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OTEANDO

La gramática del engaño

En algún artículo anterior he propuesto el avance hacia una humanidad más auténtica; me he referido a la indiferencia ante el dolor ajeno como expresión de una inhumanidad que nos empequeñece cada vez más. Hoy quisiera abordar esa inhumanidad, acaso desde su manifestación más detestable, el engaño. Dice Steiner, que entiende por gramática: “...la organización articulada de la percepción, la reflexión y la experiencia; la estructura nerviosa de la consciencia cuando se comunica consigo misma y con otros”. Partiendo de su definición quisiera que nos preguntáramos, ¿en qué momento de su estadío evolutivo sintió el hombre esa necesidad interior de engañar a sus semejantes? ¿Qué indujo al “animal lingüístico” a pensar y proyectar en el habla formas y expresiones de engaño? ¿Sería una necesidad de los futuribles acumuladores originarios ante el miedo a la precariedad y al desamparo? ¿Es el engaño, desde esa última perspectiva, algo que admite justificación axiológica? No lo sé. Lo cierto es que cada vez más nuestra mentalidad construye eufemismos varios para designarlo; a los líderes torpes y excéntricos les llamamos “atípicos”; a los políticos ladrones que con una ínfima parte de lo que nos roban sirven ambulancias, obsequian urnas para envolver el último regalo de la existencia y hacen operativos médicos en nuestras comunidades de miseria, le decimos “filántropos”; a los traficantes, “empresarios”; a los jueces venales, “compasivos”.

Entonces, ¿ofrece nuestra mentalidad una vocación ínsita para el engaño, o es parte de una predisposición formativa lo que nos traiciona? ¿Cómo lidiar con esto? A Cayo Tito Petronio se le atribuye la máxima: “El mundo desea ser engañado; engañémosle”. Nos engañamos unos a otros, por vocación quiditativa o pretensión calculada; y hasta nos engañamos nosotros mismos cuando creemos, falsamente, que logramos engañar a los demás. Sin embargo, unos y otros obtendremos de la vida lo que merecemos; es un proceso inexorable, cuyo resultado traerá el regalo envuelto en papeles diferentes, pero que al fin deberemos pagar. A unos los meterán presos, otros perderán la visa, y otros, lo más preciado: el crédito y la estima pública; porque “la historia no se equivoca en su movimiento”, como escribió en los siguientes versos Yuri Levitansky: “Y a pesar de todo soy feliz, porque pude existir hasta este instante; hasta esta potente sacudida de las pesadas entrañas de la tierra. ¡Sobreviví... tuve tanta suerte! Comprendí, y sé en verdad, que la historia no se equivoca en su movimiento, solo que sus cotas no tienen que ver con nosotros”.

Cuando me encontraba preparando este artículo hube de llamar a uno de los grandes gramáticos y mejor amigo que conozco, Apolinar Núñez, a propósito de unas dudas sobre signos de puntuación que no lograba esclarecer consultando el Diccionario Panhispánico de Dudas; y además, para pedir su opinión acerca de la mentira y el engaño como flagelos de la humanidad. Desde su perspectiva lingüística; pero el sabio “profe” -como le llamamos quienes abrevamos de su ciencia-, que sí me aclaró mi duda gramatical, se abstuvo de abundar sobre la esencia del engaño, es demasiado noble como para adivinar cuestiones relativas a la malicia humana; entonces, solo me quedó entregarme a mi suerte con esta locución interjectiva.

¡Válgame Dios!

El autor es abogado y politólogo

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