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El fracaso de las élites

Más allá de Marx, que entrevió entre los pliegues del tiempo el manejo que los pequeños grupos ejercían sobre los más grandes; sin desmedro de Platón, que entendía que el gobierno de los mejores (y, por lo tanto, pocos) era preferible al gobierno de muchos, fue Lenin quien afirmó el rol decisivo que las élites ejercían sobre la masa, postulando que, por tanto, un partido/élite lo suficientemente convencido podía dirigir el destino de un país. Fue Pareto no obstante quien diseccionó a las élites, evidenciando que “la historia es un cementerio de aristocracias” y que todo lo vivido puede reinterpretarse a partir de las contradicciones suscitadas entre ellas.

Las élites representan el orden establecido y el fundamento jurídico sobre el que se sustenta ese orden es un reflejo de cómo se organiza el poder en una sociedad. Definidas como grupos de clase y con sentido de pertenencia, se manifiestan en cada una de las diversas áreas o sectores sociales; hay élites económicas, políticas, académicas, intelectuales, etc., pero se encuentra, sobre todo debajo de estas, “la élite”, la mano que mece la cuna, la que abreva en los ríos subterráneos del poder… la que en última instancia incide y decide. La teoría paretiana sustenta que, siempre desafiadas por la masa que se resiste a ser dirigida, las élites cooptan a los mejores de esos grupos adversos en una jugada doble a través de la cual absorben a sus potenciales líderes -convirtiéndolos en parte del grupo-, adoptando a través de este proceso nuevos códigos y prácticas de las clases subyugadas y legitimándose ante ellas al parecérseles más.

La élite dominicana está en una encrucijada; lejos de imponer su código semiótico como parte del discurso de dominación y alineación necesario para mantener el orden, se encuentra rendida a los pies de la masa y de sus expresiones; lejos de imponer la simbología estética de los esquemas que la legitiman y la convierten en un aspiracional, se encuentra subyugada mental y espiritualmente ante los valores de la masa y sus exponentes. Cuando los hijos de las élites adoptan y asumen como propios la vestimenta, el lenguaje, los gustos, prácticas, ritmos y modelos de los sometidos, el resultado es risible, pero también predecible; Nerón tenía razón al tocar la lira, no hay nada tan hermoso como escuchar música mientras todo arde.

No tiene sentido sentir temor porque los bárbaros están en las puertas, cuando en realidad ya están dentro, sentados entre ellos… si al final, la historia es eso, un eterno bailar en torno a la misma mesa, en donde unos se paran y otros se sientan.

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