La poesía y las artes, ¿útiles para los ejecutivos de hoy?

“La serpiente arrastra la tripa, no come más que tierra.

Pero la muchacha prefiere el dulce, y plato de plata en la mesa”.

KARLFELDT, Eric Axel, Nobel de Literatura (1931).

La poesía registra y testimonia la existencia. Vestigio de la experiencia vital. Cuando petrifica saberes, convicciones acuñadas y sentimientos, deviene ámbito cuasi filosófico: constructo de “verdades” y emociones desde el cual lo axiomático subjetivo proclama la universalidad.

Para proponer sus certezas, lo poiético cuenta con un pasaporte social: el convencionalismo. Todas las disciplinas humanas parten de este intenso sistema permisivo, pletórico de pre-supuestos. El más portentoso es económico: dinero = +riqueza, +felicidad, +dicha. Tras él van, entonces, los actos humanos: en guerra y competencia feroz.

¿Cómo describir el sol como esfera de fuego sin un tropo? Las ciencias son tan metafóricas como la poesía. Pensemos en agujeros negros: oscuridades trogloditas centrípetas. O en los átomos: unidades más pequeñas y estables de la materia…; los planetas = esferas; etc. Para “entregarse” gnoseológicamente, estas realidades requieren conjuntos referenciales conocidos, vigentes y re-articulados. Muchos provienen de otros saberes. En el caso estelar, de la Geometría: junto a la Matemática, la Óptica, la Anatomía y “otras” epistemes, aporta los conceptos para que la Astronomía defina el espacio cósmico: características, interrelaciones, fenómenos y “cuerpos”.

El tropo se consagra como formidable herramienta del saber. Artilugio de un lenguaje que aprehende y designa lo existente: objetivo y subjetivo; la realidad y sus influjos en las consciencias y sentimientos humanos.

Poetizar desencadena esa aventura tras nuevas formas de interrelaciones y supuestos. Implica una labor selectiva previa, definir el ámbito de interés, poblar el discurso con los fenómenos, realidades, sentimientos y convicciones priorizados.

Haciéndolo, se delimita el territorio, se cualifica y propone un resultado poético al consentimiento social: el convencionalismo. Los interlocutores deciden sobre aceptar la poesía y a los poetas como disciplina y oficiantes útiles para reconocerles tal derecho. Cuándo no lo consienten, el diálogo se rompe. La función poética es escarnada y su praxis, devaluada.

¿Es realmente útil la poesía para la gente y las sociedades?

Piénsese en altos ejecutivos de importantes empresas: agobiados y preocupados por la incertidumbre que afecta las iniciativas y negocios. Sus mentes empantanadas en aluviones de datos estadísticos; reportes, indicadores y ratios financieros; tendencias de mercados, desempeño institucional...

En momentos así, la poesía los extraería de sufrir, regresándolos, con el “valor agregado” del pensamiento abierto y el descanso lúdico, hacia imprevisibles probabilidades; conjeturando, sorteando, descubriendo…

Si leyera “Las piquetas de los gallos cavan buscando la aurora | cuando por el monte oscuro baja Soledad Montoya”, sin otro recurso, máquina, dispositivo o instrumental sería extraído hasta la oposición cavar-aurora; lo bajo y celestial; la construcción del porvenir, de la esperanza cierta... ¡Otro universo!

Significados impregnados en la oposición metafórica “cavar buscando la aurora”. Desde la tierra, el cielo; desde el pozo, la luz; la acción cantar despertando la alborada trascendiendo lo espurio cotidiano: ¡ascensión!

Sus conexiones sinápticas abrirían, expandiendo sus capacidades de crear soluciones con la misma estrategia que constituye lo poiético: los tropos, el lenguaje de inventar correlacionando, validando incongruencias, superando lo dado y la previsibilidad.