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VIVENCIAS

Ambicionar escribir

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Juan Francisco Puello HerreraSanto Domingo

¡Válgame Dios de considerarme un escritor! Solo soy un instrumento del Espíritu que hace a mis sentidos experimentar su presencia en la turbulencia que se vive en estos tiempos inciertos. Conozco de mis limitaciones, pero por pura gracia de Dios me he valido del mejor medio para difundir el mensaje de paz que es Jesús.

En verdad, jamás imaginé que a través de la escritura se pudieran producir milagros, por esto, cada vez que mi corazón siente esa necesidad de escribir le pido a Dios que aumente mi fe para que pueda llevar a otros su mensaje salvación.

De esta manera, nueve libros dan fe de esto, inspirados por el Espíritu de Dios, en los que he puesto mi empeño por acercar a otros al reino prometido. Así he comprendido después de largos años en el ejercicio de ser receptor de lo que debo escribir aquello expresado por Francis Bacon, que la “lectura hace al hombre completo; la conversación lo hace ágil y el escribir lo hace preciso”.

Por eso, la ambición de escribir no desaparece del mundo del espíritu que me ha acompañado en estas tres décadas. Ciertamente, nunca le he abierto un espacio al demonio para que muera esa ambición, por el contrario, en pleno uso de mis facultades mentales he obedecido a los dictados de mi conciencia siempre en el entendimiento que no compongo los escritos para ganar nombradía.

No me considero escritor mucho menos un aprendiz, aspiro solo a ser más auténtico que original. Tampoco hacer a nadie esclavo de mis ideas o crear un estilo que imponga un gusto literario. Pretendo, y confieso mi intención, de llevar sosiego y paz a quien se arriesgue a leer lo que escribo, para que cuestione y despierte su conciencia muchas veces adormecida por la tibieza espiritual, por la irreflexión o por la insinceridad.

La incurable comezón de escribir se apodera de uno de varias maneras, pero cuando este prurito pasa de la epidermis a la dermis, se convierte en una inveterada costumbre que es difícil parar. En la comprensión de los escritos descansa el fervor que imprime el escritor a sus ideas como bien lo expresaba Cervantes (Don Quijote p. 2™, Cap. III) que la pluma es la lengua del alma.

De buena fe he confiado a lo escrito mis ilusiones, solo con la intención de que busquen a Dios en las cosas “insignificantes” y no en aquellas que proporcionan una felicidad pasajera.

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