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Tiempo para el alma

“¿Quién eres para que juzgues a otro?”. Stg. 4: 12.

No estaría mal: cada mañana al despertar decirse a sí mismo: “hoy me propongo no juzgar a nadie”. No, nada mal hacer esta declaración matinal y repetirla cada vez que asoma a nuestra mente la intención de cuestionar -con la superflua y dañina intención de criticar- las decisiones de otras personas. Jesús lo dijo de varias formas: cuando hablaba de la paja en el ojo ajeno y la viga en el ojo propio o cuando, ante aquella mujer expuesta en público, pidió que tirara la primera piedra quien estuviera libre de pecado. No tenemos calidad de jueces morales porque todos somos pecadores, porque todos tenemos nuestras vigas. No se trata solo de los que se han visto en conflicto con las leyes, se trata también de las cotidianidades, de esas pequeñas acciones visibles u ocultas, de esas actitudes perniciosas, de esas manifestaciones de envidia y recelo, de esas contradicciones entre lo que decimos que hacemos y lo que en realidad hacemos. Así que, bajemos el dedo, soltemos la piedra y cambiemos esta actitud por la de superar nuestras propias miserias y buscar las virtudes, las propias y las de los demás. No es simple, pero puede ser un intento diario, sincero y comprometido: “Hoy me propongo no juzgar a nadie”.

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