Desde mi pluma

Lo que nunca quise decir

Han pasado días y las imágenes se repiten en mi cabeza una y otra vez. Mi San Cristóbal no encuentra consuelo, todos andamos con el alma rota. Una catastrófica explosión en el centro comercial del municipio cobró la vida de decenas de compueblanos, incluido un recién nacido, y dejó heridos de gravedad a casi medio centenar.

A mis 23 años de edad jamás había visto o sentido algo de esa magnitud en la ciudad. En mi casa, situada a kilómetro y medio del epicentro, retumbaron las ventanas por el estallido, parecía un sismo.

De inmediato comenzaron las llamadas: “¿Están todos bien?” y gracias a Dios si estábamos. Pero qué duro fue darnos cuenta de que muchos no, de que para más de una familia nunca nada será igual.

Que duro fue mirar a la gente correr despavoridos por sus vidas, arrastrando quemaduras, tirados sobre el pavimento o sufriendo crisis de ansiedad y ataques de pánico tras el siniestro.

Que desgarrador fue ser testigo de cómo la gente lloraba a sus allegados afectados o gritaba con angustia por desconocer su paradero.

El municipio cabecera de la provincia sureña se ha teñido de cenizas, humaredas,estructuras consumidas por el fuego y otras colapsaras como si se tratara de una zona de guerra.

Las fotografías del área sólo pueden compararse, guardando las distancias, con las de Ucrania.

Han sido días verdaderamente grises aunque la solidaridad se ha impuesto, así como la acción de las autoridades.

Desde este espacio, solo me queda reflexionar sobre lo efímera que es la vida, sobre lo afortunados que somos de poder llegar a casa con bien y abrazar a nuestros seres queridos.

Para aquellos que hoy sufren no existe consuelo alguno que alivia e su carga y para los sancristobalenses será muy duro pasar la página y superar el oscuro 14 de agosto de 2023.