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Los panegíricos

En República Dominicana desde los tiempos de Trujillo hasta inicio de los años 90 se puso de moda que cada vez que moría un personaje ilustre, algún intelectual pronunciaba un discurso fúnebre exaltando sus virtudes y aportes a su comunidad.

El panegírico es un tipo de discurso de género epidíctico que tiene como centro la exaltación de las virtudes y hechos relevantes de un personaje; en especial cuando se trata del sermón fúnebre, circunstancia particular que se produce en un funeral.

Esta costumbre viene de lejos. En la ritualidad cristiana, especialmente en los ritos católicos, coptos y ortodoxos, el panegírico es un discurso alabando las virtudes de un santo, sus milagros y las bendiciones que proporciona, así como ante los restos mortales de un fallecido.

Sebastián de Covarrubias, filólogo español, capellán de Felipe III, de principios del siglo XVII, define el panegírico como “un razonamiento hecho en alguna celebridad, modo oratorio, donde concurre mucha gente en fiesta de algún santo que celebra la Iglesia, o en honra de algún señor particular o persona singular de su vida ante su muerte”.

Esta última acepción ha sido la que se fue propagando en el país, cuando los familiares de los fallecidos se agenciaban que un orador culto despidiera a sus muertos.

En el país se fueron destacando algunos académicos, poetas e intelectuales que eran famosos por sus panegíricos como Carlos Rafael Goico Morales, Manuel de Js. Goico Castro, Rafael Valera Benítez, Julio Genaro Campillo Pérez, entre otros.

Los dos más famosos panegíricos dominicanos fueron pronunciados por la misma persona, el presidente Joaquín Balaguer, uno ante el féretro de Trujillo y otro ante los restos mortales del general Pedro Santana.

Uno de esos afamados panegiristas se mantenía visitando todas las semanas al presidente Balaguer, con un motivo particular, que le diera todos sus datos para el preparar su panegírico. Balaguer -sotorriéndose- le dijo: "A mí me gustaría que usted me enviara los suyos por si me toca pronunciar su panegírico"

El académico era tan ocurrente, que meses después va donde Balaguer y le dice: “presidente ya tengo listo su panegírico, se puede morir cuando quiera. Tenga una copia”. Una gracia que disgustó al estadista. Doce años más tarde, en 1990, siendo aún presidente el Dr. Balaguer, le comunican que el prestigioso intelectual había fallecido. En su tristeza comentó: “Y ese era el que iba a leer mi panegírico”.

Asistió al cementerio a despedir al amigo y llevaba en las manos un documento que no soltaba a nadie, ni siquiera sus más cercanos colaboradores sabían de qué se trataba, y cuando le comunicaron que ya iban a colocar la losa del sepulcro, se acercó y tiró los papeles dentro de la fosa. Dijo algo ininteligible entre los labios, dio la vuelta y se fue.

Cuando su secretario Rafael Bello Andino le preguntó sobre esos papeles que había echado en la tumba, le contestó: “Le devolví su panegírico, ya que no va a poder pronunciarlo”.