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EN PLURAL

87 años, triunfo de la vida

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Yvelisse Prats Ramírez de PérezSanto Domingo

Hay personas, algunas muy cercanas a mí, que no solo no celebran sus cumpleaños, sino que ni siquiera permiten que se les felicite en esas fechas.

Enfurruñados, pesimistas, afirman que cada año que cumplen es un paso más hacia el cementerio.

Biológicamente, esa expresión puede parecer cierta, aunque de acuerdo a la dialéctica, se puede moderar su fatalidad rectilínea con algunas reflexiones, basadas en una relación biunívoca entre nacer y morir, entre rendirse y triunfar; polos opuestos, que, sin embargo, no existen sin explicarse cada uno con el otro.

Vivir, morir. Los que ven aproximarse la muerte en cada cumpleaños, olvidan la alegría de mirar hacia atrás, las cosas buenas de las que disfrutamos y las circunstancias difíciles que pudimos superar, airosamente.

Si tienen hijos, hijas, cada uno de los que le sobrevivan, será la forma lograda de vencer el tiempo y la misma muerte.

Pasar por el mundo dejando de oír por su propia voluntad desde que se hacen adultos, el crujido de las envolturas de los regalos de parientes y amigos; prohibir con gesto hosco el pudín con indiscretas velitas, una por cada año vivido, es un disparate, un adelantar la muerte, viviendo esperándola, mirar hacia lo oscuro, lo temido, lo desconocido, y rechazar recuerdos hermosos, que pujan por acompañarlos que son intemporales como el amor.

Yo, en cambio, adoro cumplir años, que me feliciten, que algún familiar o un amigo entrañable madrugue y me cante telefónicamente “Cumpleaños feliz”.

Días antes, he hecho una lista de regalos posibles, que menciono “casualmente” cuando hablo con los hijos y nietos. Soy considerada, en esa lista hay una graduación de precios, y ninguno es demasiado costoso, porque lo que me emociona al abrir el paquete es la acción misma de recibirlo, este año nuevamente.

El “quid” de mi actitud positiva, de mi entusiasmo casi infantil ante las llamativas envolturas de los regalos, las felicitaciones, el ambiente ruidoso y festivo del encuentro para partir el pudín y apagar las velas, cuyo número tiene que ser simbólico, porque ya no caben ni en un bizcocho preparado para Gulliver, es una convicción que resumo en una frase que se ha convertido en mantra:

Cumplir años: un triunfo de la vida.

El año que pasa, da paso a otro que llega. Para mí, ese tránsito constituye una victoria, a veces sorpresiva. He estado tantas veces enferma, con mi asma crónico y mis 13 neumonías que rompen récords, una operación a vida o muerte, ¡y la vejez, que es una enfermedad! me hacen sentir agradecida de Dios y gozosa de mi resistencia, cada día de mi cumpleaños.

Respirar, un día más, un año más que inicia, haber superado muchas 24 horas de problemas, recordar lo que hicimos a favor de alguien, enorgullecernos, de haber pasado los meses y los años denunciando, protestando y haciendo propuestas, inmersos en las problemáticas sociales, es un triunfo de la vida. Triunfo de la vida. Cada día, cuando despierto, doy “gracias” a Dios, por la vida pasada, por el amanecer que se repite y me anuncia otro día, con sus trabajos, sus tropiezos también, sus pequeñas dichas que se asoman en el “te quiero abuela” de un nieto.

Triunfo de la vida. Miro un retrato muy viejo, una niña flaca, con unos espejuelos gordos que anunciaban mis problemas visuales, que nunca sin embargo han frenado mi pasión lectora.

Triunfo de la vida. ¿Un año menos? Depende lo que se ha hecho, de lo que se hace aun, con su vida. Y yo vivo la mía, mirando hacia atrás solo para invocar recuerdos buenos, que sirven de un “sí se puede” para repetir acciones que rinden dividendos a la sociedad.

Porque trabajo, interrogo, escucho y digo lo que pienso, y aun pienso, creo, con lucidez; porque no me cohíbo para llamar al pan pan y al vino vino; porque no temo mirar de frente la verdad, y lloro cuando el caso lo merece, y río escandalosamente cuando me apetece, pese a las señales que haga Mario para que sea menos efervescente.

Triunfo de la vida. Pasado mañana, celebraré mis 87 años con todos los que me quieren, que son muchos, y con los que quiero, que aún son más.

Estoy viva ¡VIVA!

“Dejar de luchar, es empezar a morir” dice López Obrador, Presidente electo de México. Si eso es verdad, ¡cúanta vida me espera!

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