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El arte: el sueño consciente de la sensibilidad

Para quienes hemos estado ante estudiantes anhelantes por comprender y desentrañar los misterios del arte, la urgencia de una definición o causa de esta disciplina humana siempre han sido un reto.

Tras su comprensión, se ha recurrido a esa especialización de la Filosofía denominada Estética, centrada en las características y funciones, relaciones y experiencias establecidas y obtenidas en la interacción con este objeto en una perspectiva humanamente totalizadora, vital, que involucra tres dimensiones: la belleza, que es su fuente; la sensibilidad que es su fuerza motora y al arte, que es el resultado más o menos tangible, más o menos material.

El arte, pues fue propuesto como praxis o producto socio-individual mediante los cuales la sensibilidad capta, expresa y plasma la belleza sirviéndose de diferentes técnicas y “soportes”. En todos los tiempos, ha sido reportado como una experiencia particular del proceso de inter-comunicación individual y colectivo; del individuo ante sí mismo, la experiencia, la realidad, la sociedad y el propio arte.

El término y la invención de la ciencia Estética pertenecen al profesor y filósofo alemán Alexander Gottlieb Baumgarten (Alemania: n 1714 - †1762). Con tal término denominó esta disciplina en su libro “Aesthetica”, publicado en 1750.

Aunque al designarla, Baumgarten partió de lo etimológico —“ciencia de la sensibilidad”—, lo significativo es que la haya concebido mucho más ampliamente: “ciencia del modo de conocimiento y de exposición sensible”. Modos de saber y expresar sensibles que se coronan en el arte.

Más que una “tecné”, refractaria o copia de la diversidad de objetos realizados por los artesanos, de la que sólo podían emerger copias “tres veces alejadas” de la esencia, la verdad y el saber en los que válidamente resultaban las encarnaciones de las ideas formuladas exclusivamente por el creador, el “hombre muy hábil y muy extraordinario” de Platón, según expuso este pensador griego en el capítulo 10mo de su “La República”, para Baumgarten el arte era —además— un modo de “conocimiento sensible”, es decir particular, diferente por estar impulsado por una percepción/razonamiento dominada por la sensibilidad.

Concebir el arte como modo de conocimiento no era nuevo. Así la había formulado Aristóteles en su “Ars Poética” al afirmar que el arte enseña “agradando”, de modo que en el concepto de la Estética como ciencia de estudio de un objeto caracterizado por ser un modo particular de concebir y expresar “agradando”, Baumgarten retoma la perspectiva aristotélica involucrando de forma determinante la dimensión emotiva.

Así, concibió el arte, con Platón, como praxis individual y social que resulta en un producto cuyo origen y destino están vinculados al imaginar y al conocer, vinculados en un mismo acto y sujeto, a través del cual se accede a un tipo específico de percepción, conocimiento y hacer: el sensible.

Esto podría sugerir, gracias a los avances de las ciencias biológicas, que en la experiencia estética el cerebro humano actúa con mayor plenitud al vincular razón y sensibilidad y, quizás activándose de forma más diversa que como lo hace en otras praxis o estados.

Naturalmente, este que es uno de los basamentos de la teoría de la inteligencia emocional, va mucho más allá de este ámbito. Para integrarlo al arte, habría que hablar de un “estado de imaginación” del mismo modo que se habla de estados de vigilia y sueño. Un estado de imaginación que implicaría, de existir, uno caracterizado por un estado de sueño que interpela la realidad desde el estado consciente.

Es una conjetura, claro. Como toda inquietud incitada por las conexiones impensadas, tejidas en el fluir de los vínculos probables y verificados de lo efector o estímulo y el receptor — según la terminología del “Universo simbólico” de Ernst Cassirer (n. Prusia, 1874 - † Nueva York, 1945). En Cassirer, arte y la cultura son como universos que intermedian entre los estímulos y las respuestas humanas, condicionando estas últimas.

Esta perspectiva sería fascinante si, a la luz de nuevos hallazgos —como los expuestos en el estudio “Los correlatos neuronales de los sueños”, publicado hace poco más de un año (10 de abril del 2017) en la revista “Nature-Neurociencias”—, al imaginar y/o conocer estéticamente —como en el soñar— se activan, además de las mismas zonas del cerebro que participan del estado de vigilia, otra que los realizadores del estudio han identificado y denominado. Al respecto afirman: “Los tres experimentos informados aquí destacan una "zona caliente" parieto-occipital como el correlato neural del sueño”.

Si, como afirman, “La conciencia nunca se desvanece”, ni siquiera en el sueño, ¿también permanece en el estado de imaginar sensible o estético? Es oportuna la pregunta dado que hay reglas, propias y heredadas, sobre las formas y perspectivas de percibir y expresar el estímulo para constituir la experiencia estética y para, desde la sensibilidad que lo experimenta, hacerlo un acto artístico.

¿Es algo probable? Porque en el acto de la imaginación, percepción y expresión sensibles (propias de lo estético) también “un flujo continuo de experiencias acompaña a cada momento de vigilia”, en tanto que, a diferencia del sueño, durante la percepción-imaginación-conocimiento y expresión sensibles propias de lo estético, “la conciencia no se desvanece” pero es sobrepasada. Adicional y paradójicamente, al igual que el sueño, el arte y la experiencia estética pueden “asociarse con la presencia o la ausencia de experiencias conscientes” porque, al igual que el sueño, el imaginar estético impulsado por la sensibilidad imaginativa tiene la facultad de anclarse a o liberarse de sus referencias.

Más excitante aún: al igual que las experiencias estéticas, “las experiencias en sueños pueden asumir muchas formas, desde experiencias perceptivas puras hasta pensamiento puro, desde imágenes simples hasta narrativas que se desarrollan temporalmente, que a menudo son similares a estados conscientes despiertos pero a veces pueden ser diferentes de maneras interesantes”. Una línea de pensamiento que lleva a resaltar el hallazgo de que la “biestabilidad del potencial de membrana provoca la ruptura de las interacciones causales estables entre las áreas corticales, que se consideran necesarias para mantener las experiencias conscientes”. Una condición neurológica que incita a preguntar hasta dónde está presente en la experiencia estética.

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