MIRANDO POR EL RETROVISOR

Una vida ralentizada

Los economistas suelen usar el término “ralentización” para referirse a un período en el que se registra una desaceleración económica o disminución transitoria en el crecimiento del producto interno bruto (PIB).

No es que la economía de un país ha dejado de crecer, sino que lo hace a un ritmo más lento con respecto a períodos anteriores por diversos factores, incluso hasta inducidos por quienes la manejan, por ejemplo cuando se hace para contener la inflación, como ha ocurrido en los últimos meses. Aunque los economistas siempre aclaran que ralentización no implica una crisis o recesión, si advierten que puede ser una antesala por las señales.

Con nuestra vida cotidiana pasa igual, se va ralentizando, ignoramos los síntomas y cuando ya estamos en una crisis o recesión resulta demasiado tarde para reaccionar.

Parece paradójico que, en un mundo de tanta prisa y urgencias dominado por el uso de las avanzadas tecnologías, nuestras vidas estén ralentizadas y no lo percibimos.

La movilidad urbana es un ejemplo. Nos dirigimos cada día con premura a nuestras actividades cotidianas y perdemos horas valiosas de nuestras vidas en los atascos de un tránsito cada día más caótico y estresante.

Entramos presurosos al servicio del Metro luego de hacer una larga y tediosa fila, subimos las escaleras eléctricas (diseñadas para avanzar estáticos) corriendo y ya cuando pensamos que entramos a la etapa final de tantos sinsabores, hay que dejar pasar hasta dos trenes sin poder ingresar, porque están atestados de pasajeros.

Si al llegar a la estación de destino debes tomar también un carro del “concho”, te enfrentas a ese tráfico donde predomina el irrespeto y la falta de educación, con más demoras en medio de los apremios cotidianos.

La realidad es que vamos por la vida apresurados y maldiciendo los retrasos, sin reparar que igual estamos envueltos en una vida ralentizada.

La adicción por las tecnologías de la información y comunicación también ralentiza nuestras vidas, a veces sin darnos cuenta. Pasamos cuantiosas horas del día frente a las pantallas de celulares, conectados a redes sociales, inmersos en juegos electrónicos y otros recursos alienantes, sin disfrutar el sabor de una rica comida, la alegría de un encuentro familiar o la emoción de un episodio irrepetible, porque estamos más empeñados en fotografiar o grabar para luego compartir en el mundo virtual.

Empleamos el mayor tiempo de nuestras vidas en las actividades que nos generan dinero y bienes materiales, pero aplazamos aquel que debemos emplear en fortalecer cada día más las relaciones familiares.

Tan enfocados en tener nos olvidamos de ser. Pasamos más tiempo donde obtenemos el sustento propio y familiar, dándole cada día menos horas de vida a ese espacio tan sagrado llamado hogar.

Y así perdemos esos momentos que marcan la diferencia para el disfrute de una existencia plena y olvidamos vivir la vida, con toda la redundancia que la expresión implica.

El cantante español Julio Iglesias nos retrata en dos de sus más populares canciones “Momentos” y “Me olvidé de vivir”, esa perniciosa ralentización de la vida en medio de nuestra aparente prisa.

Un estribillo del primer tema reza: “La vida se hace siempre de momentos, de cosas que no sueles valorar. Y luego cuando pierdes, cuando al fin te has dado cuenta, el tiempo no te deja regresar”.

Y la frase que introduce la segunda canción, una experiencia de vida del famoso intérprete ibérico, no puede ser más elocuente: “De tanto correr por la vida sin freno, me olvidé que la vida se vive un momento”.

Los momentos que obviamos disfrutar en esa carrera loca que libramos día a día por ganarle tiempo al tiempo, parafraseando ambas canciones, quizás no vuelvan nunca más.

Vivimos arropados por una celeridad que nos impide hasta reparar en nuestro prójimo y el entorno. Y así perdemos también esas oportunidades de ser amables, educados y respetuosos con nuestros semejantes y el medio ambiente.

Uno de mis versículos bíblicos preferidos está en Filipenses 4:8: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si alguna alabanza, en esto ejercitaos”.

Es una puntual exhortación a ejercitarse en esos momentos que mejoran nuestra calidad de vida y la de aquellas personas con las que interactuamos.

Como en el comportamiento de la economía, probablemente terminemos identificando las señales de que estamos en una ralentización de la vida sólo cuando caemos en una crisis existencial mucho más difícil de manejar.

Durante la juventud estamos centrados en todo el tiempo y la energía que tenemos a nuestros pies. En la adultez, nos enfocamos en obtener el dinero y los bienes que garanticen nuestro bienestar futuro. Y cuando llega la vejez, nos damos cuenta que ya no tenemos el ímpetu para disfrutar de lo acumulado con tanto esmero.

Y como dicen las canciones aludidas, en las tres etapas olvidamos vivir esos detalles pequeños que pueden hacer la diferencia entre una ralentización o una activación de la vida.