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El dedo en el gatillo

Ay, las ideologías, aparten de mí ese cáliz

Hablemos de un cine ideológico. No de la película “1984”, obra inspirada en la novela de George Orwell. Hablemos de “Plantadas”, el filme cubano estrenado en Novocentro. He escrito sobre ella, lo bueno y lo malo. No soy Dios para censurarla o bendecirla. Y cuando escribo, no estoy defendiendo una película, sino la libertad de hacer cine a partir de una historia, en este caso, cine-testimonio.

Comienzo así porque un gran amigo me recriminó por elogiar las virtudes técnicas de la obra, las cuales él minimizó.

Siempre he respetado a mis amigos, incluso cuando disienten de esa crónica. Lo hago porque quien ahora me condena lo considero alguien con criterio propio que supo salir al mundo por sí mismo y saber ser cubano. Pero esta vez, estamos encontrados.

No le impuse mis puntos de vista sino guardé silencio por el honor de su amistad.

El cine no es como el papel que admite todo lo que le pongan. Es un conjunto de inflexiones que necesitan cámara, música, banda sonora, maquillaje, vestuario, tramoya, edición, actores y otras veleidades técnicas que obligan a su disfrute, a convertirnos en testigos de una determinada realidad.

Cuando escribo de cine, practico una verdad que deseo compartir con mis lectores: No soy amigo de nadie. He leído en alguna parte que el comentarista de cine está para bajarle el ego al director. Por ello no elogio por elogiar. Ni hablo de todo lo que veo, pues como buen espectador, también busco entretenimiento con “clavos” comerciales. Pero “enemigos, tampoco”. No me gusta tener enemigos porque esos personajes no miran de frente. Por ello aclaro que no soy amigo de los directores de “Plantadas”. Pero no puedo tapar el sol con un dedo. Ellos no han caído del cielo. Son dos cubanos emigrantes que intentan ganarse la vida, malo que bueno, con lo único que saben hacer: Cine. Eso me basta para interesarme por sus producciones. El hecho de nacer en el mismo país que el mío y salir al mundo en busca de otros horizontes, merece respeto. Son dos triunfadores y han llevado su arte a otras latitudes. Estoy hablando de dos profesionales, cuyos valores debieran resaltarse. Pero el mundo todavía anda partido en dos mitades en conflicto y el peso cultural recae en el bando que promueve un cambio por las malas.

Mi amigo no es cercano a quienes respondieron a la investigación para la puesta en escena de “Plantadas”. Es decir, tanto él como los directores de “Plantadas” sostienen posiciones encontradas y nadie se pone de acuerdo sobre ellas, porque cada quien defiende su verdad y sabe cómo vivir o sobrevivir con ella. En mi caso, rompo el hielo, y me lanzo. No aplaudo a las bandadas de pájaros que cruzan el cielo, ni tampoco a los cazadores parapetados con sus rifles para derribar las que intentan escapar de los ruidos infrahumanos. Tengo todo el derecho a escribir sobre esta cinta igual que lo he hecho de otras, abandonando todo vestigio de ideología para que nadie advierta que mi deseo es pescar en río revuelto.

Soy un hombre feliz. Tengo la dicha de ver a mis tres hijos ganarse la vida en profesiones no ligadas a la política, ni a la literatura. Ellos se han apartado del cabildeo y del mundo intelectual: ese hervidero de la intriga, los chismes y la maledicencia. Ese mundo que abre hendiduras internas y nos convierte en muñecos con cabeza baja y bolsillos vacíos; mendigando en oficinas por el patrocinio o venta de su obra a un precio similar a la indignidad.

Hoy escribiré de una sola felicidad, la de mi hija Roxana, allá en la Roma donde comenzó su historia, con mis nietas a cuesta y su empeño en sacarlas adelante a como dé lugar, aun sacrificando visitarme o costearme el boleto. Cuando pudo hacerlo, lo hizo. Y en grande.

Italia aceptó refugiados ucranianos que escaparon de su patria hundida por misiles rusos. Les dio albergue, comida y retribuciones morales. Los niños ucranianos exiliados en la patria del César, al igual que sus padres, sobreviven sin bombas, ni apagones, ni frioleras. Sin embargo, permanecen encerrados en habitaciones confortables, sin estudios, ni juguetes, ni amigos, ni visitas. Cerca del hogar de mi hija funciona un centro de acogida para esos emigrantes. Ella no dudó en la inteligencia de mis nietas y les contó la tragedia de aquellos niños que de pronto vieron su infancia hecha mil pedazos. Con bultos de ropas y juguetes llegaron a aquel sitio llenas del amor que aprendieron de sus antepasados cubanos. Los niños ucranianos recibieron sus presentes sin saber qué hacer. Sólo una sensación de asombro nacía de su mirada temerosa. Al principio extrañeza e incertidumbre provocaban un silencio sepulcral, pero mis nietas y sus amigas de la escuela, se encargaron de sacar de sus rostros la risa que creían haber perdido. Compartieron, jugaron y hasta les enseñaron algunas palabras del idioma de Petrarca. Mi hija, entre tristeza y alegría, los contemplaba sin hablar. Al marcharse, esos niños volverrían a quedar a mansalva de la soledad.Sin embargo, aquella escena era lo menos que se podía hacer en favor de la infancia desahuciada. Quisieron llevar más regalos, pero el gesto las retrató para mi corazón. Tal vez la prensa no recogió sus fotos y rostros junto a aquellos niños que sin enteder significados de palabras como guerra, invación y muerte, sí quedaron publicados en mi interior y cuya historia ahora relato en esta crónica como un tesoro que nadie me podrá quitar.

Un reto del cine es hacer películas sobre la guerra de Ucrania. No sé quiénes las dirigirán, ni el nombre de sus guionistas. Pero si la vida me alcanza escribiré sobre ellas, no solo en honor a mi familia romana, sino por el bien que ese país le ha hecho a la humanidad de hoy. Por ello no deseo volver a incomodar a mi amigo inconforme con “Plantadas”. Un toquecito de respeto a su impronta me obligó a dejar una puerta abierta para continuar con una amistad de tantos años que espero que la voracidad ideológica del momento en que vivimos no se encargue en hacer trizas para siempre.

“Plantadas” brilla con luz propia. Yo solo soy un escritor con virtudes y defectos. Que otros opinen lo que quieran. Tienen todo el derecho del mundo para hacerlo.

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