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FIGURAS DE ESTE MUNDO

Amor de padre

Desde el principio, la voluntad de Dios es que los hijos honren a sus padres. Pero Absalón, el tercer hijo del rey David, le declaró la guerra a su progenitor. En II Samuel leemos que en todo Israel no había hombre tan hermoso y de tan gallarda presencia como él. Sin embargo, el orgullo no tardó en cegarlo. Con astucia, captó las simpatías del pueblo, asesinó a su hermano Amnón y se rebeló abiertamente contra el Rey. Este se vio obligado a huir de Jeruralén. Más tarde, ambos ejércitos, el del hijo y el del padre, mandado por Joab, se enfrentaron en el bosque de Efraín.

Los rebeldes fueron vencidos. Veinte mil hombres de estos fueron pasados a cuchillos y quedaron sobre el campo de batalla. Derrotado, Absalón huyó en un mulo, buscando su salvación en la fuga. Pero, al pasar por debajo de una gran encina, su cabellera quedó enredada en las ramas del árbol, por lo que, al seguir el mulo adelante, permaneció colgado en el aire. He aquí una lección para los jóvenes: miren a Absalón, colgado de un árbol, maldecido, abandonado por el cielo y la tierra; lean en esto cuánto aborrece el Señor la rebelión de los hijos contra sus padres. Llegó entonces Joab y, pese a la orden del Rey de respetar la vida del príncipe, le atravesó el corazón con tres dardos o rejones.

Para David el rey, la derrota del conspirador fue su gran victoria; para David el padre, una tragedia horrible. Enterado del suceso, se conmovió, y subiendo al cuarto que estaba encima de la puerta, se echó a llorar. Y mientras caminaba, decía: “Hijo mío, Absalón! ¡Ojalá yo hubiera muerto en tu lugar! ¡Hijo mío, Absalón, hijo mío!”. En efecto, notamos en David una sombra del amor del Salvador que lloró, oró y hasta sufrió la muerte por la humanidad rebelde y enemiga.

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