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Tiempo para el alma

“Considera al íntegro, y mira al justo; porque hay un final dichoso para el hombre de paz”. Sal. 37. 37.

La corrupción asumida y aceptada como un estilo de vida validado por la falta de observación y sanción está consumiendo a las sociedades. Y no hablo de la corrupción a escala alta, en las instancias públicas o de poder político - económico; me refiero a otra que es igualmente nociva: esa forma de movernos, de manejarnos con las actividades cotidianas, esa distorsión de las ventajas, de los privilegios; me refiero al abuso respecto de lo que no es nuestro o solo nuestro. ¿O no somos corruptos cuando disfrazamos los valores de la tasación de nuestra vivienda para pagar menos impuestos? ¿O cuando le pagamos a un “buscón” para evitar filas, o cuando decimos que la edad del hijo es menor a la real para tener alguna ventaja “para menores”, o cuando pagamos un sueldo de verdadera miseria a la empleada doméstica, o cuando usamos el espacio para embarazadas o de personas con disparidad en los estacionamientos de las plazas y los supermercados, o cuando difamamos para extorsionar, o cuando recibimos privilegios para ayudar a un externo en la empresa en donde trabajamos, o cuando...? Hay muchas formas de ser corrupto y muchas formas de corromper.

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