PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA
La Inquisición institucionalizada
La Inquisición episcopal adquiere forma definitiva en Sínodo de Tolosa el año de1229, allí “...se decretó por primera vez la composición de un tribunal permanente, un colegio estable de jueces con poderes episcopales delegados, cuya misión única consistía en inquirir [buscar, investigar, interrogar] a los herejes y llevarlos ante su tribunalÖ”
El Papa (Gregorio IX, 1227-1241) aceptó en el 1231 que los herejes amonestados sufrieran la pena de muerte. La Inquisición pasó a ser una institución pontificia, activa donde quiera que hubiese católicos. Los dominicos fueron encargados de ella. Se elaboraron manuales para orientar los procedimientos. Gregorio abandonó el consejo de misericordia de Inocencio III, los parientes serían castigados. Los coloquios sobre la fe entre los laicos quedaban prohibidos, fuesen públicos o privados. Ahora, Gregorio IX añadía a los inquisidores episcopales, los pontificios. Lenzenberger le llama “el auténtico creador de la Inquisición” (1989: 376).
Veamos el testimonio de un inquisidor de los años 1230: “El inquisidor está rodeado de serios problemas por todas partes. Por un lado, su conciencia le atormenta si un sujeto es castigado sin que haya confesado y sin que se le haya probado que era culpable. Por otra parte, familiarizado con tantas experiencias de falsedad, trampas y malicia de tales personas, esto le causa todavía más angustia en su mente de inquisidor: que mediante su astuta destreza [los herejes] se las agencien para escapar el castigo en prejuicio de la fe, puesto este hecho les permite fortalecerse, multiplicarse y volverse todavía más ingeniosos”.
Inocencio IV (1243 - 1254) apuntaló la Inquisición con el derecho canónico. Quitó algunas de las durezas del proceso inquisitorial, pero en el 1252 introdujo el uso de la tortura en proceso. El Papa perdonaba a todos los que se reconciliasen con la Iglesia dentro del año. La tortura se empleaba de manera corriente en todos los procedimientos civiles y religiosos. En el siglo XVIII, Cesare Beccaria (1738 - 1794) condenó el uso de la tortura, en su obra, De los delitos y de las penas (1764), su libro fue condenado por la Inquisición en 1777 y la condena fue ratificada en 1790.
En aquel mundo que, solo parecía valorar la vida eterna, dañar la fe era un crimen capital. Tomás de Aquino (1225 - 1274), ejemplo de equilibrio en muchas cuestiones, escribió: “Ö pues mucho más grave es corromper la fe, vida del alma, que falsificar la moneda, con que se sustenta la vida temporal. Y si tales falsificadores y otros malhechores son entregados sin más a la muerte por los príncipes seglares, con más razón los herejes, en el momento de ser convictos de herejía, podían no solo ser excomulgados, sino ser entregados a justa pena de muerte. Por parte de la Iglesia está la misericordia para la conversión de los que yerran. Por eso no condena sino después de una primera y segunda corrección como enseña el apóstol. Pero si todavía alguno se mantiene pertinaz, la Iglesia, no esperando su conversión, lo separa de sí por sentencia de excomunión, mirando por la salud de los demás. Y aun pasa más adelante, relegándose al juicio seglar para su exterminio de mundo por la muerte” (Summa Theologica 2-2, q. 11. a. 3, citado por Jean Comby, 2007: 178).
El catarismo descalificó la jerarquía y “Önegar el poder sacerdotal resultaba intolerable para una Iglesia y unos jóvenes Estados que pretendían reforzar las instituciones y la jerarquía” (Le Goff y otros, 2003: 339)
En el siglo IV, San Atanasio escribió: “No se anuncia la verdad con espadas, con dardos o con los soldados. No es propio de la religión imponerse por la fuerza, sino mediante la persuasión. El Señor no hizo violencia a nadieÖ” (Francisco Martín Hernández, 2008, 330). Pero en el siglo XIII, reyes y eclesiásticos andaban deslumbrados por el derecho romano.