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FIGURAS DE ESTE MUNDO

La palabra edificante

En las páginas del libro “Ensayos”, Montaigne se revela como una personalidad interesante, un hombre de singular clarividencia y profundidad, que confería a cada frase y declaración su sello personal. Escritor francés del Renacimiento, creador del ensayo como género literario, aportó ideas a su generación, como en muchos aspectos a la nuestra.

“El arte de conversar”, por ejemplo, contiene este pensamiento: “El ejercicio más natural y más provechoso de nuestra alma es, a mi entender, la conversación. No hay cosa en la vida que parezca más agradable. La conversación al punto interesa y educa”.

Pero Montaigne hace una advertencia que conviene atender y acatar. Sostiene que así como nuestra alma se fortifica por el contacto con inteligencias potentes y ordenadas, así también se corrompe en gran manera si entra en relación con espíritus bajos y enfermizos. “No hay contagio como este”, asegura.

Quince siglos antes, el apóstol Pablo ya había prevenido: “No erréis: las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres” (1 Corintios 15:34). Esto es, las palabras o un mensaje hablado pervertidos son una influencia corruptora. El mismo misionero de Cristo ratifica este concepto en otra epístola: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes” (Efesios 4:29).

El lenguaje sucio de cualquier clase corrompe, no edifica. Las palabras sórdidas salen de la corrupción del que las dice y corrompen la mente de los que las oyen. El habla del comunicador, del artista, del conversador, de la persona educada y -huelga añadir- cristiana debería servir para instruir, animar, entusiasmar, inspirar, edificar y bendecir. En este caso, la herencia literaria y moral de Montaigne ha coincidido con los principios de la fe cristiana.

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figuras24@hotmail.com

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