de sus estigmas y los hizo felices amándolos, afirmándolos, perdonándolos, animándolos... Y lo mismo hace hoy con millones de personas como ellos... y como usted... y como yo. El asunto está en escucharlo, entenderlo y creerlo. Y luego, sabiendo cuál es la trampa o defecto principal que nos impide ser plenamente felices, decirle confiadamente: “Tú eres el que me va a quitar esta marca”.

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