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FUNDACIÓN SALESIANA DON BOSCO

El pulpero de Dios

Apuesto peso a morisqueta a que no sabes lo que es una pulpería. ¡Eso mismo! Aunque ya los colmados, colmadones, bodegas, supermercados y malls le han dado una patada a la pulpería hasta hacerla casi desaparecer, todavía nuestra memoria histórica la recuerda e incluso la reproduce en barrios pobres.

Es que la pobreza y la pulpería van de la mano.

Quiero presentarte a un niño que soñó ser pulpero de Dios. Ese niño, nacido en Botija de Cabirmota, paraje de La Vega, aprendió a vender en varias pulperías; no pulpos, porque no había, pero sí arroz, frijoles, bebidas, velas, carbón y tantas otras mercancías.

Aprendió sobre todo la sicología del vendedor.

La última pulpería en la que se desempeñó como comerciante de las cosas de este mundo, estaba ubicada en la así llamada Villa de Cutupú, conocida popularmente como los tres golpes.

Un Señor pasó un día por esa pulpería, lo vio ocupado en su negocio y, como a Mateo, le dijo: “Ven y sígueme.” Y no lo pensó dos veces. Dejando salchichones, pica picas, “jumiadoras” y otras mojigangas, lo siguió.

Sí, porque de ahí alzó el vuelo hacia las montañas de Jarabacoa, donde ese Señor reposa durante las noches. Allí comenzó a prepararse a ser el “Pulpero de Dios”, agarrado de la mano de Don Bosco. El mundo salesiano se proyectó ante él como una fascinante película en tercera dimensión, de la cual iba a ser protagonista en su vida.

Se le abrieron las alas para emprender un vuelo de aventuras jamás soñadas.

Se dio cuenta entonces de que para ser el “Pulpero de Dios” había que fajarse, estudiando los contenidos y reglas de ese comercio espiritual. Observó que, a pesar de que los clientes eran los mismos que había conocido en su trabajo de muchacho, con quienes debería tratar en adelante buscaban otro tipo de mercancía: camino, verdad, paz, misericordia, amor y tantos otros bienes que encaminan a la vida eterna.

Siguiendo a Don Bosco, comprendió que los jóvenes serían sus clientes preferidos y se dedicó en alma y cuerpo a venderles, o más bien regalarles, alimentos que los convertirían en honestos ciudadanos y buenos cristianos.

Pero, como salesiano consagrado, estuvo siempre a las órdenes de la Iglesia; ella le encomendó el cuidado pastoral de la Diócesis de Barahona, que él estrenó.

Allí se desvivió por todos y entregó sus energías hasta que pudo, dejando un recuerdo de suave olor. Lo mismo hizo por todo este pueblo dominicano que hoy les tributa el honor reservado a sus mejores hijos.

¡Toca las fanfarrias! Tengo la satisfacción de presentarte al Pulpero de Dios: Fabio Mamerto Rivas Santos. Aplausos para él; se los merece como el que más.

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