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De la imprudencia en política

Fue San Agustín en su célebre “La ciudad de Dios”, quien afirmó que la humanidad es una sola, por lo cual, cualquier acontecimiento positivo en el mundo del género que sea debe celebrarse y ser motivo de alegría. El triunfo de Francia en el Campeonato Mundial de Fútbol, no es solamente de los galos vencedores, ni de los rusos que organizaron el torneo, es el encuentro, como dijo el Papa Francisco, “es una ocasión para el diálogo, la fraternidad, solidaridad y paz entre las naciones”.

Por eso cuando el dictador Nicolás Maduro con sarcasmo dijera que el equipo francés parecía África, por los jugadores de color que integraban la oncena, se convierte la afi rmación en una imprudencia, un cinismo moral, en un desatino y en un inconveniente en las relaciones internacionales de dos estados.

Así es el fascismo que nos gobierna, se caracteriza por su violencia contra los propios nacionales, contra la legalidad institucional, contra el mundo. No es la primera vez que Chávez o el gordo Maduro, hacen gala de falta de mesura. El primero llamó al Presidente de los Estados Unidos, borracho; a la canciller Merkel, de Alemania, nazi; a los presidentes de Colombia, Uribe y Santos, narcotrafi cante y basura respectivamente. A los secretarios generales de la OEA, Insulsa y Almagro, insulso al primero y al segundo traidor. A los españoles, presidentes del Gobierno, Aznar y Rajoy, los insultaron llamándoles fascistas y cobardes. Al presidente Macri de Argentina, ladrón y oligarca, y al presidente Temer, del Brasil, sicario. Mucha consideración ha tenido la comunidad internacional con Maduro al no cobrarle lo que en responsabilidad internacional se llama el daño moral.

Pero el tiempo se va acabando, ya el diputado francés Jean Lagarde anunció que llevará a Maduro por racismo a la Corte Penal Internacional.

El Fiscal de Colombia había anunciado algo similar para reparar las deportaciones de colombianos, algunos hasta con visa de residentes que hizo el gobierno venezolano. Acciones similares se anunciaron desde Perú y Ecuador.

Venezuela, con la dictadura que la gobierna, se ha convertido en un modelo de comportamiento fuente de discordia, que van desde desatinos, vagas generalizaciones, insultos; en una palabra, un país en manos de un jefe de Estado cuya lengua no tiene límite, que exhibe como diría Amado Nervo, “una conciencia del ridículo”.

El fi lósofo alemán Arthur Scopenhauer ha dicho con acierto que “para andar en el mundo es menester ir bien abastecido de cautela y de indulgencia, ella nos protege de daños y de pleitos”. Por eso, Venezuela necesita un Presidente sensato, no un hechicero.

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