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OTEANDO

Avancemos hacia una auténtica humanidad

Los grandes estudiosos de la conducta humana se exprimen el cerebro cada minuto en busca de la causa final y eficiente de la tendencia humana a experimentar fruición por el dolor ajeno, de esa aptitud manifiesta para el sadismo que nos descalifica y empequeñece.

Los historiadores del siglo XX, aunque sabiendo que ha sido el siglo de grandes progresos en las ciencias y la tecnología, no pueden sino llamarlo el siglo de las guerras.

Los humanistas más prestigiosos, los intelectuales más brillantes, se pasan sus vidas preguntándose cómo su propia estirpe, siendo la más apta para luchar por la construcción de comunidades de justicia, donde la civilidad sea el común denominador de la existencia, ha propiciado el surgimiento y la materialización de los episodios más atroces de los cuales todos nos sentimos avergonzados.

Para Jeorge Steiner, por ejemplo “...el fracaso humano en el siglo XX tiene sus enigmas específicos. No surge de los jinetes de la lejana estepa o de los bárbaros en las fronteras lejanas. El nacionalsocialismo, el fascismo, el estalinismo (aunque este, en última instancia, más opacamente) brotan del contexto, del ámbito y los instrumentos administrativos y sociales de las altas esferas de la civilización, de la educación, del progreso científico y del humanismo, tanto cristiano como ilustrado” (Cfr. “Gramáticas de la creación”, p.13). Nuestra humanidad, que se llama a sí misma sapiens echa por la roca tarpeya ese adjetivo, todas las veces en que le toca decidir entre dar amor o provocar dolor.

Lo anterior viene a cuento a propósito de una nueva modalidad de sadismo que veo estamos fomentando los “humanos”; con frecuencia recibimos, a través de las redes sociales y de todos los medios de comunicación disponibles para ello, filmaciones de eventos donde el dolor consume a uno cualquiera de nuestros iguales, sin embargo, nuestra “humanidad” responde con morbo, no con compasión.

Si alguien ve hoy un infante caer entre las llamas, de seguro atenderá primero a grabar su sufrimiento que a tenderle su mano o cualquier instrumento para sacarlo de su agonía. Nos complace más su dolor y el privilegio de ser los primeros en divulgarlo que la buena acción de liberarlo del sufrimiento. Cabría preguntarnos si queda tiempo aún de reivindicar al hombre bueno de Rosseau del hombre malo de Hobbes. Yo creo que sí, creo que es posible, pero está en la racionalidad que pongamos en práctica; y por eso apelo a ese germen de buena humanidad que hay en usted, amigo (a) lector (a), para que rechacemos la enojosa conducta de nuestros semejantes cuando, en vez de amar, desprecian su propia esencia ante el sufrimiento ajeno.

El autor es abogado y politólogo.

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