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Competitividad: ¿Cuál de sus versiones?

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Yvelisse Prats Ramírez de PérezSanto Domingo

Lo definió con rigor y certeza Platón: “Las palabras son simples convenciones”.

Grupos, regiones, naciones, se ponen de acuerdo, por diferentes razones, en denominar un objeto, un suceso, una situación con una PALABRA. Así sucede en los diferentes idiomas: boca, en castellano, bouche en francés; mouth en inglés; mund en alemán, nombra al mismo órgano humano que se utiliza para besar o morder.

Hay, también, una “convención”, un convenio más intencionado, que matiza una sola palabra y la dota de distintos significados; de acuerdo a visiones distintas del mundo, o sea, a ideologías explícitas o implícitas.

La palabra Competitividad es una de ellas. Como el presidente de la República, Danilo Medina, ha puesto sobre el tapete de la atención ciudadana el vocablo, al bautizar en su decreto No. 453-18 el 2019 como año de la Innovación y la Competitividad, parece pertinente reflexionar sobre el sentido político, social, económico y educativo que el gobierno asigna al término. Así, definitivamente, podrán enterarse los dominicanos, si aún no lo saben, cual es la visión ideológica que prima en el sector peledeísta que está en el poder.

La palabra, desde el punto de vista morfológico, es un híbrido de sustantivo con adjetivos, abstractos, derivados del verbo competir.

Sin embargo, sobre todo en el mercado posmoderno, la competitividad ha ido mutando, ya no solo denota la lucha limpia de ganar por méritos un premio, sino expresa connotaciones sobre las características, las condiciones y la limpieza misma de ese concurso.

Se van perfilando entonces dos versiones de la competitividad: la neoliberal, impregnada de individualismo y la intención, del ganar-ganar sin importar métodos ni consecuencias sociales, haciendo uso de la fuerza contra los débiles, y la versión demócrata-humanista, que las Naciones Unidas presentan como modelo sostenible, y que los partidos y gobiernos socialistas democráticos asumen, aunque sea difícil y compleja, como parte de un programa entreverado de utopías y de acciones valientes y concretas. Las diferencias son notables entre ambos modelos. En un esfuerzo de síntesis, pueden enunciarse y compararse.

La visión neoliberal de la competitividad se funda en las llamadas ventajas comparativas espurias: salarios bajos a los trabajadores que producen los bienes en competencia, la falta de una formación especializada, y como resultado, productos que compiten por su bajo precio, pero no por su calidad.

La versión humanista de la competitividad se basa en las llamadas ventajas dinámicas: se fundamenta en recursos humanos calificados, salarios decentes y esmero en elevar calidades.

Estas características exigen un conjunto integrado e integrador de políticas públicas que son condicionantes previas de esa modalidad: la educación, entre ellas, una reforma educativa profunda que eleve la calidad en todos los niveles, y modalidades, que amplíe y diversifique la formación técnica-profesional, y el fortalecimiento de la investigación científica. Otras políticas públicas que deben ser aliadas de la competitividad así entendida, son, por ejemplo, la política internacional, cuando se trata de países pequeños, pobres, subdesarrollados, no puede competir con los grandes en solitario; tienen que crear bloques.

Debería ser obvio que, de las dos versiones, las naciones que quieren, no solo competir hacia afuera, sino compartir hacia dentro los “premios” de la competencia, preferirán la modalidad democrática-humanista, la que usa ventajas dinámicas, que ganan mercados externos por la calidad del producto, a la vez que elevan el nivel de vida de los trabajadores, aumentando así el consumo interno, a la vez perfeccionando la educación y generando la investigación científica para las innovaciones necesarias, y además, creando vínculos de unión entre países y regiones vecinas.

La pregunta se hace premiosa, es oportuna, diría que indispensable.

La dedicatoria que hizo el Presidente surgió de súbito, luce más como un propósito algo volandero de nuevo año, y no, como debe ser, el resultado de una consulta de todos los sectores nacionales involucrados.

Por ejemplo: ¿cuál es el modelo que pretende el gobierno que se aplique, cuáles ventajas competitivas que aplicaremos?

¿Tendrán las empresas privadas verdaderas, no las que ha creado el PLD a la carrera, los estímulos que el Estado debe ofrecer, puesto que ellos son protagonistas indispensables en una competitividad exitosa?

Este 2019, también, es un año preelectoral. Los electores debemos estar bien informados antes de votar por nuevos gobernantes o por los mismos que harán lo mismo, aunque con otros nombres, ojo: ¡Al fin y al cabo, las palabras son simples Convenciones, y el presidente Medina seguro ha leído a Platón!

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