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FE Y ACONTECER

Natividad de San Juan Bautista

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Cardenal Nicolás De Jesús López RodríguezSanto Domingo

XII Domingo del Tiempo Ordinario – 24 de junio, 2018 Juan El Bautista, último de todos los profetas antiguos, conocido como El Precursor del Mesías. Es fiel, austero, penitente y muy exigente; un hombre del desierto, pretende llevar al pueblo a ese lugar, símbolo del encuentro con Dios, para prepararlo para la acogida del Mesías. Como todo profeta, también Juan experimenta la persecución y el martirio.

En el evangelio de la infancia de Jesús dice San Lucas que Juan Bautista era hijo de Zacarías e Isabel y que su nacimiento e importante misión fueron anunciados por el ángel Gabriel (Lc. 1,5.16-18). En su circuncisión recibió el nombre de Juan (en hebreo Johanan que signifi ca Yahveh se ha compadecido). Desde el siglo IV se celebra la Solemnidad del Nacimiento de San Juan Bautista, en la liturgia eclesial.

a) Del libro del profeta Isaías 49, 1-6.

En esta lectura el Siervo del Señor se presenta a sí mismo en este canto, en el contexto universal: “escúchenme islas, atiendan, pueblos lejanos”. Estamos en la devastada Jerusalén a la vuelta del destierro. Se estiman en veinte mil los judíos que volvieron esperanzados para reconstruir la ciudad. El Siervo del Señor se está refiriendo, como los profetas, su experiencia de llamada y de elección desde antes de nacer.

El canto comienza con toda solemnidad y énfasis. Pero hay una diferencia entre Jeremías y el Siervo. Mientras Jeremías es nombrado sencillamente profeta entre las naciones, el Siervo tiene como misión hacer llegar la salvación a todos los confi nes de la tierra. Su espada será su palabra, con efecto cortante y doloroso, ajeno a la violencia física y efi caz con la fuerza moral.

Rompiendo los diques nacionales, Yahvéh le hace comprender que la misión entre sus compatriotas es modesta comparada con la nueva que le ha sido encomendada: “Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra”. El Resto del Pueblo de Israel se ha convertido en rey, sacerdote y profeta de toda la humanidad. Sabemos que el Nuevo Testamento nos revelará que el Siervo de Yahvéh es la comunidad de los redimidos que viven unidos a su cabeza, Jesús, el Ungido del Padre. Con toda verdad podemos cantar en la liturgia que somos un pueblo sacerdotal, pueblo de reyes y un pueblo de profetas, encargado de llevar la redención a todos los confi - nes del mundo sin distinción de razas ni colores ni lenguas.

b) Del libro de los Hechos de los Apóstoles 13, 22-26.

En esta segunda lectura vemos cómo el Apóstol Pablo, en su discurso ante los judíos en la sinagoga de Antioquía de Pisidia, hace un recuento de la historia de nuestra salvación y destaca la misión de San Juan Bautista, anunciar un camino de salvación: penitencia y conversión, para preparar la llegada del Mesías Jesús de Nazaret, descendiente de David, hombre conforme al corazón de Dios, como lo habían anunciado los profetas.

c) Del Evangelio según San Lucas 1, 57-66.88.

El evangelista narra el nacimiento de San Juan Bautista, que en este caso tiene sus peculiaridades: los padres eran ancianos y la mujer estéril, por eso dentro de los límites humanos, una concepción y un nacimiento eran imposibles. Sin embargo, para Dios nada es imposible, como dice San Lucas (1, 37) y por eso los ancianos reciben el don de un niño. Ahora bien, conviene descubrir lo que a San Lucas le interesa, no es el detalle histórico de los padres ancianos o el hecho biológico de la esterilidad. Estos datos, que se encuentran de manera ejemplar en la historia de Abraham y Sara, son signos que transmiten una certeza fundamental: la convicción de que Juan Bautista no ha sido simplemente el resultado de una casualidad biológica.

El texto presupone que en el nacimiento de Juan han intervenido dos factores: actúa, por un lado, la realidad biológica de los padres que se aman, pero, al mismo tiempo, infl uye de manera decisiva el poder de Dios que guía la historia de los hombres hombres. La expresión o signo de ese poder es el milagro de la fecundidad de unos ancianos. Su resultado, el nacimiento de Juan, que, dentro de la línea de los profetas de Israel, prepara de manera inmediata el camino de Jesús. Sobre este fondo se entiende perfectamente la historia del nombre (cuyo signifi cado ya explicamos al principio).

Siguiendo la tradición de la familia y suponiendo que el niño les pertenece, los parientes quieren llamarlo Zacarías como su padre. Zacarías e Isabel saben, sin embargo, que aun siendo de ellos, el niño en realidad es un regalo de Dios que le ha destinado a realizar su obra, por eso le imponen el nombre de Juan, como se lo había indicado el ángel. En toda la historia bíblica, la imposición de un nombre por parte de Dios signifi ca la elección y nombramiento para una función determinada. Desde su mismo nacimiento, llevando el nombre que Dios le ha señalado, Juan Bautista aparece como un elegido que debe realizar la misión que Dios le ha encomendado.

El pasaje evangélico insiste en la imposición del nombre, y como signo de la obra de Dios que al actuar pone en silencio las cosas de este mundo, está la mudez de Zacarías. Una vez que se realiza esa obra de Dios, una vez que al niño se le pone el nombre señalado, viene de nuevo la palabra (1,62-64).

De todo esto podemos sacar unas aplicaciones prácticas: lo primero es dejar que Dios fecunde nuestra vida a través de la aceptación de su palabra; ante la obra de Dios se requiere la mudez del silencio que escucha unido a la voz de una alabanza que engrandece la obra de Dios; fi nalmente está la exigencia de actualizar el ministerio de Juan Bautista: Dios estaba con él, nos dice el texto (1,66). De la misma manera Dios estará con nosotros si preparamos, como Juan los caminos de Jesús por medio de la conversión y el cumplimiento de la justicia.

Fuente: Luis Alonso Schökel: La Biblia de Nuestro Pueblo. B. Caballero. En las fuentes de la Palabra.

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