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Decir Chochueca

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Marcio Veloz MaggioloSanto Domingo

(Para Jimmy Sierra, biógrafo barrial)

Su verdadero nombre era Bienvenido Martínez, conversé algunas veces con él cuando transitaba, desangelado y con sonrisa desdentada, por la calle Jacinto de la Concha y a veces se detenía en la casa del Dr. Pedro Julio Santana, su viejo compañero de escuela pública. Nunca enloqueció, no era un loco, era realmente un maniático. Se le veía muchas veces en las puertas del diario La Nación, recogiendo los nombres de los fallecidos que aparecían escritos en la pizarra verde del periódico. Desde allí salía, pregonero de las muertes recientes, visitando conocidos que de seguro ignoraban tales fallecimientos. Don Pedro me afirmaba que no siempre fue el maniático distribuidor de noticias tristes, y que su pobreza lo llevó hacia la búsqueda de ropas usadas y objetos sobrantes de los velorios populares, época en la que aún no existían las lujosas salas, agencias como las actuales. Apenas, en el medio del barrio de San Miguel, existía la funeraria de Martinó, con su carro mortuorio decorado por penachos, sus caballos de tiro para una muerte rodante. Alguien le endilgó, no se sabe por qué, el apelativo de Chochueca. En casa de amigos recibía, temprano, algún desayuno. No era un pedigüeño, y en Villa Francisca, vestido con saco y corbata desajustados, saludaba de manera cordial, conociendo el nombre de vecinos y sufriendo, ya tardíamente, la burla de los muchachos.

Chochueca fue un personaje barrial. Su manía se hizo cada vez más trágica, y siendo un gran conocedor de la gente “notable”, muchas veces las vestimentas de los fallecidos iban a sus manos. Regalos que se acrecentaron cuando alcanzó fama. Cuando se incrementó en él la manía de “rescatar” piezas de vestir que vendía o cambiaba ---como era costumbre, por pollos o gallinasó Comenzó a “velar “a los que ya graves, se suponía moribundos. Entonces se le asignó el sambenito de “azaroso” y de atraer la mala suerte. Así, en las calles de Villa Francisca, San Carlos y San Antón, , el personaje, mal vestido, dominado por las disposiciones de una herencia triste, generalmente llevaba en un saco de henequén, zapatos, trajes masculinos, y enseres de fallecidos. Nunca se supo que heredera objetos femeninos. Siempre se manifestó respetuoso de las mujeres.

De baja estatura, con el pelo crespo, con la expresión de aquellas formas genéticas que los dominicanos llamamos “jabado”, se acercaba a los velorios con respetuoso gesto; se destocaba de su permanente sombrero de fieltro requeteusado, y presentaba las condolencias de lugar. Era servicial hasta para las diligencias, y nunca se le vio incómodo ni dolido por las amenazas de algunos de los vecinos barriales; el respeto era su norte. La muerte de los barrios, su compañera.

Bienvenido murió un día del que nadie sabe nada. Dejó de existir silenciosamente y pocos saben dónde fue enterrado. El apodo burlón pasó a la farándula, a la literatura, a las imitaciones graciosas. Quedó en los lenguajes, en imitaciones como las de Cuquín Victoria, convirtiéndolo en un nuevo personaje, y se ha ido esfumando convertido en burlón recuerdo de los que no lo conocieron. Pelao, un sustituto con menos gracia, y lentes negros, y color de casi desleído, lo secundaba ya desde hacía años.

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